El cuarto y último domingo de adviento está dedicado al texto de la anunciación a María. Un texto sorprendente para nosotros pero no tanto para los oyentes de los primeros siglos que sabían de historias de concepciones virginales atribuidas a personas importantes de su tiempo. Reyes y fundadores míticos de ciudades y pueblos solían ser recordados con historias como ésta. Lo que hace la historia de Lucas diferente a otras para los israelitas es que se anuncia que ese niño nacido de forma especial recibirá el trono de David y será reconocido como el Hijo de Dios.
Varios son los elementos que señalan la extrañeza del relato. Por un lado la ubicación del evento en Nazaret, una localidad pequeña y sin historia en Galilea. Más que ciudad era una aldea sin importancia y que nunca había sido mencionada en el Antiguo Testamento. Además debemos resaltar que era de Galilea, lugar de donde no se esperaba nada significativo para la historia religiosa de Israel. En la tradición bíblica Galilea era la zona de los samaritanos con los que los judíos (los de Judea) estaban enemistados desde hacía varios siglos y con quienes no tenían ningún vínculo social ni afectivo. Por el contrario, se marginaban mutuamente. Nazaret no era una localidad samaritana pero estaba en pleno corazón de aquel territorio.
Galilea había sido el lugar desde donde cada algunos años se producían levantamientos populares de rechazo a los romanos. Como estaba lejos de la capital Jerusalén era más difícil controlarla y era por allí que los líderes judíos –zelotas, sacerdotes radicalizados, nacionalistas, etc.- cada tanto se levantaban contra el poder instalado en Jerusalén. De modo que ubicar a María en esa región era un signo contradictorio pues pocos esperaban que el Mesías pudiera surgir de esa zona.
A la vez es llamativo que la revelación se produjera a una mujer. Si bien en el Antiguo Testamento hay muchos ejemplos de Dios revelándose a mujeres, es sabido que en tiempos del Nuevo Testamento se había producido una cierta involución respecto al trato social a las mujeres. Mientras que en el Israel antiguo las mujeres llegaron a tener un protagonismo significativo y a ser partícipes de gestas muy importantes, al llegar el siglo I la sociedad israelita se había tornado más cerrada respecto de las mujeres. Algunos especulan que esto se debió al carácter más urbano del mundo del NT donde era más fácil controlar a las personas, especialmente porque la centralidad del templo hacía de Jerusalén una ciudad santa en forma superlativa y por lo tanto se exigía en ella conductas rígidas. Que este extremo de celo de santidad se haya aplicado principalmente a las mujeres –aunque no solo a ellas- es consecuencia del machismo que imperaba en aquellos días, pero es probable que esa sea la explicación. Otras víctimas de este celo fueron los enfermos crónicos –tanto mujeres como varones- que eran considerados impuros y maltratados socialmente más en el mundo del siglo I que en los siglos anteriores. Por otro lado el mundo preponderantemente rural –o de aldeas pequeñas- del AT y más alejado de la ciudad santa daba espacio para el desarrollo de relaciones más libres y afectivas por lo tanto posibilidades de crear liderazgo femenino y de cierta benevolencia hacia los enfermos. Sea cual fuere el motivo, es llamativo que el anuncio del inminente nacimiento del hijo de Dios se hiciera a una mujer.
Varias consecuencias para la predicación podemos extraer de este relato:
La elección de María es llamativa. Ella es una joven aún soltera pero comprometida para casarse con un joven de la casa de David. Esto último quiere decir que era judío y no samaritano, pues aunque todos descendían del mismo tronco israelita los judíos no reconocían a los samaritanos como “parientes” suyos. María es el nombre de la hermana de Moisés –en hebreo es Miriam, y seguramente así era el nombre original de María- quien había tenido un papel protagónico en la gesta de liberación de Egipto y que era recordada como una líder de las mujeres durante ese tiempo. La concurrencia del nombre no es casual y el lector de aquella época no podía dejar de vincular ambos personajes. Más aún si al hijo que ha de nacer de esta Miriam se le pondrá por nombre Jesús. En hebreo Jesús es Josué y significa “el salvador”. De modo que la criatura tendrá por madre a una nueva Miriam que ahora conducirá al pueblo hacia la liberación y dará a un hijo llamado Josué que será el nuevo dador de la tierra. Si aquel Josué cumplió la promesa de la entrega de la tierra ahora este nuevo Josué – Salvador cumplirá la promesa de una posesión mucho más profunda y transformadora que aquella otra.
