lunes, 29 de diciembre de 2008

El conocimiento de Dios (Isaías 11.6-9), Margaretha M. Hendriks-Ririmasse

14 de diciembre de 2008

Desearía que leyéramos este texto como un llamamiento urgente de Dios para que se restaure la paz en el mundo. Nuestro mundo está enfermo, pues padece el peso de la violencia y el terror, la rivalidad humana, la ambición egoísta, la codicia y la enemistad, que separan a las personas unas de otras y cosifican la naturaleza provocando un deterioro lamentable de su condición. Los seres humanos pueden ser más salvajes que un animal porque mientras que un león o un tigre cazan una presa sólo para satisfacer el hambre, los hombres y las mujeres pueden matar por placer. Esto puede ocasionar una gran devastación. Sí, al igual que una mujer sangra, que una madre gime de dolor (de hecho, en mi cultura, a la Tierra se la llama madre), esta es la condición actual del mundo. Nosotros como descendientes de la Tierra debemos sentirnos preocupados al oír el clamor y escuchar el llamamiento para que nutramos la Tierra a fin de que recupere la salud. Las palabras proféticas de Isaías pueden leerse como una invitación de Dios a toda la creación en favor de la reconciliación y la paz.
La sensación de armonía y tranquilidad del paraíso primigenio que se describe en los versículos 6 a 8, es un retrato del mundo transformado que corresponde al designio de Dios para el universo. Al establecerse en el mundo la amistad y la colaboración solidaria entre los seres humanos, no debería haber más prácticas de dominación ni temor de ser víctimas. El imperativo divino debe cumplirse y es en este contexto que desearía compartir la siguiente experiencia.
Hace aproximadamente dos años, la Iglesia Protestante de las Molucas (Indonesia), realizó un
programa para pastores de la misma iglesia centrado principalmente en el tema: “Vivir y dar testimonio en un mundo pluralista”. Una de las sesiones previstas en el programa era pasar una noche en los hogares de nuestros hermanos y hermanas musulmanes con objeto de reconstruir las relaciones sociales con las comunidades religiosas que se habían visto gravemente afectadas por las experiencias traumáticas del cruel conflicto generalizado en el que participaron grupos musulmanes y cristianos de la región. Para muchas personas fue uno de los programas más desagradables que había concebido la iglesia. Ese rechazo podía entenderse porque la memoria de la violencia en relación con la lucha por el poder que había tenido lugar entre los grupos beligerantes era aún vívida en la mente de la gente. ¿Cómo se les pudo ocurrir planear ese programa?, nos preguntaron algunas personas. ¿Y si los pastores son asesinados en medio de la noche? ¿Y si son envenenados? Los miembros de la iglesia plantearon muchos “Y si”… Y hasta los pastores se mostraron reticentes y muchos tenían realmente miedo. Pero cuando regresaron de la visita, habían cambiado totalmente, como si hubieran pasado por un proceso de metamorfosis. Aparentemente disfrutaron tanto de su estadía y de la compañía de sus huéspedes, marido y mujer, que algunos hasta decidieron llevar a su familia para que conocieran
mejor a los nuevos amigos. El miedo y los prejuicios desaparecieron y fueron reemplazados por aprecio y amabilidad mutuos. Poco antes, ese mismo año, una ONG local, presidida por una joven musulmana, también había organizado un programa muy similar, llevando a jóvenes musulmanes a pasar la noche con familias cristianas. La respuesta de la gente en general fue muy estimuladora.
Para la comunidad de fe, el compromiso con la paz y la reconciliación no puede eludirse, porque Dios, a quien alabamos, es un Dios de paz, que tiene como designio restaurar la paz en el mundo. El mismo Dios nos llama a ese ministerio de reconciliación (2 Co 5:18).
Por supuesto, la edificación de la paz nunca es un ejercicio fácil. Hablando a partir de mi experiencia, diría que la edificación de la paz puede ser difícil debido, sobre todo, a que quienes participan en la lucha por el poder suelen ser muy reticentes a abandonar su juego, por razón de la codicia y el ansia de dinero y poder. Es sabido que en varias regiones desgarradas por la guerra o los conflictos, algunas personas y partidos en el conflicto acumulan capital y poder gracias a la tragedia. Cuanto más prolongada sea una situación de conflicto, cuanto más intensa llegue a ser, mayores serán las ganancias que podrán obtener esas personas. Los seres humanos pueden ser realmente más salvajes que los animales de la jungla. Pero esa situación no debe continuar. Es necesario un cambio; una renovación drástica y total debe producirse que permita, según Isaías, a los lobos y los corderos sentarse juntos y a los niños jugar con la cobra venenosa, allí donde el león come la paja, (véase el vs.7). Pero, ¿es posible esto? En otro texto, el mismo profeta habla del tiempo que ha de venir, cuando los pueblos conviertan sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces y ya no se adiestren para la guerra (Is 2:4). Parece ser algo extraño, un sueño imposible ¿verdad? Sin embargo vale la pena soñar también el día de hoy. En un mundo confrontado con tantas amenazas y destrucción, es necesario soñar con un mundo mejor. Soñar es también una señal de que estamos vivos. Sólo los que son capaces de soñar tienen algo valioso que ofrecer a la sociedad a la que pertenecen. Ahora bien, los sueños no deben ser sólo sueños, sino que por el contrario deben hacerse manifiestos, a pesar de todas las dificultades. Sin embargo, la pregunta sigue sin respuesta ¿cómo podemos hacerlos realidad?

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