2 de noviembre de 2008
1. Releer y traducir la justificación a un lenguaje práctico y actual
Luego de las definiciones teológicas de fuerte alcance histórico, vienen las acciones prácticas y concretas que aterricen las intuiciones y logros. Se trata de vislumbrar la forma en que el acceso, redescubrimiento o explosión de los grandes postulados de las reformas religiosas del siglo XVI den paso a nuevas acciones y compromisos a favor de la vida de las ,personas y comunidades en busca de que los diversos movimientos de renovación alcancen efectividad social, cultural y espiritual. En otras palabras, intentar que los principios se conviertan en valores espirituales que permeen la fe, la conciencia y la conducta de los y las creyentes. Así, la traducción de las doctrinas o creencias reformadas constituye un esfuerzo inevitable en este sentido, pues muchas veces la distancia espacio-temporal entre la Reforma y nosotros sigue siendo un obstáculo para apropiarnos de su riqueza espiritual. Un ejemplo de ese esfuerzo fue la serie de artículos que la publicó la revista El Faro y que después se convirtió en un libro (Versión popular, actualizada y amplificada de la Confesión de Fe de Westminster, 1990). El proyecto consistió en reescribir la Confesión de Fe de Westminster desde México, con las preocupaciones y criterios de aquí, en un lenguaje más accesible y directo. El autor del primer tomo, Juanleandro Garza, acometió la labor con un ímpetu admirable, pues trazó las líneas dominantes que se utilizaron en un segundo tomo, aparecido cuatro años después y en donde colaboraron varios autores. La importancia de esta revisión es planteada, casi a la inversa, por un analista católico:
El término de “justificación” ya no es muy usado, ni siquiera en el lenguaje religioso, y mucho menos, claro está, en el lenguaje común. Está, incluso, desapareciendo de las traducciones de la Biblia sustituido por otros términos más comprensibles en el lenguaje moderno.
Sin embargo, el verbo “justificar” y los sustantivos “justicia” y “justificación” aparecen nada menos que cuarenta veces tan solo en la Carta a los Romanos. Frecuente también en la Carta a los Gálatas, un poco menos en Filipenses.
“Justificación” quiere decir la condición del que es justo. Digamos mejor, el paso del pecado a la condición de justo. El paso de la situación de pecado a la justicia. Se trata, por tanto, del acto por el que el hombre pecador, mediante la obra de la gracia de Dios sale del pecado y, dejando de ser enemigo de Dios, pasa a la condición de justo, y Dios le acepta y le mira con ojos de bondad. Esto es lo que la Nueva Biblia Española llama “rehabilitar”. “Dios rehabilita al pecador”. La traducción popular Dios habla hoy alterna dos términos: “Dios declara libres de culpa” o bien “Dios libra de culpa al pecador”.[1]
La propuesta para reinterpretar la justificación como amnistía o rehabilitación es una posibilidad que permitiría ir más allá del símil forense con que Pablo abordó el asunto y que, en determinados contextos, puede reducir los alcances de tan importante realidad pues, como subraya el exegeta Joachim Jeremias (cit. por E. Bravo), “La justificación de Dios es una efusión de gracia que rebasa la esfera legal”. El lenguaje paulino es muy consistente:
Para justificarnos Dios ha tomado en cuenta la obra redentora de Jesucristo, es decir, su Sangre y su Pasión. Así se dirá que .estamos ahora justificados por su sangre. (Rom 5,9) o .en el Nombre del Señor Jesucristo. (1 Cor 6,11). Se dirá asimismo que Jesucristo es nuestra justicia (1 Cor 1,30; 2 Cor 5,21) y, particularizando más, .Por su obediencia muchos serán constituidos justos. (Rom 5,19) y también: Fuimos reconciliados con Dios por la Muerte de su Hijo. (Rom 5,10), por eso afirma igualmente: que Él .murió por nuestros pecados, pero resucitó para nuestra justificación. (Rom 5,25). Con tal respaldo, .ahora nos gloriamos ante Dios por obra de nuestro Señor Jesucristo, mediante el cual hemos recibido la reconciliación. (Rom 5,11)” (op. cit.).
Esta manera de hablar necesita una adaptación contemporánea para que los creyentes apreciemos su forma y fondo y así poder interiorizar y transmitir, en todas nuestras relaciones, el perdón recibido y la forma en que hemos sido restaurados como seres humanos dignos. La justificación es un proceso de dignificación de la criatura humana, pues así le será posible presentarse, en primer lugar, delante de Dios, y después, en todas sus interacciones, como una persona libre, consciente y dispuesta a transformar el mundo en que le ha tocado vivir.