La joven acepta la situación que se le plantea aunque es muy difícil para ella. ¿Quién le creería? ¿Cómo no van a acusarla de adulterio? Estas preguntas no se presentan en el texto pero sin duda estuvieron presentes en la mente del narrador. En el caso de Mateo (1:19) José busca retirarse para no tener que acusarla de haber tenido relaciones sexuales ilegales. En Lucas no se incursiona en ellas pero es evidente que para esta joven soltera explicar un embarazo por este medio era algo difícil de aceptar por quienes la rodeaban.
La tradición de la diáspora judía esperaba la concepción por una virgen y el nacimiento de un niño que liberaría a Israel de sus penurias. No debe llamarnos la atención que se utilice la figura del ángel Gabriel como actor para anunciarlo desde el momento que este ángel era muy popular en la literatura judía de fuera de Israel. Hay muchos textos no canónicos que narran sus intervenciones. Es probable entonces que en la redacción de estas historia haya habido una fuerte influencia de los cristianos surgidos entre los judíos de la diáspora donde nacimiento virginal y el ángel Gabriel gozaban de alta estima y en cierta medida se esperaba que esos elementos estuvieran presentes en la llegada del Mesías.
La mención de que reinará sobre “la casa de Jacob” le da un carácter universal al reinado del pequeño que ha de nacer. El trono de David y la casa de Jacob significan el viejo linaje de Judá y las tribus del Norte (llamados en distintos momentos Samaria, Israel, Jacob, Efraim). Para la limitada comprensión del mundo en aquel entonces esta doble jurisdicción implicaba la reunificación de todo Israel (las doce tribus) y por lo tanto la conformación de un cierto universalismo. Quizás no deberíamos obviar en la predicación que este elemento ya está presente en la Navidad cuando se llegan al niño de Belén los sabios de Oriente, representantes del resto del mundo conocido para ellos.
También se dice que su reino no tendrá fin. Esto apunta al carácter mesiánico del niño por nacer. Muchos habían pasado en el trono de Israel pero la fragilidad de su poder había hecho que no sobrevivieran el paso del tiempo. Los diversos monarcas (judíos y extranjeros) se habían presentado como eternos y todopoderosos pero la experiencia mostraba que también su gloria se marchitaba. A la vez, que su poder se había utilizado con rara excepción para oprimir y humillar al pueblo en lugar de hacer justicia y promover la paz verdadera. El anuncio de que su reino será permanente alude en consecuencia a que no será un monarca como los demás sino que su mensaje es algo nuevo y aún no conocido. Si pensamos en las expectativas que había respecto al Mesías podemos decir que un poco todos se frustraron o no lo entendieron. Para los romanos fue un caudillo político que se creía rey; para los fariseos fue un idealista exagerado y un trasgresor inútil. Para las mujeres fue una luz que se encendió y luego se volvió a apagar; para los judíos zelotes revolucionarios fue un débil y un conservador. Para los pobres fue un profeta y un liberador frustrado que generó expectativas que no fueron cumplidas. Por último, para los miles que lo vieron pasar por sus aldeas y campos fue un iluminado que terminó condenado y muerto.
Por último, la aceptación de María de la voluntad de Dios es un detalle a destacar. A veces la distorsión operada por la mariología católica ha hecho que en el mundo evangélico no evaluáramos la dimensión de su testimonio. Pero ella, así como otros varones y mujeres de Dios en la Biblia, asumió el papel que el Señor le pedía para llevar adelante el mensaje de salvación. Y lo hizo sin límites y con entrega plena al llamado de Dios.
Al finalizar el tiempo de adviento y prepararnos para celebrar la Navidad es importante recordar en nuestras predicaciones lo difícil que fue para quienes estuvieron presentes en aquella primera –y única y verdadera- Navidad asumir el desafío que se les ponía delante. Dios recurrió a ellos para que fueran vehículo de su palabra, para que comunicaran a los demás la buena noticia de la llegada del Hijo al mundo. Y ellos y ellas aceptaron el desafío. ¿Cómo respondemos nosotros al desafío de vivir con fe y confiando en que aunque no entendamos algunos de los caminos de Dios, él quiere lo mejor para sus hijos e hijas?
