domingo, 14 de diciembre de 2008

Origen y características de la espiritualidad reformada, L. Cervantes-Ortiz

5 de octubre de 2008
1. ¿Espiritualidad reformada o simplemente cristiana?
Las consecuencias de las reformas religiosas del siglo XVI, que se fueron gestando desde tiempo atrás, no se agotan, desde la perspectiva estrictamente espiritual, en el mero rechazo al cristianismo católico romano. Suponer que ser protestante, y específicamente reformado/a, consiste en ya no ser católico, constituye una reducción y una caricatura de la espiritualidad reformada o, mejor dicho, del espíritu que anima a la fe reformada. El anticlericalismo, una vertiente que a veces se presenta como una máscara del liberalismo religioso, tampoco es uno de los componentes principales de esta espiritualidad, sino apenas un eco de las frecuentes diatribas bíblicas en contra de la institucionalización patológica de la religiosidad humana. Ser reformado es una actitud espiritual que proviene de atisbar, al mismo tiempo, en palabras de Karl Barth, el Sí y el No de Dios a la humanidad y a nuestros esfuerzos por conocerlo. La Reforma protestante, en ese sentido, fue y es no sólo un movimiento que intentó transformar a la Iglesia como siempre se dice, sino que, radicalizando algunas de sus posturas más revolucionarias, buscó un nuevo rostro de Dios, el Dios de la libertad, por la parte teológica, y quiso liberar a la fe de sus supuestos dueños, los poderosos que administraban, ya desde entonces, la religión como si fuera una mercancía. Como confluencia de estas afirmaciones surgió lo que Paul Tillich denominó el principio protestante, es decir, el rechazo a cualquier forma de endiosamiento a cualquier realidad que no sea Dios mismo.
La espiritualidad reformada es, ante todo, una espiritualidad cristiana que se ha atrevido a buscar, desde sus orígenes, que no se remontan sólo al siglo XVI sino a toda la historia de la fe bíblica, congruencia entre obedecer la voluntad de Dios y responder a los desafíos que cada época le plantea la fe. Desde esta postura autocrítica, los pensadores y dirigentes de la tradición reformada asumieron siempre la visión y la misión cristianas con el ánimo de hacer cada vez más presente el Reino de Dios en el mundo, aun a costa de su propia seguridad. Y es que el Espíritu Santo, desde su propia interpretación de los sucesos, los fue llevando a realizar una transformación que ellos mismos nunca imaginaron, y así fueron capaces de proponer una nueva espiritualidad que permitiría ingresar a los creyentes a la llamada “modernidad” sin menoscabo de su dignidad de seres humanos y preparó el camino para experimentar la fe cristiana en las nuevas circunstancias. Por eso se dice que Calvino no solamente hizo cambios sustanciales en la manera de entender la salvación y la Iglesia sino que también forjó una nueva civilización, adonde es posible seguir creyendo en el Dios de Jesús y al mismo tiempo asumirse como sujetos transformadores de la existencia desde el lugar en que Dios nos haya puesto dentro de la sociedad. En ese sentido, la principal característica de la espiritualidad reformada es su sentido de responsabilidad hacia Dios y hacia la historia. Se trata, así, de una espiritualidad situada ante sus dos grandes referentes: la eternidad y la contingencia, pues el Sí y el No de Dios se manifiestan en ambas instancias. El Sí nos cura de la tristeza y la ansiedad por no alcanzar la salvación mediante las obras y el No elimina cualquier forma de triunfalismo (pues espiritualmente también existe) mediante el recuerdo constante del juicio y la injusticia insobornable de Dios.

2. El énfasis profético renovador e iluminador de la vida cotidiana
Post tenebras lux es la enorme leyenda que aparece detrás del Monumento a la Reforma en Ginebra: “Después de las tinieblas, la luz”. Y de inmediato el triunfalismo nos hace decir: “¡Ah! Las tinieblas medievales del catolicismo romano”. Pero no se trata sólo de esa supuesta oscuridad derrotada por la luminosidad protestante, es más que eso: es el triunfo de Jesucristo sobre las tinieblas del mundo, es decir, sobre todo aquello que, incluso en nombre de la fe o de algún dogma eclesiástico o religioso, pretende imponerse sobre la vida humana. Es la intensidad del principio protestante que se halla presente ya en diversos lugares de las Escrituras.
El teólogo taiwanés Choan-Seng Song, ex presidente de la Alianza Reformada Mundial, habla de la espiritualidad de la siguiente manera:

