LA REFORMA PROTESTANTE: ¿QUÉ PASÓ CON LA MUJERES? (II)
JOANA ORTEGA
La mujeres anabaptistas merecen una mención especial, ya que su condición resulto ser bastante dramática: fueron consideradas herejes tanto por los católicos como por los protestantes, y muchas de ellas fueron procesadas y condenadas acusadas de radicalismo religioso y social. Vale la pena recordar a Isabel Dirks, una holandesa que fue considerada como maestra de los herejes por poseer una copia de los Evangelios en latín. Fue interrogada y torturada por los inquisidores desde el 15 de enero hasta el 27 de marzo de 1549 para que revelase el nombre de los otros adeptos del grupo. Cuando ella se negó a proporcionar dicha información fue metida en un saco y ahogada según el Derecho Romano del siglo VI que imponía la pena de muerte para los que defendiesen el “nuevo bautismo”.
También vale la pena mencionar a las italianas Giulia Gonzaga (1512-1566); Catherina Cibo (1501-1557); Vittoria Colona (14901547); Isabella Bresegna (1510-1567) (española pero exiliada en Nápoles huyendo de la Inquisición); Olimpia de Morato (1526-1555) que, a los 13 años ya sabía griego y latín, y leía a Cicerón.
De obligado recuerdo es una de las mujeres más representativas en la Reforma francesa: Margarita de Navarra (1555-1572). Sin duda, se trata de una mujer avanzada a su tiempo. Escribió y publico poesías y se caracterizó por su carácter abierto, por su cultura y por hacer de su corte un centro del humanismo. Asume la reforma calvinista, lo que la convierte en un blanco de las iras de la Inquisición, de la monarquía españolas y de los católicos franceses. Murió envenenada la Noche de San Bartolomé (matanza de 3000 hugonotes) el 24 de agosto de 1572.
Esas mujeres existieron de verdad y comprometieron su vida, hasta el punto de que esta especie de movimiento femenino interesado en la Reforma y que se originó en ella, provocó un sentimiento de crisis en lo que tenía que ver con las mujeres y el lugar que les correspondía. Esta mujer “en crisis” no fue soportado durante mucho tiempo por los protestantes e, inevitablemente, llegó el desengaño y la desilusión.
La primera desilusión fue los siete años del comienzo de la Reforma y de la guerra de los campesinos. Como es de suponer, la historiografía no recoge el número de campesinas que perecieron en la matanza de los 100.000 muertos reconocidos. Incitados de alguna manera por Lutero, católicos y protestantes torturaron y asesinaron sin compasión, sin justicia y sin decencia a muchas de esas mujeres.
Dos años después , en el Saqueo de Roma, muchas mujeres prefirieron suicidarse antes que caer en manos de unos o de otros. Este exterminio se llevó a cabo, en parte, por mercenarios alemanes. También fueron bastante disuasivos para las conciencias femeninas orientadas hacia la Reforma, los malos tratos de los anabaptistas radicales a las mujeres que se negaban a aceptar la poligamia.
Sin embargo, esta situación no pudo erradicar la aportación de las mujeres intelectuales. Algunas de ellas representan un verdadero ejemplo de cómo la primacía de la conciencia se defiende abandonándolo todo, incluso lo más amado, como pueden ser los hijos.
Muchas mujeres de la Reforma tuvieron que pasar por las torturas y las degradaciones de los autos inquisitoriales católicos y, desgraciadamente, también protestantes. Aunque debe reconocerse que las víctimas de las represiones anglicanas, lolardas y cuáqueras no tienen ni punto de comparación con las víctimas de la Inquisición.
Tampoco podemos olvidarnos del movimiento sufragista, mucho más fuerte en los países protestantes, más modernos, evolucionados y prósperos, que en los países católicos, de carácter más conservador y tradicionalista; ni del feminismo norteamericano, que parte de un sistema político democrático fuertemente ligado a los grupos protestantes que defendían la necesidad de una reforma moral (siguiendo las ideas de Butler), y la abolición de la esclavitud.
La participación femenina a favor de la abolición de la esclavitud creó una conciencia en las mujeres de que la situación de los esclavos y la suya propia no era demasiado diferente en lo que respecta a los derechos humanos.
Las condiciones sociales y culturales estadounidenses favorecieron la extensión de movimientos femeninos. Gracias a la práctica de los principios protestantes que promovían la lectura e interpretación individual de la Biblia, muchas mujeres fueron alfabetizadas, lo cual llevo casi a la erradicación del analfabetismo entre las mujeres americanas a principios del siglo XIX.