Varios son los elementos que señalan la extrañeza del relato. Por un lado la ubicación del evento en Nazaret, una localidad pequeña y sin historia en Galilea. Más que ciudad era una aldea sin importancia y que nunca había sido mencionada en el Antiguo Testamento. Además debemos resaltar que era de Galilea, lugar de donde no se esperaba nada significativo para la historia religiosa de Israel. En la tradición bíblica Galilea era la zona de los samaritanos con los que los judíos (los de Judea) estaban enemistados desde hacía varios siglos y con quienes no tenían ningún vínculo social ni afectivo. Por el contrario, se marginaban mutuamente. Nazaret no era una localidad samaritana pero estaba en pleno corazón de aquel territorio.
Galilea había sido el lugar desde donde cada algunos años se producían levantamientos populares de rechazo a los romanos. Como estaba lejos de la capital Jerusalén era más difícil controlarla y era por allí que los líderes judíos –zelotas, sacerdotes radicalizados, nacionalistas, etc.- cada tanto se levantaban contra el poder instalado en Jerusalén. De modo que ubicar a María en esa región era un signo contradictorio pues pocos esperaban que el Mesías pudiera surgir de esa zona.
A la vez es llamativo que la revelación se produjera a una mujer. Si bien en el Antiguo Testamento hay muchos ejemplos de Dios revelándose a mujeres, es sabido que en tiempos del Nuevo Testamento se había producido una cierta involución respecto al trato social a las mujeres. Mientras que en el Israel antiguo las mujeres llegaron a tener un protagonismo significativo y a ser partícipes de gestas muy importantes, al llegar el siglo I la sociedad israelita se había tornado más cerrada respecto de las mujeres. Algunos especulan que esto se debió al carácter más urbano del mundo del NT donde era más fácil controlar a las personas, especialmente porque la centralidad del templo hacía de Jerusalén una ciudad santa en forma superlativa y por lo tanto se exigía en ella conductas rígidas. Que este extremo de celo de santidad se haya aplicado principalmente a las mujeres –aunque no solo a ellas- es consecuencia del machismo que imperaba en aquellos días, pero es probable que esa sea la explicación. Otras víctimas de este celo fueron los enfermos crónicos –tanto mujeres como varones- que eran considerados impuros y maltratados socialmente más en el mundo del siglo I que en los siglos anteriores. Por otro lado el mundo preponderantemente rural –o de aldeas pequeñas- del AT y más alejado de la ciudad santa daba espacio para el desarrollo de relaciones más libres y afectivas por lo tanto posibilidades de crear liderazgo femenino y de cierta benevolencia hacia los enfermos. Sea cual fuere el motivo, es llamativo que el anuncio del inminente nacimiento del hijo de Dios se hiciera a una mujer.
Varias consecuencias para la predicación podemos extraer de este relato:
La elección de María es llamativa. Ella es una joven aún soltera pero comprometida para casarse con un joven de la casa de David. Esto último quiere decir que era judío y no samaritano, pues aunque todos descendían del mismo tronco israelita los judíos no reconocían a los samaritanos como “parientes” suyos. María es el nombre de la hermana de Moisés –en hebreo es Miriam, y seguramente así era el nombre original de María- quien había tenido un papel protagónico en la gesta de liberación de Egipto y que era recordada como una líder de las mujeres durante ese tiempo. La concurrencia del nombre no es casual y el lector de aquella época no podía dejar de vincular ambos personajes. Más aún si al hijo que ha de nacer de esta Miriam se le pondrá por nombre Jesús. En hebreo Jesús es Josué y significa “el salvador”. De modo que la criatura tendrá por madre a una nueva Miriam que ahora conducirá al pueblo hacia la liberación y dará a un hijo llamado Josué que será el nuevo dador de la tierra. Si aquel Josué cumplió la promesa de la entrega de la tierra ahora este nuevo Josué – Salvador cumplirá la promesa de una posesión mucho más profunda y transformadora que aquella otra.
