Manuel Quintero
ALC Noticias
Puerto Príncipe, jueves, 11 de diciembre de 2008. En la lengua criolla de Haití se les llama "restaveks" (del francés rester avec - quedarse con) porque viven con una familia que no es la suya. Más que niños acogidos, son como esclavos en sus familias de acogida.
Entre 180.000 y 300.000 niños y niñas – la cifra varía según la fuente – trabajan en Haití como servidores domésticos. Entre el 8 y 10 por ciento de los haitianos de menos de 18 años se hallan en esta situación en que se les priva de sus derechos básicos.
Estos niños representan el sector social más vulnerable en un país azotado por una pobreza atroz, una terrible degradación ecológica, una flagrante corrupción y una inestabilidad política continua. Muchos de ellos han nacido en familias numerosas e indigentes del campo, y sus padres los envían a la familia de acogida con la esperanza de que reciban una alimentación y asistencia adecuadas.
"En lugar de ello, pasan sus días haciendo un agotador trabajo doméstico, y frecuentemente son azotados si sus padres de adopción no consideran su trabajo suficientemente satisfactorio", dijo Wenes Jeanty, director ejecutivo del centro de asistencia Foyer Maurice Sixto, hablando con un equipo de Cartas Vivas del Consejo Mundial de Iglesias (CMI).
"Cartas Vivas" son pequeños equipos ecuménicos internacionales que viajan a lugares de todo el mundo donde los cristianos luchan por superar la violencia. A fines de noviembre, uno de estos equipos, integrado por cristianos de Francia, los Países Bajos, Líbano, Canadá y Cuba, visitó la capital de Haití, Puerto Príncipe, y otras zonas afectadas por los recientes huracanes.
El equipo pasó algún tiempo en el centro de asistencia Foyer Maurice Sixto para informarse mejor sobre la penosa situación de los niños esclavos domésticos que son víctimas de un lazo de servidumbre profundamente enraizado en la historia del país.
Muchos "restaveks" pierden el contacto con sus familias biológicas. Algunos pasan de una familia a otra sin su consentimiento y sin que se informe a sus padres. Son comunes los abusos físicos y psicológicos, explica Jeanty.
El centro Foyer Maurice Sixto fue fundado en 1989 con la ayuda de la institución internacional de beneficencia con sede en Suiza Terre des Hommes. El centro recibió el nombre de Maurice Sixto (1919-1984), célebre intelectual haitiano que manifestó su desprecio a las élites nacionales por sus abusos sobre los servidores domésticos infantiles.
"Nuestra misión es ayudar a los niños y jóvenes a los que se obliga a abandonar a sus familias biológicas para colocarlos en familias de acogida. Después de terminar su trabajo en el hogar, vienen al Foyer para recibir educación, orientación y formación artesanal".
"Todos los niños son iguales"
Situado en Carrefour, un distrito pobre y densamente poblado del sur de Puerto Príncipe, el Foyer trabaja con unos 300 menores, en su mayoría niñas. Reciben en él una comida caliente cada día y se les presta asistencia médica y dental en una clínica cercana donde médicos haitianos ofrecen sus servicios gratuitamente.
El personal del Foyer trabaja también con las familias de acogida, en un esfuerzo por sensibilizarlas y responsabilizarlas de las necesidades de sus servidores niños. "Les decimos que todos los niños son iguales y tienen los mismos derechos", dijo Jeanty.
No hay ninguna receta para solucionar este complejo problema en un país con una población en rápido crecimiento, la mitad de la cual vive por debajo de la línea internacional de pobreza de un dólar EE.UU. al día y un 76 por ciento vive con menos de dos dólares al día.
"Lamentablemente, no se puede liberar a estos niños de este lazo de servidumbre. No hay recursos para atender a sus necesidades, ni se les puede devolver a sus familias biológicas, como tampoco se pueden encontrar familias mejores que los acojan y cuiden", explicó.
Entre tanto, el Foyer Mauricio Sixto garantiza que al menos algunos de los "restaveks" de Haití tengan la oportunidad y tiempo para jugar, expresarse a sí mismos y disfrutar de sus propias identidades. "Estamos tratando de devolverles la niñez a la que tienen derecho", concluyó Jeanty.
Al final de la visita, los miembros del equipo de Cartas Vivas se comprometieron a denunciar la situación de estos esclavos domésticos modernos. "A través de sus iglesias miembros, el CMI debería poder elevar su voz en favor de estos niños ante los gobiernos y organizaciones internacionales", dijo Genevieve Jacques, líder del equipo de Cartas Vivas.
Entre 180.000 y 300.000 niños y niñas – la cifra varía según la fuente – trabajan en Haití como servidores domésticos. Entre el 8 y 10 por ciento de los haitianos de menos de 18 años se hallan en esta situación en que se les priva de sus derechos básicos.
