23 de noviembre de 2008
En el Nuevo Testamento, los gálatas son como el prototipo de aquellos que, aunque habían aceptado nominalmente el cristianismo, todavía querían seguir viviendo según los viejos esquemas religiosos de obediencia servil a la ley. Pablo les ha de increpar con dureza inaudita.
"¡Oh, insensatos gálatas! ¿Quién os tiene fascinados aun después de haberos sido mostrado Jesucristo crucificado?... Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba, Padre!, de modo que ya no eres esclavo, sino hijo... Declaro a todo hombre que se circuncida que queda obligado a practicar toda la ley. Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis la justicia en la ley. Os habéis apartado de la gracia, porque a nosotros nos mueve el Espíritu a aguardar por la fe (en la gracia) los bienes que se esperaban de la justicia (según la ley). Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por el amor... Hermanos, vosotros habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis esa libertad como pretexto para entregaros a vuestros egoísmos (literalmente: 'a la carne') Todo lo contrario: (libremente) servíos por amor los unos a los otros, pues toda ley alcanza su plenitud en ese solo precepto Amarás al prójimo como a ti mismo. Si, en cambio, persistís en morderos y devoraros mutuamente, vais camino de destruiros unos a otros" (Gal 3,1; 5,13-15).
En magnifica síntesis, se expresa aquí lo que es el vivir cristiano de gracia, en libertad y con responsabilidad. Ya no se trata de hacer méritos para ganarse a Dios con las propias obras: Dios se nos ha ofrecido de antemano, sobre todo mérito nuestro, enviándonos a su Hijo e infundiendonos su Espiritu. Por pura gracia suya, no quiere que seamos esclavos de nuestras obras, sino hijos que se saben incondicionalmente amados del Padre (cf. la parábola del hijo pródigo). Quiere que le amemos y le sirvamos en libertad, con amor y confianza de hijos no por la recompensa que esperamos o por el miedo de perderla. Por éso, sólo vale "la fe (en él) que actúa por el amor". El cristianismo es la gran "llamada a la libertad".
El don gratuito de la filiación nos pone en situación de seres libres y responsables ante Dios y los unos para con los otros. La libertad no es la capacidad de hacer lo que a uno le venga en gana, sino la capacidad otorgada al hombre para que se realice, no por puro determinismo biológico o natural—como las plantas o los animales—, ni por imposición o servidumbre a ninguna otra criatura—como en las diversas formas antiguas y actuales de esclavitud—, sino por autodeterminación hacia su bien por el libre arbitrio "albedrío" abierto a la comunión con el bien infinito de Dios. La libertad es el espacio para el amor, y por eso es don y es gracia: es la posibilidad de optar por el bien propio como algo ofrecido y posibilitado por otro, no impuesto ni por autodeterminación intrínseca de naturaleza, ni por coacción: es la capacidad de abrazar el bien y entregarse a él por amor de él mismo, sin compulsión alguna. Porque un amor necesario o impuesto ya no seria amor.
Un don que nos desposee
Pablo dejó bien claro que la filiación en libertad es un don—gracia— del amor de Dios, que quiere ser correspondido en puro amor. Pero la gracia, si es gratuita, no por ello es absolutamente incondicionada. Todo amor se ofrece gratuitamente; pero sólo puede subsistir y realizarse a condición de que sea acogido como tal. Un amor rechazado o no correspondido es siempre un amor truncado, una frustración. La gracia de filiación es una oferta de Dios que ha de permanecer frustada si uno no la acoge viviendo las exigencias intrínsecas de la filiación en la fraternidad. Esto es lo que dice Pablo con claridad meridiana: "Habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis esta libertad como pretexto para entregaros a vuestros egoísmos..." La libertad no es para "hacer lo que venga en gana", sino para vivir por opción intrínseca, y no por coacción extrínseca, la relación filial en una "fe que actúa por el amor". Y esa relación, nota inmediatamente el Apóstol, se vive sirviendo por amor el uno al otro. Nótese la aparente paradoja: la libertad acaba en servicio; pero no es un servicio de esclavo—impuesto—, sino de hombre libre—por opción de amor.