La joven acepta la situación que se le plantea aunque es muy difícil para ella. ¿Quién le creería? ¿Cómo no van a acusarla de adulterio? Estas preguntas no se presentan en el texto pero sin duda estuvieron presentes en la mente del narrador. En el caso de Mateo (1:19) José busca retirarse para no tener que acusarla de haber tenido relaciones sexuales ilegales. En Lucas no se incursiona en ellas pero es evidente que para esta joven soltera explicar un embarazo por este medio era algo difícil de aceptar por quienes la rodeaban.
La tradición de la diáspora judía esperaba la concepción por una virgen y el nacimiento de un niño que liberaría a Israel de sus penurias. No debe llamarnos la atención que se utilice la figura del ángel Gabriel como actor para anunciarlo desde el momento que este ángel era muy popular en la literatura judía de fuera de Israel. Hay muchos textos no canónicos que narran sus intervenciones. Es probable entonces que en la redacción de estas historia haya habido una fuerte influencia de los cristianos surgidos entre los judíos de la diáspora donde nacimiento virginal y el ángel Gabriel gozaban de alta estima y en cierta medida se esperaba que esos elementos estuvieran presentes en la llegada del Mesías.
La mención de que reinará sobre “la casa de Jacob” le da un carácter universal al reinado del pequeño que ha de nacer. El trono de David y la casa de Jacob significan el viejo linaje de Judá y las tribus del Norte (llamados en distintos momentos Samaria, Israel, Jacob, Efraim). Para la limitada comprensión del mundo en aquel entonces esta doble jurisdicción implicaba la reunificación de todo Israel (las doce tribus) y por lo tanto la conformación de un cierto universalismo. Quizás no deberíamos obviar en la predicación que este elemento ya está presente en la Navidad cuando se llegan al niño de Belén los sabios de Oriente, representantes del resto del mundo conocido para ellos.
También se dice que su reino no tendrá fin. Esto apunta al carácter mesiánico del niño por nacer. Muchos habían pasado en el trono de Israel pero la fragilidad de su poder había hecho que no sobrevivieran el paso del tiempo. Los diversos monarcas (judíos y extranjeros) se habían presentado como eternos y todopoderosos pero la experiencia mostraba que también su gloria se marchitaba. A la vez, que su poder se había utilizado con rara excepción para oprimir y humillar al pueblo en lugar de hacer justicia y promover la paz verdadera. El anuncio de que su reino será permanente alude en consecuencia a que no será un monarca como los demás sino que su mensaje es algo nuevo y aún no conocido. Si pensamos en las expectativas que había respecto al Mesías podemos decir que un poco todos se frustraron o no lo entendieron. Para los romanos fue un caudillo político que se creía rey; para los fariseos fue un idealista exagerado y un trasgresor inútil. Para las mujeres fue una luz que se encendió y luego se volvió a apagar; para los judíos zelotes revolucionarios fue un débil y un conservador. Para los pobres fue un profeta y un liberador frustrado que generó expectativas que no fueron cumplidas. Por último, para los miles que lo vieron pasar por sus aldeas y campos fue un iluminado que terminó condenado y muerto.
Por último, la aceptación de María de la voluntad de Dios es un detalle a destacar. A veces la distorsión operada por la mariología católica ha hecho que en el mundo evangélico no evaluáramos la dimensión de su testimonio. Pero ella, así como otros varones y mujeres de Dios en la Biblia, asumió el papel que el Señor le pedía para llevar adelante el mensaje de salvación. Y lo hizo sin límites y con entrega plena al llamado de Dios.
Al finalizar el tiempo de adviento y prepararnos para celebrar la Navidad es importante recordar en nuestras predicaciones lo difícil que fue para quienes estuvieron presentes en aquella primera –y única y verdadera- Navidad asumir el desafío que se les ponía delante. Dios recurrió a ellos para que fueran vehículo de su palabra, para que comunicaran a los demás la buena noticia de la llegada del Hijo al mundo. Y ellos y ellas aceptaron el desafío. ¿Cómo respondemos nosotros al desafío de vivir con fe y confiando en que aunque no entendamos algunos de los caminos de Dios, él quiere lo mejor para sus hijos e hijas?
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