Luego de las definiciones teológicas de fuerte alcance histórico, vienen las acciones prácticas y concretas que aterricen las intuiciones y logros. Se trata de vislumbrar la forma en que el acceso, redescubrimiento o explosión de los grandes postulados de las reformas religiosas del siglo XVI den paso a nuevas acciones y compromisos a favor de la vida de las ,personas y comunidades en busca de que los diversos movimientos de renovación alcancen efectividad social, cultural y espiritual. En otras palabras, intentar que los principios se conviertan en valores espirituales que permeen la fe, la conciencia y la conducta de los y las creyentes. Así, la traducción de las doctrinas o creencias reformadas constituye un esfuerzo inevitable en este sentido, pues muchas veces la distancia espacio-temporal entre la Reforma y nosotros sigue siendo un obstáculo para apropiarnos de su riqueza espiritual. Un ejemplo de ese esfuerzo fue la serie de artículos que la publicó la revista El Faro y que después se convirtió en un libro (Versión popular, actualizada y amplificada de la Confesión de Fe de Westminster, 1990). El proyecto consistió en reescribir la Confesión de Fe de Westminster desde México, con las preocupaciones y criterios de aquí, en un lenguaje más accesible y directo. El autor del primer tomo, Juanleandro Garza, acometió la labor con un ímpetu admirable, pues trazó las líneas dominantes que se utilizaron en un segundo tomo, aparecido cuatro años después y en donde colaboraron varios autores. La importancia de esta revisión es planteada, casi a la inversa, por un analista católico:
El término de “justificación” ya no es muy usado, ni siquiera en el lenguaje religioso, y mucho menos, claro está, en el lenguaje común. Está, incluso, desapareciendo de las traducciones de la Biblia sustituido por otros términos más comprensibles en el lenguaje moderno.
Sin embargo, el verbo “justificar” y los sustantivos “justicia” y “justificación” aparecen nada menos que cuarenta veces tan solo en la Carta a los Romanos. Frecuente también en la Carta a los Gálatas, un poco menos en Filipenses.
“Justificación” quiere decir la condición del que es justo. Digamos mejor, el paso del pecado a la condición de justo. El paso de la situación de pecado a la justicia. Se trata, por tanto, del acto por el que el hombre pecador, mediante la obra de la gracia de Dios sale del pecado y, dejando de ser enemigo de Dios, pasa a la condición de justo, y Dios le acepta y le mira con ojos de bondad. Esto es lo que la Nueva Biblia Española llama “rehabilitar”. “Dios rehabilita al pecador”. La traducción popular Dios habla hoy alterna dos términos: “Dios declara libres de culpa” o bien “Dios libra de culpa al pecador”.[1]
La propuesta para reinterpretar la justificación como amnistía o rehabilitación es una posibilidad que permitiría ir más allá del símil forense con que Pablo abordó el asunto y que, en determinados contextos, puede reducir los alcances de tan importante realidad pues, como subraya el exegeta Joachim Jeremias (cit. por E. Bravo), “La justificación de Dios es una efusión de gracia que rebasa la esfera legal”. El lenguaje paulino es muy consistente:
Para justificarnos Dios ha tomado en cuenta la obra redentora de Jesucristo, es decir, su Sangre y su Pasión. Así se dirá que .estamos ahora justificados por su sangre. (Rom 5,9) o .en el Nombre del Señor Jesucristo. (1 Cor 6,11). Se dirá asimismo que Jesucristo es nuestra justicia (1 Cor 1,30; 2 Cor 5,21) y, particularizando más, .Por su obediencia muchos serán constituidos justos. (Rom 5,19) y también: Fuimos reconciliados con Dios por la Muerte de su Hijo. (Rom 5,10), por eso afirma igualmente: que Él .murió por nuestros pecados, pero resucitó para nuestra justificación. (Rom 5,25). Con tal respaldo, .ahora nos gloriamos ante Dios por obra de nuestro Señor Jesucristo, mediante el cual hemos recibido la reconciliación. (Rom 5,11)” (op. cit.).
Esta manera de hablar necesita una adaptación contemporánea para que los creyentes apreciemos su forma y fondo y así poder interiorizar y transmitir, en todas nuestras relaciones, el perdón recibido y la forma en que hemos sido restaurados como seres humanos dignos. La justificación es un proceso de dignificación de la criatura humana, pues así le será posible presentarse, en primer lugar, delante de Dios, y después, en todas sus interacciones, como una persona libre, consciente y dispuesta a transformar el mundo en que le ha tocado vivir.
