2 de noviembre de 2008
Walter Altmann, en su libro Lutero y liberación: una perspectiva latinoamericana, sugiere que ha llegado el tiempo en nuestra historia para evaluar de nuevo la enseñanza central que Lutero sacó de la Escritura. Según el profesor Altmann, de la Escuela Superior de Teología de San Leopoldo, Brasil, las obras y las ideas de Lutero eran adecuadas para sus tiempos y sus circunstancias, pero nuestros contextos culturales en el mundo occidental de hoy exigen que modifiquemos la doctrina de la justificación. “Mucho del impacto libertador y revolucionario de Lutero se ha perdido hoy”, a causa de su ineficacia social. Según Altmann, no trae resultados. Lo que en un tiempo era una teología libertadora, en un sentido personal y eclesiástico, tiene que hacerse aplicable en escala mayor en la vida social y política. (Altmann, viii-ix).
El problema, como lo ve Altmann, es un asunto de énfasis. Para Lutero la justificación involucraba la culpa personal y la recepción pasiva del don de la justicia de Cristo. Liberado por la fe, Lutero vio al cristiano individual como un instrumento del amor en el mundo. Pero surge la pregunta “si el énfasis de Lutero sobre la pasividad, [es decir ser inactivo] en la justificación, también conduciría a una pasividad ética, y por tanto a la negación de la tarea de la liberación” (Ibid., 38). En palabras sencillas, ¿Estaría el pecador justificado, libertado por Cristo, indiferente e inactivo en la búsqueda de la justicia social? “Cuando enfatizamos la pasividad en la justificación podemos — tal vez sin quererlo — estar justificando una ética cómoda,” según Altmann, y luego se explica: “La pasividad de la experiencia de Lutero de la justificación se utiliza para justificar no participar en la tarea de la liberación” (Ibid.).
Para Altmann, la posición de Lutero durante la guerra campesina es un caso de referencia. Había razones por las que Lutero “rechazó el intento de los campesinos de usar la Biblia para legitimar sus exigencias políticas y sociales.” “Tenía miedo”, dice Altmann, “de que la victoria ganada con tanta dificultad sobre el control religioso [católico] del poder político sería revertido, y que el evangelio, distorsionado para convertirse en ley, se perdería” (Ibid. 39). Así, a pesar de las quejas sociales de los campesinos, Lutero se puso al lado de los príncipes contra los campesinos en interés de preservar el orden político. Pero ahora las cosas son diferentes. “Hoy”, indica Altmann, “es importante enfatizar que la voluntad política se ejerce desde abajo. La gente, específicamente los oprimidos, son los nuevos sujetos históricos que buscan la transformación de la situación actual y de los sistemas de justicia social” (Altmann, 10). La libertad cristiana ahora tiene un sonido diferente, un sonido decididamente social y político. “Hoy nuestro énfasis tiene que ser diferente”, afirma Altman, y da la razón por qué. “Es importante que la vida bajo la gracia, una vida de compasión, no se entienda como una vida individualista, solamente una paz interna, sino más bien una vida comunitaria colectiva que toma forma concreta en nuestras sociedades” (Ibid., 39).
¿Qué, entonces, se debe hacer hoy? Tenemos que cuidar, dice el profesor, “de que el reino de Dios se haga visible mediante señales que son hechas visibles por los que siguen a Jesús” (Ibid., 39; el énfasis es mío). La manera de hacerlo es modificar la doctrina de la justificación adaptando la terminología bíblica a nuestros tiempos. Sugiere que nos apartemos de palabras jurídicas usadas para predicar la justificación, y que utilicemos palabras más compatibles con la vida del siglo XX.
