30 de agosto de 2009
1. Lo que la Biblia es y no es
Parecería innecesario, pero debido a la multitud de ideas, interpretaciones y prácticas resulta útil marcar distancias entre aquello que no es y lo que es la Biblia, pues a veces la familiaridad excesiva resulta en un extrañamiento que modifica su percepción. En el medio protestante, a pesar de la herencia tan rica en el sentido de la comprensión de la riqueza literaria y teológica de las Escrituras, últimamente se está experimentando una preocupante disminución en el conocimiento de su contenido, debidob a que la lectura seria y profunda se ha confinado únicamente a los biblistas o expertos y los avances en la interpretación llegan muy lentamente a las bases eclesiásticas. Dos de las mayores tentaciones, que ya los profetas del Antiguo Testamento vislumbraron desde la antigüedad y contra las cuales formularon algunas advertencias fueron,por un lado, la tendencia a ver la Ley de Dios sólo como un amuleto y, por otro, como diríamos hoy, a considerar las Escrituras como un recetario de respuestas instantáneas o un libro de autoayuda.
En el primer caso, la Biblia entra, por decirlo así, al circuito de la magia, pues lejos de acercarse a ella para dialogar o dejarse tocar por su mensaje, las personas atienden a la superficialidad o al halo de “libro sagrado” que emana bendiciones o beneficios sólo con tenerla cerca físicamente. Se trataría de algo asñi como de la “aplicación tópica” de la palabra divina, algo inaceptable para las propias Escrituras. El ambiente religioso, cuando se contamina de una cierta atmósfera mitológica, hace que se renuncie al análisis y el diálogo fecundo. En el segundo caso, hay que referirse a la creciente necesidad de una lectura rápida, facilona y de respuestas rápidas a problemas humanos complejos. Sólo así se puede entender el éxito de autores como Paulo Coelho o Mariano Osorio, quienes armados de unas cuantas historias manipuladas, se han erigido en fiolósofos seguidos por miles de personas. Algo similar sucede con la Biblia cuando es usada como manual de autoayuda, pues entonces se le experimenta como un recetario al que es posible acudir sólo en caso de necesidad y no como una compañía constante que alimente cotidianamente la reflexión y la praáctica.
Con esos antecedentes, podemos entrar de lleno al fenómeno cultural de la lectura, dado que la forma en que la Biblia fue redactada es un punto de partida para asumirla verdaderamente comol palabra divina, en el sentido de que es posible mantener con ella un flujo dinámico constante, de ida y vuelta, de interacción con su mensaje y su orientación teológica. Y es que, precisamente, este tipo de lectura, la teológica, es la más ausente de nuestra experiencia. ¿Qué pasaría si las iglesias se convirtieran en auténticos círculos o clubes de lectura bíblica en profundidad? ¿Si se llevaran a cabo sesiones de estudio permanente en diálogo intenso con la realidad circundante? ¿Hasta dónde nos llevaría profundizar en el mensaje subversivo de Jesús para percibir las áreas en que nuestras comunidades deben cambiar sus actitudes y mentalidad a fin de abandonar los diversos círculos viciosos que las mantienen entrampadas?