El primer documento colectivo del feminismo norteamericano lo encontramos en la Declaración de Seneca Falls, aprobada el 19 de Julio de 1848 en una iglesia metodista de esa población del estado de Nueva York. Elizabeth Cady Staton fue la encargada de leer estas palabras:
“La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones por parte del hombre con respecto a la mujer, y cuyo objetivo directo es el establecimiento de una tiranía absoluta sobre ella. Para demostrar esto, someteremos los hechos a un mundo confiado. El hombre nunca le ha permitido que ella disfrute del derecho inalienable del voto. La ha obligado a someterse a unas leyes en cuya elaboración no tiene voz.
Le ha negado derechos que se conceden a los hombres más ignorantes e indignos, tanto indígenas como extranjeros. Habiéndola privado de este primer derecho de todo ciudadano, el del sufragio, dejándola así sin representación en las asambleas legislativas, la ha oprimido desde todos los ángulos.
Si está casada la ha dejado civilmente muerta ante la ley.
La ha despojado de todo derecho de propiedad, incluso sobre el jornal que ella misma gana.
Moralmente la ha convertido en un ser irresponsable, ya que puede cometer toda clase de delitos con impunidad, con tal de que sean cometidos en presencia de su marido.
En el pacto matrimonial ella está obligada a prometer obediencia a su marido, llegando a ser éste a todos los efectos su amo –la ley le ha dado poder para privarla de su libertad y administrar castigos...” (Declaración de Séneca Falls).
La conciencia, por tanto, de la necesidad de reconocer los derechos y la dignidad de las mujeres como seres humanos, está ya muy clara en esta declaración de mediados del siglo XIX, leída y defendida por una ilustrada y comprometida mujer protestante. No cabe duda de que su religión le proveyó la fuerza y las ideas necesarias para emprender y continuar la lucha. A este respecto Richard Evans ha escrito: “La creencia protestante en el derecho de todos los hombres y mujeres a trabajar individualmente por su propia salvación proporcionaría una seguridad indispensable, y a menudo realmente una auténtica inspiración, a muchas, si no a casi todas las luchadoras de las campañas feministas del siglo XIX.”
Resumiendo, las mujeres protestantes tenemos una historia, una tradición, una genealogía. Lo cierto es que han intentado privarnos de tan increíble privilegio. Una pregunta final: ¿Es justo, correcto, necesario y nada redundante referirnos a nuestra historia nombrando a los y las protestantes que nos precedieron? Nuestro pueblo no sólo tiene padres, también tiene madres. La historia protestante también tiene nombre de mujer.
También vale la pena mencionar a las italianas Giulia Gonzaga (1512-1566); Catherina Cibo (1501-1557); Vittoria Colona (14901547); Isabella Bresegna (1510-1567) (española pero exiliada en Nápoles huyendo de la Inquisición); Olimpia de Morato (1526-1555) que, a los 13 años ya sabía griego y latín, y leía a Cicerón.
De obligado recuerdo es una de las mujeres más representativas en la Reforma francesa: Margarita de Navarra (1555-1572). Sin duda, se trata de una mujer avanzada a su tiempo. Escribió y publico poesías y se caracterizó por su carácter abierto, por su cultura y por hacer de su corte un centro del humanismo. Asume la reforma calvinista, lo que la convierte en un blanco de las iras de la Inquisición, de la monarquía españolas y de los católicos franceses. Murió envenenada la Noche de San Bartolomé (matanza de 3000 hugonotes) el 24 de agosto de 1572.
Esas mujeres existieron de verdad y comprometieron su vida, hasta el punto de que esta especie de movimiento femenino interesado en la Reforma y que se originó en ella, provocó un sentimiento de crisis en lo que tenía que ver con las mujeres y el lugar que les correspondía. Esta mujer “en crisis” no fue soportado durante mucho tiempo por los protestantes e, inevitablemente, llegó el desengaño y la desilusión.
La primera desilusión fue los siete años del comienzo de la Reforma y de la guerra de los campesinos. Como es de suponer, la historiografía no recoge el número de campesinas que perecieron en la matanza de los 100.000 muertos reconocidos. Incitados de alguna manera por Lutero, católicos y protestantes torturaron y asesinaron sin compasión, sin justicia y sin decencia a muchas de esas mujeres.