Usando como fuente a Pablo Tillich, Altmann nos pide sustituir la palabra aceptación como un término más apropiado que la justificación para los problemas de nuestro tiempo, es decir la liberación social. En el contexto del dominio y dependencia, el término aceptación significa más en la vida de los que anhelan la liberación. Y “el término ‘liberación’ es especialmente adecuado para expresar la ‘totalidad’ de la salvación, y su carácter como un proceso, tanto como sus dimensiones personales e históricas. ‘La liberación’”, enfatiza al crítico, “también comunica la dialéctica bíblica de estar libre de (una esclavitud), y libre para (un servicio), tejiendo la acción gratuita de Dios con el compromiso ético humano” (Ibid., 41). Si este lector entiende correctamente, la obra de Dios y nuestras obras se entretejen en una expresión con este proceso.
El problema, como lo ve Altmann, es un asunto de énfasis. Para Lutero la justificación involucraba la culpa personal y la recepción pasiva del don de la justicia de Cristo. Liberado por la fe, Lutero vio al cristiano individual como un instrumento del amor en el mundo. Pero surge la pregunta “si el énfasis de Lutero sobre la pasividad, [es decir ser inactivo] en la justificación, también conduciría a una pasividad ética, y por tanto a la negación de la tarea de la liberación” (Ibid., 38). En palabras sencillas, ¿Estaría el pecador justificado, libertado por Cristo, indiferente e inactivo en la búsqueda de la justicia social? “Cuando enfatizamos la pasividad en la justificación podemos — tal vez sin quererlo — estar justificando una ética cómoda,” según Altmann, y luego se explica: “La pasividad de la experiencia de Lutero de la justificación se utiliza para justificar no participar en la tarea de la liberación” (Ibid.).
Para Altmann, la posición de Lutero durante la guerra campesina es un caso de referencia. Había razones por las que Lutero “rechazó el intento de los campesinos de usar la Biblia para legitimar sus exigencias políticas y sociales.” “Tenía miedo”, dice Altmann, “de que la victoria ganada con tanta dificultad sobre el control religioso [católico] del poder político sería revertido, y que el evangelio, distorsionado para convertirse en ley, se perdería” (Ibid. 39). Así, a pesar de las quejas sociales de los campesinos, Lutero se puso al lado de los príncipes contra los campesinos en interés de preservar el orden político. Pero ahora las cosas son diferentes. “Hoy”, indica Altmann, “es importante enfatizar que la voluntad política se ejerce desde abajo. La gente, específicamente los oprimidos, son los nuevos sujetos históricos que buscan la transformación de la situación actual y de los sistemas de justicia social” (Altmann, 10). La libertad cristiana ahora tiene un sonido diferente, un sonido decididamente social y político. “Hoy nuestro énfasis tiene que ser diferente”, afirma Altman, y da la razón por qué. “Es importante que la vida bajo la gracia, una vida de compasión, no se entienda como una vida individualista, solamente una paz interna, sino más bien una vida comunitaria colectiva que toma forma concreta en nuestras sociedades” (Ibid., 39).
¿Qué, entonces, se debe hacer hoy? Tenemos que cuidar, dice el profesor, “de que el reino de Dios se haga visible mediante señales que son hechas visibles por los que siguen a Jesús” (Ibid., 39; el énfasis es mío). La manera de hacerlo es modificar la doctrina de la justificación adaptando la terminología bíblica a nuestros tiempos. Sugiere que nos apartemos de palabras jurídicas usadas para predicar la justificación, y que utilicemos palabras más compatibles con la vida del siglo XX.
Usando como fuente a Pablo Tillich, Altmann nos pide sustituir la palabra aceptación como un término más apropiado que la justificación para los problemas de nuestro tiempo, es decir la liberación social. En el contexto del dominio y dependencia, el término aceptación significa más en la vida de los que anhelan la liberación. Y “el término ‘liberación’ es especialmente adecuado para expresar la ‘totalidad’ de la salvación, y su carácter como un proceso, tanto como sus dimensiones personales e históricas. ‘La liberación’”, enfatiza al crítico, “también comunica la dialéctica bíblica de estar libre de (una esclavitud), y libre para (un servicio), tejiendo la acción gratuita de Dios con el compromiso ético humano” (Ibid., 41). Si este lector entiende correctamente, la obra de Dios y nuestras obras se entretejen en una expresión con este proceso.
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