"¡Oh, insensatos gálatas! ¿Quién os tiene fascinados aun después de haberos sido mostrado Jesucristo crucificado?... Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abba, Padre!, de modo que ya no eres esclavo, sino hijo... Declaro a todo hombre que se circuncida que queda obligado a practicar toda la ley. Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis la justicia en la ley. Os habéis apartado de la gracia, porque a nosotros nos mueve el Espíritu a aguardar por la fe (en la gracia) los bienes que se esperaban de la justicia (según la ley). Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por el amor... Hermanos, vosotros habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis esa libertad como pretexto para entregaros a vuestros egoísmos (literalmente: 'a la carne') Todo lo contrario: (libremente) servíos por amor los unos a los otros, pues toda ley alcanza su plenitud en ese solo precepto Amarás al prójimo como a ti mismo. Si, en cambio, persistís en morderos y devoraros mutuamente, vais camino de destruiros unos a otros" (Gal 3,1; 5,13-15).
En magnifica síntesis, se expresa aquí lo que es el vivir cristiano de gracia, en libertad y con responsabilidad. Ya no se trata de hacer méritos para ganarse a Dios con las propias obras: Dios se nos ha ofrecido de antemano, sobre todo mérito nuestro, enviándonos a su Hijo e infundiendonos su Espiritu. Por pura gracia suya, no quiere que seamos esclavos de nuestras obras, sino hijos que se saben incondicionalmente amados del Padre (cf. la parábola del hijo pródigo). Quiere que le amemos y le sirvamos en libertad, con amor y confianza de hijos no por la recompensa que esperamos o por el miedo de perderla. Por éso, sólo vale "la fe (en él) que actúa por el amor". El cristianismo es la gran "llamada a la libertad".
El don gratuito de la filiación nos pone en situación de seres libres y responsables ante Dios y los unos para con los otros. La libertad no es la capacidad de hacer lo que a uno le venga en gana, sino la capacidad otorgada al hombre para que se realice, no por puro determinismo biológico o natural—como las plantas o los animales—, ni por imposición o servidumbre a ninguna otra criatura—como en las diversas formas antiguas y actuales de esclavitud—, sino por autodeterminación hacia su bien por el libre arbitrio "albedrío" abierto a la comunión con el bien infinito de Dios. La libertad es el espacio para el amor, y por eso es don y es gracia: es la posibilidad de optar por el bien propio como algo ofrecido y posibilitado por otro, no impuesto ni por autodeterminación intrínseca de naturaleza, ni por coacción: es la capacidad de abrazar el bien y entregarse a él por amor de él mismo, sin compulsión alguna. Porque un amor necesario o impuesto ya no seria amor.
Un don que nos desposee
Pablo dejó bien claro que la filiación en libertad es un don—gracia— del amor de Dios, que quiere ser correspondido en puro amor. Pero la gracia, si es gratuita, no por ello es absolutamente incondicionada. Todo amor se ofrece gratuitamente; pero sólo puede subsistir y realizarse a condición de que sea acogido como tal. Un amor rechazado o no correspondido es siempre un amor truncado, una frustración. La gracia de filiación es una oferta de Dios que ha de permanecer frustada si uno no la acoge viviendo las exigencias intrínsecas de la filiación en la fraternidad. Esto es lo que dice Pablo con claridad meridiana: "Habéis sido llamados a la libertad; sólo que no toméis esta libertad como pretexto para entregaros a vuestros egoísmos..." La libertad no es para "hacer lo que venga en gana", sino para vivir por opción intrínseca, y no por coacción extrínseca, la relación filial en una "fe que actúa por el amor". Y esa relación, nota inmediatamente el Apóstol, se vive sirviendo por amor el uno al otro. Nótese la aparente paradoja: la libertad acaba en servicio; pero no es un servicio de esclavo—impuesto—, sino de hombre libre—por opción de amor.
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