Dos años después , en el Saqueo de Roma, muchas mujeres prefirieron suicidarse antes que caer en manos de unos o de otros. Este exterminio se llevó a cabo, en parte, por mercenarios alemanes. También fueron bastante disuasivos para las conciencias femeninas orientadas hacia la Reforma, los malos tratos de los anabaptistas radicales a las mujeres que se negaban a aceptar la poligamia.
Sin embargo, esta situación no pudo erradicar la aportación de las mujeres intelectuales. Algunas de ellas representan un verdadero ejemplo de cómo la primacía de la conciencia se defiende abandonándolo todo, incluso lo más amado, como pueden ser los hijos.
Muchas mujeres de la Reforma tuvieron que pasar por las torturas y las degradaciones de los autos inquisitoriales católicos y, desgraciadamente, también protestantes. Aunque debe reconocerse que las víctimas de las represiones anglicanas, lolardas y cuáqueras no tienen ni punto de comparación con las víctimas de la Inquisición.
Tampoco podemos olvidarnos del movimiento sufragista, mucho más fuerte en los países protestantes, más modernos, evolucionados y prósperos, que en los países católicos, de carácter más conservador y tradicionalista; ni del feminismo norteamericano, que parte de un sistema político democrático fuertemente ligado a los grupos protestantes que defendían la necesidad de una reforma moral (siguiendo las ideas de Butler), y la abolición de la esclavitud.
La participación femenina a favor de la abolición de la esclavitud creó una conciencia en las mujeres de que la situación de los esclavos y la suya propia no era demasiado diferente en lo que respecta a los derechos humanos.
Las condiciones sociales y culturales estadounidenses favorecieron la extensión de movimientos femeninos. Gracias a la práctica de los principios protestantes que promovían la lectura e interpretación individual de la Biblia, muchas mujeres fueron alfabetizadas, lo cual llevo casi a la erradicación del analfabetismo entre las mujeres americanas a principios del siglo XIX.
El primer documento colectivo del feminismo norteamericano lo encontramos en la Declaración de Seneca Falls, aprobada el 19 de Julio de 1848 en una iglesia metodista de esa población del estado de Nueva York. Elizabeth Cady Staton fue la encargada de leer estas palabras:
“La historia de la humanidad es la historia de las repetidas vejaciones y usurpaciones por parte del hombre con respecto a la mujer, y cuyo objetivo directo es el establecimiento de una tiranía absoluta sobre ella. Para demostrar esto, someteremos los hechos a un mundo confiado. El hombre nunca le ha permitido que ella disfrute del derecho inalienable del voto. La ha obligado a someterse a unas leyes en cuya elaboración no tiene voz.
Le ha negado derechos que se conceden a los hombres más ignorantes e indignos, tanto indígenas como extranjeros. Habiéndola privado de este primer derecho de todo ciudadano, el del sufragio, dejándola así sin representación en las asambleas legislativas, la ha oprimido desde todos los ángulos.
Si está casada la ha dejado civilmente muerta ante la ley.
La ha despojado de todo derecho de propiedad, incluso sobre el jornal que ella misma gana.
Moralmente la ha convertido en un ser irresponsable, ya que puede cometer toda clase de delitos con impunidad, con tal de que sean cometidos en presencia de su marido.
En el pacto matrimonial ella está obligada a prometer obediencia a su marido, llegando a ser éste a todos los efectos su amo –la ley le ha dado poder para privarla de su libertad y administrar castigos...” (Declaración de Séneca Falls).
La conciencia, por tanto, de la necesidad de reconocer los derechos y la dignidad de las mujeres como seres humanos, está ya muy clara en esta declaración de mediados del siglo XIX, leída y defendida por una ilustrada y comprometida mujer protestante. No cabe duda de que su religión le proveyó la fuerza y las ideas necesarias para emprender y continuar la lucha. A este respecto Richard Evans ha escrito: “La creencia protestante en el derecho de todos los hombres y mujeres a trabajar individualmente por su propia salvación proporcionaría una seguridad indispensable, y a menudo realmente una auténtica inspiración, a muchas, si no a casi todas las luchadoras de las campañas feministas del siglo XIX.”
Resumiendo, las mujeres protestantes tenemos una historia, una tradición, una genealogía. Lo cierto es que han intentado privarnos de tan increíble privilegio. Una pregunta final: ¿Es justo, correcto, necesario y nada redundante referirnos a nuestra historia nombrando a los y las protestantes que nos precedieron? Nuestro pueblo no sólo tiene padres, también tiene madres. La historia protestante también tiene nombre de mujer.
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