2. La Biblia llama a la conversión
Walter Brueggemann, una vez más, ha esbozado recientemente la forma en que el tema de la conversión está presente por todas partes de las Escrituras. Sus palabras merecen ser analizadas detenidamente, especialmente si se toma en cuenta que proceden de una cultura saturada de la presencia de la Biblia:
La llamada a convertirse es una cuestión central en la Biblia. Deriva de la convicción de que Dios no va a dejar a los creyentes, a la Iglesia y la creación tal y como están ahora, sino que es posible que se dé una renovación radical, que Dios ha prometido a aquellos que quieren que se produzca. En otras palabras, la dinámica fundamental de la Biblia concibe la vida como un doble proceso que consiste en desligarse de las cosas tal y como son en el presente y en aceptar, asumiendo el riesgo, las cosas tal y como son en el presente y en aceptar, asumiendo el riesgo, las cosas tal y como Dios nos ha prometido que serán en el futuro. Se trata, pues, de reorientar la vida pasándola por el tamiz de una lealtad central alrededor de la cual pueden reorganizarse otras lealtades y percepciones.[1]
“Convertirse para vivir y encontrarse con el futuro al que Dios llama”: esa es la premisa bíblica por excelencia. Porque la esencia del mensaje bíblico se caracteriza por la forma en que critica la manipulación religiosa para hacer creer que las exigencias de Dios son imposibles de cumplir y que sólo son accesibles a unas cuantas personas. O, en otras palabras, por la forma en que pueden utilizarse las enseñanza bíblicas para hacer decir lo que le interesa a determinadas clases sociales e imponer sus criterios como una palabra autorizada. Por ello, un concepto deformado de la Biblia también deforma el concepto de conversión:
La conversión y el concepto correlativo de arrepentimiento no deben interpretarse en el vacío. Considerada aisladamente, la conversión puede quedar reducida a una idea moralista y entenderse en el sentido de aceptar nuevas reglas o una disciplina nueva para una vida que carece de la capacidad de transformar. O pude considerarse también una experiencia emocional (como la que se puede dar en una celebración religiosa, por ejemplo) que no afecta sustantivamente los compromisos vitales y no resiste el tiempo.[2]
El cambio de mente al que alude Brueggemann implica, la mayor parte de las veces, un ajuste radical a la forma de vivir y pensar. La renovación del pacto en Siquem significó que Israel entraba a una neva etapa de trayo con Dios en la que rea necesario profundizar en las implicaciones de la alianza para enfrentar otras circunstancias históricas más desafiantes. Josué planteó al pueblo la alternativa radical de abandonar los resortes ideológicos del “antiguo régimen” y entrar a una nueva manera de relacionarse con Dios, a partir de la libertad y la dignidad recuperadas. Lamentablemente, la época de los jueces y buena parte de la era monárquica dieron al traste cion tan nobles propósitos.
Jesús de Nazaret también planteó nuevas posibilidades de tratar con Dios, desde la matriz de una verdadera metanoia, es decir, desde moldes mentales transformados por un verdadero arrepentimiento que fuera capaz de restituir los daños causados a los demás y desde una genuinda disposición a participar del cambio radical propuesto por la esperanza en el advenimiento inhminente del Reino de Dios. La conversión, así, no constituye únicamente una experiencia sujeta a los vaivenes del tiempo o la novedad de ideas, sino que se ubica en el corazón mismo de la voluntad de Dios hacia quienes llama a compartir sus expectativas en el futuro que Él desea instalar de manera permanente en el mundo.
Parecería innecesario, pero debido a la multitud de ideas, interpretaciones y prácticas resulta útil marcar distancias entre aquello que no es y lo que es la Biblia, pues a veces la familiaridad excesiva resulta en un extrañamiento que modifica su percepción. En el medio protestante, a pesar de la herencia tan rica en el sentido de la comprensión de la riqueza literaria y teológica de las Escrituras, últimamente se está experimentando una preocupante disminución en el conocimiento de su contenido, debidob a que la lectura seria y profunda se ha confinado únicamente a los biblistas o expertos y los avances en la interpretación llegan muy lentamente a las bases eclesiásticas. Dos de las mayores tentaciones, que ya los profetas del Antiguo Testamento vislumbraron desde la antigüedad y contra las cuales formularon algunas advertencias fueron,por un lado, la tendencia a ver la Ley de Dios sólo como un amuleto y, por otro, como diríamos hoy, a considerar las Escrituras como un recetario de respuestas instantáneas o un libro de autoayuda.
En el primer caso, la Biblia entra, por decirlo así, al circuito de la magia, pues lejos de acercarse a ella para dialogar o dejarse tocar por su mensaje, las personas atienden a la superficialidad o al halo de “libro sagrado” que emana bendiciones o beneficios sólo con tenerla cerca físicamente. Se trataría de algo asñi como de la “aplicación tópica” de la palabra divina, algo inaceptable para las propias Escrituras. El ambiente religioso, cuando se contamina de una cierta atmósfera mitológica, hace que se renuncie al análisis y el diálogo fecundo. En el segundo caso, hay que referirse a la creciente necesidad de una lectura rápida, facilona y de respuestas rápidas a problemas humanos complejos. Sólo así se puede entender el éxito de autores como Paulo Coelho o Mariano Osorio, quienes armados de unas cuantas historias manipuladas, se han erigido en fiolósofos seguidos por miles de personas. Algo similar sucede con la Biblia cuando es usada como manual de autoayuda, pues entonces se le experimenta como un recetario al que es posible acudir sólo en caso de necesidad y no como una compañía constante que alimente cotidianamente la reflexión y la praáctica.