Al principio de esta historia de la vida y el ministerio de Jesús, Juan nos dice: "Esta Luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no han podido apagarla" (Juan 1:5). La luz en las tinieblas. La esperanza en medio de la desesperanza. La vida a pesar de la muerte. ¿No es esto acaso lo que vivimos en la vida? ¿Acaso no es simbólico de la gloria de la resurrección frente a la vergüenza, el dolor y el sufrimiento de la Crucifixión?
La noche del padecimiento y la muerte de Jesús, y el amanecer de la resurrección. La luz que brilla en las tinieblas y las tinieblas no han podido apagarla. La noche de confusión y de dudas, y el Espíritu de renovación que sopla disipándola. Juan el evangelista resume todo esto en una de las más profundas y agudas declaraciones que se haya hecho jamás en la comunidad cristiana a lo largo de los siglos: "La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, llena de gracia y verdad" (Juan 1:14).
Dado que la Palabra ya se ha hecho carne en Jesús, y dado que estamos comprometidos con esa Palabra que habita entre nosotros, ¿tenemos acaso la opción de que nuestras palabras no sean carne en nuestras vidas, ni sean historias de nuestras iglesias, ni sean parte de la historia de las naciones y los pueblos? La cuestión nos hace volver al Espíritu, no a cualquier espíritu, no al espíritu que nos manipula y nos excita, sino el Espíritu que nos conduce a Jesús, que lo inspiró y le dio el poder de llevar a cabo el ministerio del reino de Dios.[1]
Nuestra espiritualidad debe estar en consonancia, entonces, con las dos perspectivas o visiones: el llamado de Dios para tareas específicas, tal como lo experimentó Jeremías en su momento, incluso desde su respuesta inicial dominada por la inseguridad y la desconfianza en el valor propio, y la majestuosa obra de Dios de oponerse a la oscuridad crónica del mundo: la injusticia, la guerra, la violencia. Espiritualidad es apego irrestricto a la acción renovadora del Espíritu Santo en todos los ámbitos de la vida. Por eso, Song pregunta:

¿Podemos, como hijas e hijos de la familia reformada, seguir ese Espíritu que sopla donde quiere? ¿O nos quedaremos atrás? ¿Pueden ser renovadas nuestras iglesias y congregaciones por ese Espíritu para ser una fuerza espiritual en nuestra comunidad? ¿O se nos privará de él y quedaremos paralizados por nuestros credos, tradiciones y estructuras? ¿Podemos, como Alianza Reformada Mundial, recibir la vitalidad que nos da el Espíritu para ser portadores de esperanza y artesanos del futuro? ¿O pasará de largo dejándonos indefensos, sin recursos, y fuera de la benevolencia de Dios?[2]

La espiritualidad reformada hoy se enfrenta a varios problemas: primero, cómo redefinir el balance entre individualidad y colectividad, con el fin de relanzar la misión de la Iglesia a personas y comunidades; segundo, ante la dictadura del mercado globalizado, para recuperar no solamente la autoestima de las personas sino su dignidad más allá del consumo; tercero, ante la posmodernidad, que relativiza las creencias y la fortaleza de las relaciones. En suma, la espiritualidad reformada se levanta con la certeza de la fidelidad de Dios a su pacto para, desde esa confianza que propicia el Espíritu, “inyectarla” a todas las áreas de la existencia. Con un fuerte acento autocrítico:
A todas estas preguntas debemos responder con un fuerte "No" o un "Sí": un No, a nuestra propia complacencia, y un Sí al Espíritu que sopla donde quiere; No a nuestro propio egocentrismo, y Sí al Espíritu que siempre va delante nuestro; No a nuestro espíritu de cobardía y Sí al Espíritu que lleva a Jesús a enseñarnos a orar, diciendo: "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo." […]
Por consiguiente, ser reformados es reclamar el Espíritu que sopla donde quiere. Ser reformado es renovar nuestra entrega a Jesús, que vivió y murió en obediencia a ese Espíritu. Y ser reformado es unirse a ese Espíritu en la aventura de la fe en el siglo venidero. Avancemos, pues, desde aquí hacia el futuro de Dios, inspirados e investidos por ese Espíritu de Dios que sopla donde quiere. (Idem)

Como resume también Ofelia Ortega:
La Dra. Ofelia Ortega, primera pastora presbiteriana en Cuba en 1967 enfatiza que la espiritualidad reformada, según su interpretación de Calvino, tiene 4 características, 5 elementos y 3 calidades.
Las 4 características son: a) Es una espiritualidad hacia fuera. No está centrada en nosotros, sino en Dios.; b) es una espiritualidad que hay que vivirla en la realidad, en el tiempo y con las personas que nos ha tocado vivir; c) es una espiritualidad que reconoce la presencia y la obra del Espíritu Santo en lo ordinario y en lo extraordinario. Que valoriza la teología de la vida cotidiana y d) es una espiritualidad que habla de la presencia de Dios en los buenos tiempos y en los malos tiempos, que tiene presente la teología de la esperanza.
Acerca de los 5 elementos de la espiritualidad reformada, la Dra. Ofelia menciona:
a) El humanismo y la espiritualidad. Ofelia destaca aquí el estudio del ser humano y el estudio de su práctica espiritual en Calvino; b) La concepción espiritual de la Eucaristía. No solo tomar el pan y el vino, sino saber que Jesus nos llama a compartir también nuestro pan; c) La oración, porque todo el bien que necesitamos y carecemos lo encontramos en Jesucristo; d) La unión mística con Cristo que significa estar tan unidos con Cristo que lleguemos a compartir todas sus bendiciones y e) La santificación (conversión), que sigue al anuncio de la justificación por la fe.
Refiriéndose a las calidades, la Dra. Ofelia termina mencionando que el ser bendecidos por la gracia de Dios debe calificar nuestras relaciones, eso significa practicar la justicia en lo cotidiano; vivir de manera que el tener no sea un deseo de poseer indefinidamente y practicar el ayuno como símbolo de nuestra frugalidad.[3]
Notas
[1] C.-S. Song, “Hacia una espiritualidad renovada”, en http://warc.ch/dt/spirit-s.html.
[2] Idem.
[3] “Espiritualidad reformada”, en “Iglesia presbiteriana celebra 150 años”,
www.claiweb.org/Signos%20de%20Vida%20-%20Nuevo%20Siglo/NS_septiembre06/presbiterianos.htm.

No hay comentarios:

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...