En ocasión del 75o. aniversario de su natalicio, los 40 años de su tesis doctoral que lo catapultó en el ambiente teológico y su visita a México para participar en el congreso "¿Es verdad que Dios ha muerto?", el Centro Basilea de Investigación y Apoyo, junto con Ediciones Dabar (que en 2006 publicó cuatro libros del escritor y teólogo brasileño de formación presbiteriana), lanzan esta antología de textos (que ya era muy necesaria) para apreciar y disfrutar la evolución teológica y literaria de uno de los principales pensadores latinoamericanos de origen protestante.
PRÓLOGO
JULIO DE SANTA ANA
A principios del siglo XX, bajo la influencia de Max Weber, se llegó a pensar que el vigor de la vida religiosa se perdía en nuestras sociedades. Sin embargo, en la segunda mitad del mismo siglo quedó claro que los fenómenos religiosos volvían a expresar una intensidad que ha sorprendido a los científicos sociales. En el día de hoy ya no cabe afirmar que el proceso de secularización, tal como se manifestó en Occidente (y que todavía persiste en algunos países de Europa), será el destino fatal de las religiones. Son numerosos quienes afirman que las diversas creencias religiosas influyen en la vida pública, y son cada vez menos los que insisten en señalar lo contrario.
El dinamismo religioso de los últimos años ha dado fuerza a las reflexiones teológicas (porque es pertinente reconocer que no hay sólo una teología, sino muchas. Por ejemplo, entre las tendencias que se observan en el cristianismo, esta diversidad es manifiesta. Y también lo es en el Islam, el hinduismo, el budismo, el animismo), que han alentado movimientos históricos de importancia. En el caso del cristianismo se pueden mencionar a la teología negra (Black theology) entre los afro-americanos de América del Norte, de la teología latinoamericana de la liberación, de las teologías feministas, de las que se articulan teniendo en cuenta las preocupaciones relativas al medio ambiente (eco-teologías), de las que corresponden a situaciones de pueblos indígenas. Con frecuencia, se combinan. Las orientaciones teológicas progresistas coexisten con las conservadoras y reaccionarias (las fundamentalistas, integristas y otras que, por lo general nutren ideologías retrógradas).
La historia de los últimos 50 años de Latinoamérica está marcada por la gravitación de una reflexión teológica que ha tenido lugar en el contexto de prácticas históricas que buscan la liberación. A pesar de que hay quienes están dispuestos a firmar el certificado de defunción de esta manera de comprender las expresiones de la fe, los hechos demuestran el dinamismo de esta línea de pensamiento. Basta tener en cuenta los resultados de procesos electorales que han tenido lugar recientemente en Bolivia, Ecuador y Paraguay.
Entre aquellos que son los “padres” de esta forma de articular la fe, Rubem Alves tiene un lugar primordial. Este libro recoge una selección de sus escritos teológicos. Revelan a un pensador que, en el marco de una comunidad que busca plasmar su liberación en la historia, afirma que esa flor rara —la libertad— tiene su ser en Dios mismo. Sus palabras resuenan haciendo eco a las de la propia Palabra de Dios: “El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Libertad a la que hemos sido llamados y a la que no debemos renunciar de ninguna manera. Rubem Alves ocupa un lugar eminente entre los que guían a las generaciones que intentan ser fieles a la vocación que es propia de su fe, recordándonos que la teología de la liberación corresponde a los oprimidos(as) y a los que desean ser solidarios con ellos. Es una teología que se hace luchando contra la opresión.
Como todo pensar teológico vivo, reconoce el marco en el que se articula. Es contextual. Para Alves, las situaciones que dieron expresión a las cogitaciones teológicas de quienes gimen por la liberación nacen de lo profundo del cuerpo. Porque quien es oprimido siente que no le permiten ser. El oprimido es consciente, de manera clara o difusa, de que se le impone una identidad que no desea, que es fruto de una voluntad extraña. Eso nutre en la criatura oprimida el deseo de ser. El “coraje de ser”, que según Tillich da testimonio de la fe, late en aquellos que son sometidos a la dominación que enajena. Por eso, para Rubem Alves, la teología es una lucha consigo mismo, con quienes buscan imponer su voluntad de dominio, para encontrar el camino que permita llegar a la fuente del ser de cada uno. Es Dios; origen de nuestra nostalgia de ser, nuestra hambre y sed de liberación.
Porque tiene este sesgo existencial, su teología de la liberación busca la resurrección del cuerpo. Por eso, también, es cuestión de palabras, de lenguaje. Sin embargo, para Rubem Alves, no se trata de un habla cualquiera. No es lo que Heidegger llamó “charlatanería”, modo de discurrir que no tiene ni hace sentido. Se trata de un hablar, de un decir, que busca la creación, la belleza. Por consiguiente, no es aquella repetición de fórmulas que ofrecen seguridad. Es el lenguaje de los poetas, que juegan con los vocablos libremente. La suya es “teología como juego”. La seriedad que buscan los que quieren producir algo, que lleva a la repetición, no es propia de Rubem Alves. “El juego es una actividad no productiva. No tiene por objeto producir algo”. El juego es una actividad que produce placer. Por eso el ensueño, que da placer, es una vía teológica. Ensueño que expresa nuestro deseo. Se trata del deseo de libertad, de belleza, de ser, de Dios. Ensueño que, a veces, llegan a plasmar poetas o músicos. En raras oportunidades, algunos teólogos (San Agustín, Lutero, Bonhoeffer, Tillich, Albert Schweitzer). Quizás esta dificultad para el ensueño haya sido motivo para que, allá por 1987, haya llegado a decir: “Renuncio a la teología. No tengo ninguna verdad que compartir, pero deposito mi cuerpo en la poesía. Es lo único que puedo ofrecer”.
Sin embargo, este poeta empedernido, que también dialoga con Bach, Vivaldi, Scarlatti, Mozart, confiesa su fe protestante. Fe que expresa la densidad de su ser, su individualidad peculiar, su valor para afirmar, con Lutero, que el áncora de su ser es su conciencia, junto con la Palabra de Dios. Por eso, Rubem Alves es y será teólogo.
Invito a quienes se sientan movidos por el ensueño, por el deseo, por la búsqueda de la liberación, por el Espíritu, o sea por Dios mismo, a vislumbrar algunos destellos en los escritos que siguen.
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