Con esos antecedentes, podemos entrar de lleno al fenómeno cultural de la lectura, dado que la forma en que la Biblia fue redactada es un punto de partida para asumirla verdaderamente comol palabra divina, en el sentido de que es posible mantener con ella un flujo dinámico constante, de ida y vuelta, de interacción con su mensaje y su orientación teológica. Y es que, precisamente, este tipo de lectura, la teológica, es la más ausente de nuestra experiencia. ¿Qué pasaría si las iglesias se convirtieran en auténticos círculos o clubes de lectura bíblica en profundidad? ¿Si se llevaran a cabo sesiones de estudio permanente en diálogo intenso con la realidad circundante? ¿Hasta dónde nos llevaría profundizar en el mensaje subversivo de Jesús para percibir las áreas en que nuestras comunidades deben cambiar sus actitudes y mentalidad a fin de abandonar los diversos círculos viciosos que las mantienen entrampadas?
2. La Biblia llama a la conversión
Walter Brueggemann, una vez más, ha esbozado recientemente la forma en que el tema de la conversión está presente por todas partes de las Escrituras. Sus palabras merecen ser analizadas detenidamente, especialmente si se toma en cuenta que proceden de una cultura saturada de la presencia de la Biblia:
La llamada a convertirse es una cuestión central en la Biblia. Deriva de la convicción de que Dios no va a dejar a los creyentes, a la Iglesia y la creación tal y como están ahora, sino que es posible que se dé una renovación radical, que Dios ha prometido a aquellos que quieren que se produzca. En otras palabras, la dinámica fundamental de la Biblia concibe la vida como un doble proceso que consiste en desligarse de las cosas tal y como son en el presente y en aceptar, asumiendo el riesgo, las cosas tal y como son en el presente y en aceptar, asumiendo el riesgo, las cosas tal y como Dios nos ha prometido que serán en el futuro. Se trata, pues, de reorientar la vida pasándola por el tamiz de una lealtad central alrededor de la cual pueden reorganizarse otras lealtades y percepciones.[1]
“Convertirse para vivir y encontrarse con el futuro al que Dios llama”: esa es la premisa bíblica por excelencia. Porque la esencia del mensaje bíblico se caracteriza por la forma en que critica la manipulación religiosa para hacer creer que las exigencias de Dios son imposibles de cumplir y que sólo son accesibles a unas cuantas personas. O, en otras palabras, por la forma en que pueden utilizarse las enseñanza bíblicas para hacer decir lo que le interesa a determinadas clases sociales e imponer sus criterios como una palabra autorizada. Por ello, un concepto deformado de la Biblia también deforma el concepto de conversión:
La conversión y el concepto correlativo de arrepentimiento no deben interpretarse en el vacío. Considerada aisladamente, la conversión puede quedar reducida a una idea moralista y entenderse en el sentido de aceptar nuevas reglas o una disciplina nueva para una vida que carece de la capacidad de transformar. O pude considerarse también una experiencia emocional (como la que se puede dar en una celebración religiosa, por ejemplo) que no afecta sustantivamente los compromisos vitales y no resiste el tiempo.[2]
El cambio de mente al que alude Brueggemann implica, la mayor parte de las veces, un ajuste radical a la forma de vivir y pensar. La renovación del pacto en Siquem significó que Israel entraba a una neva etapa de trayo con Dios en la que rea necesario profundizar en las implicaciones de la alianza para enfrentar otras circunstancias históricas más desafiantes. Josué planteó al pueblo la alternativa radical de abandonar los resortes ideológicos del “antiguo régimen” y entrar a una nueva manera de relacionarse con Dios, a partir de la libertad y la dignidad recuperadas. Lamentablemente, la época de los jueces y buena parte de la era monárquica dieron al traste cion tan nobles propósitos.
Jesús de Nazaret también planteó nuevas posibilidades de tratar con Dios, desde la matriz de una verdadera metanoia, es decir, desde moldes mentales transformados por un verdadero arrepentimiento que fuera capaz de restituir los daños causados a los demás y desde una genuinda disposición a participar del cambio radical propuesto por la esperanza en el advenimiento inhminente del Reino de Dios. La conversión, así, no constituye únicamente una experiencia sujeta a los vaivenes del tiempo o la novedad de ideas, sino que se ubica en el corazón mismo de la voluntad de Dios hacia quienes llama a compartir sus expectativas en el futuro que Él desea instalar de manera permanente en el mundo.
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