2. Justificación y justicia: sus posibilidades para la fe y la acción
Incluso la vertiente legal de la justificación tiene una derivación que pocas veces se aborda como una responsabilidad para la fe como factor de movilización individual y colectiva: la lucha por la justicia. La justificación se ubica en el mismo campo semántico que la justicia y la pasión que la ausencia de ésta provoca en ambientes desprovistos de la misma debería manifestarse con mayor claridad en el ámbito de quienes dicen haber sido “convertidos en justicia” (“declarados justos”) por la libre gracia y el amor de Dios en Jesucristo. Quién sabe si Pablo se habría identificado con los énfasis protestantes acerca de la justificación, porque acaso los propios acentos de su época resuenan de tal forma en sus afirmaciones que el apóstol de los gentiles no se sentiría muy cómodo entre nosotros. Lo cierto es que su celo legal en cuanto al impacto de la obra justificadora, amnistiadora, rehabilitadora, de Dios en la vida humana buscó aplicación en la lucha por la justicia en todas sus manifestaciones. Hoy que somos confrontados cotidianamente por los sistemas políticos y empresariales a denunciar la injusticia en algunas de sus manifestaciones, debemos recordar que ha sido el Evangelio liberador de Jesucristo el que primero nos llama a asumir una postura profética que opte, incondicionalmente por la justicia. No hay que olvidar, por ejemplo, la postura tan digna del zapatismo cuando se ofreció la amnistía para el movimiento en las semanas posteriores y la respuesta incisiva que recibió dicha oferta, encabezada por la contundente pregunta: “¿De qué van a perdonarnos?”.[2]
La libertad humana a la que llama Jesús con la justificación, amnistía o rehabilitación es una forma de capacitación para que todos los cristianos sean profetas, esto es, seres humanos concientizados por su fe para situarse al lado de todas aquellas situaciones, pequeñas y grandes, en las que la justicia adquiere rango de necesidad, de urgencia. La aplicación de la justicia divina a las relaciones de Dios con su pueblo y la humanidad en general debe generar proyectos y procesos individuales y colectivos de compromiso cristiano con las más elementales conductas de justicia entre las personas, en todos sus niveles. Como explica Arnold J. Koelpin, siguiendo a Walter Altmann:
Incluso la vertiente legal de la justificación tiene una derivación que pocas veces se aborda como una responsabilidad para la fe como factor de movilización individual y colectiva: la lucha por la justicia. La justificación se ubica en el mismo campo semántico que la justicia y la pasión que la ausencia de ésta provoca en ambientes desprovistos de la misma debería manifestarse con mayor claridad en el ámbito de quienes dicen haber sido “convertidos en justicia” (“declarados justos”) por la libre gracia y el amor de Dios en Jesucristo. Quién sabe si Pablo se habría identificado con los énfasis protestantes acerca de la justificación, porque acaso los propios acentos de su época resuenan de tal forma en sus afirmaciones que el apóstol de los gentiles no se sentiría muy cómodo entre nosotros. Lo cierto es que su celo legal en cuanto al impacto de la obra justificadora, amnistiadora, rehabilitadora, de Dios en la vida humana buscó aplicación en la lucha por la justicia en todas sus manifestaciones. Hoy que somos confrontados cotidianamente por los sistemas políticos y empresariales a denunciar la injusticia en algunas de sus manifestaciones, debemos recordar que ha sido el Evangelio liberador de Jesucristo el que primero nos llama a asumir una postura profética que opte, incondicionalmente por la justicia. No hay que olvidar, por ejemplo, la postura tan digna del zapatismo cuando se ofreció la amnistía para el movimiento en las semanas posteriores y la respuesta incisiva que recibió dicha oferta, encabezada por la contundente pregunta: “¿De qué van a perdonarnos?”.[2]
La libertad humana a la que llama Jesús con la justificación, amnistía o rehabilitación es una forma de capacitación para que todos los cristianos sean profetas, esto es, seres humanos concientizados por su fe para situarse al lado de todas aquellas situaciones, pequeñas y grandes, en las que la justicia adquiere rango de necesidad, de urgencia. La aplicación de la justicia divina a las relaciones de Dios con su pueblo y la humanidad en general debe generar proyectos y procesos individuales y colectivos de compromiso cristiano con las más elementales conductas de justicia entre las personas, en todos sus niveles. Como explica Arnold J. Koelpin, siguiendo a Walter Altmann:
Para Lutero la justificación involucraba la culpa personal y la recepción pasiva del don de la justicia de Cristo. Liberado por la fe, Lutero vio al cristiano individual como un instrumento del amor en el mundo. Pero surge la pregunta “si el énfasis de Lutero sobre la pasividad, [es decir ser inactivo] en la justificación, también conduciría a una pasividad ética, y por tanto a la negación de la tarea de la liberación”. En palabras sencillas, ¿Estaría el pecador justificado, libertado por Cristo, indiferente e inactivo en la búsqueda de la justicia social? “Cuando enfatizamos la pasividad en la justificación podemos — tal vez sin quererlo — estar justificando una ética cómoda,” según Altmann, y luego se explica: “La pasividad de la experiencia de Lutero de la justificación se utiliza para justificar no participar en la tarea de la liberación”.[3]
De modo que se da un maravilloso encuentro entre esas dos teologías aparentemente opuestas, la de Pablo y la de Santiago: la salvación no es por obras, “para que nadie se gloríe” (Ef 2.9), pero “la fe sin obras es muerta” (Stg 2).
Notas
[1] Ernesto Bravo, “La justificación por la fe sola. Un enfoque nuevo para un viejo problema”, en Revista Bíblica, año 51, 1989, pp. 11-38, www.revistabiblica.org.ar/articulos/rb51_11.pdf, p. 2.
[2] Un fragmento amplio de dicha respuesta: ¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados? ¿De no habernos atenido al Código Penal de Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria? ¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos? ¿De habernos preparado bien y a conciencia antes de iniciar? […] ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que durante años y años se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por dejar de tenerle miedo? ¿Los que nos llenaron las bolsas y el alma de declaraciones y promesas? ¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte "natural," es decir, de sarampión, tos ferina, dengue, cólera, tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares? ¿Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el "¡YA BASTA!" que devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a las muertos de siempre, nuestros muertos, que regresaran a morir otra vez pero ahora para vivir? […] ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? […]. www.clarku.edu/activelearning/departments/foreign_lang/cdlugo/marcosdoc.html.
[3] A.J. Koelpin, “La justificación por la fe: nuestra herencia de la reforma luterana. La doctrina por la cual la iglesia se queda firme o se cae”, www.angelfire.com/wi3/dhaeuser/CONF7.htm.
[1] Ernesto Bravo, “La justificación por la fe sola. Un enfoque nuevo para un viejo problema”, en Revista Bíblica, año 51, 1989, pp. 11-38, www.revistabiblica.org.ar/articulos/rb51_11.pdf, p. 2.
[2] Un fragmento amplio de dicha respuesta: ¿De qué tenemos que pedir perdón? ¿De qué nos van a perdonar? ¿De no morirnos de hambre? ¿De no callarnos en nuestra miseria? ¿De no haber aceptado humildemente la gigantesca carga histórica de desprecio y abandono? ¿De habernos levantado en armas cuando encontramos todos los otros caminos cerrados? ¿De no habernos atenido al Código Penal de Chiapas, el más absurdo y represivo del que se tenga memoria? ¿De haber demostrado al resto del país y al mundo entero que la dignidad humana vive aún y está en sus habitantes más empobrecidos? ¿De habernos preparado bien y a conciencia antes de iniciar? […] ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? ¿Los que durante años y años se sentaron ante una mesa llena y se saciaron mientras con nosotros se sentaba la muerte, tan cotidiana, tan nuestra que acabamos por dejar de tenerle miedo? ¿Los que nos llenaron las bolsas y el alma de declaraciones y promesas? ¿Los muertos, nuestros muertos, tan mortalmente muertos de muerte "natural," es decir, de sarampión, tos ferina, dengue, cólera, tifoidea, mononucleosis, tétanos, pulmonía, paludismo y otras lindezas gastrointestinales y pulmonares? ¿Nuestros muertos, tan mayoritariamente muertos, tan democráticamente muertos de pena porque nadie hacía nada, porque todos los muertos, nuestros muertos, se iban así nomás, sin que nadie llevara la cuenta, sin que nadie dijera, por fin, el "¡YA BASTA!" que devolviera a esas muertes su sentido, sin que nadie pidiera a las muertos de siempre, nuestros muertos, que regresaran a morir otra vez pero ahora para vivir? […] ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo? […]. www.clarku.edu/activelearning/departments/foreign_lang/cdlugo/marcosdoc.html.
[3] A.J. Koelpin, “La justificación por la fe: nuestra herencia de la reforma luterana. La doctrina por la cual la iglesia se queda firme o se cae”, www.angelfire.com/wi3/dhaeuser/CONF7.htm.
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