Estos niños representan el sector social más vulnerable en un país azotado por una pobreza atroz, una terrible degradación ecológica, una flagrante corrupción y una inestabilidad política continua. Muchos de ellos han nacido en familias numerosas e indigentes del campo, y sus padres los envían a la familia de acogida con la esperanza de que reciban una alimentación y asistencia adecuadas.
"En lugar de ello, pasan sus días haciendo un agotador trabajo doméstico, y frecuentemente son azotados si sus padres de adopción no consideran su trabajo suficientemente satisfactorio", dijo Wenes Jeanty, director ejecutivo del centro de asistencia Foyer Maurice Sixto, hablando con un equipo de Cartas Vivas del Consejo Mundial de Iglesias (CMI).
"Cartas Vivas" son pequeños equipos ecuménicos internacionales que viajan a lugares de todo el mundo donde los cristianos luchan por superar la violencia. A fines de noviembre, uno de estos equipos, integrado por cristianos de Francia, los Países Bajos, Líbano, Canadá y Cuba, visitó la capital de Haití, Puerto Príncipe, y otras zonas afectadas por los recientes huracanes.
El equipo pasó algún tiempo en el centro de asistencia Foyer Maurice Sixto para informarse mejor sobre la penosa situación de los niños esclavos domésticos que son víctimas de un lazo de servidumbre profundamente enraizado en la historia del país.
Muchos "restaveks" pierden el contacto con sus familias biológicas. Algunos pasan de una familia a otra sin su consentimiento y sin que se informe a sus padres. Son comunes los abusos físicos y psicológicos, explica Jeanty.
El centro Foyer Maurice Sixto fue fundado en 1989 con la ayuda de la institución internacional de beneficencia con sede en Suiza Terre des Hommes. El centro recibió el nombre de Maurice Sixto (1919-1984), célebre intelectual haitiano que manifestó su desprecio a las élites nacionales por sus abusos sobre los servidores domésticos infantiles.
"Nuestra misión es ayudar a los niños y jóvenes a los que se obliga a abandonar a sus familias biológicas para colocarlos en familias de acogida. Después de terminar su trabajo en el hogar, vienen al Foyer para recibir educación, orientación y formación artesanal".
"Todos los niños son iguales"
Situado en Carrefour, un distrito pobre y densamente poblado del sur de Puerto Príncipe, el Foyer trabaja con unos 300 menores, en su mayoría niñas. Reciben en él una comida caliente cada día y se les presta asistencia médica y dental en una clínica cercana donde médicos haitianos ofrecen sus servicios gratuitamente.
El personal del Foyer trabaja también con las familias de acogida, en un esfuerzo por sensibilizarlas y responsabilizarlas de las necesidades de sus servidores niños. "Les decimos que todos los niños son iguales y tienen los mismos derechos", dijo Jeanty.
No hay ninguna receta para solucionar este complejo problema en un país con una población en rápido crecimiento, la mitad de la cual vive por debajo de la línea internacional de pobreza de un dólar EE.UU. al día y un 76 por ciento vive con menos de dos dólares al día.
"Lamentablemente, no se puede liberar a estos niños de este lazo de servidumbre. No hay recursos para atender a sus necesidades, ni se les puede devolver a sus familias biológicas, como tampoco se pueden encontrar familias mejores que los acojan y cuiden", explicó.
Entre tanto, el Foyer Mauricio Sixto garantiza que al menos algunos de los "restaveks" de Haití tengan la oportunidad y tiempo para jugar, expresarse a sí mismos y disfrutar de sus propias identidades. "Estamos tratando de devolverles la niñez a la que tienen derecho", concluyó Jeanty.
Al final de la visita, los miembros del equipo de Cartas Vivas se comprometieron a denunciar la situación de estos esclavos domésticos modernos. "A través de sus iglesias miembros, el CMI debería poder elevar su voz en favor de estos niños ante los gobiernos y organizaciones internacionales", dijo Genevieve Jacques, líder del equipo de Cartas Vivas.
CUANDO HUELE A DIOS EN TODAS PARTES (II)
Elsa Tamez
Quiero imaginar la paz en nuestro mundo y nuestra casa como la corola de una flor que despide un olor a Dios. Olor que lleva a discernir su presencia en cada cosa creada, ya sea por Dios o por los humanos. Esto sería como el fin de toda violencia de humanos contra humanos y de humanos contra la naturaleza. Porque así como no puedo asir, agarrar con mis manos el olor para apoderarme de él, así tampoco puedo dominar a las personas y los pueblos: su olor a Dios me detiene. Es un olor de paz, de reconciliación, porque se respeta el olor de Dios en el otro.
La carta a los Efesios sugiere que todo el cosmos es morada de Dios, como un templo santo, como una construcción bien hecha, con excelentes fundamentos. La llama Iglesia, pero como hoy día este término se ha vuelto estrecho, yo la llamaría comunidad cósmica, donde cabe la diversidad de espiritualidades. En esta comunidad todo se vive “en Cristo”, imagen profunda y constante en Efesios. Fórmula que expresa que todo respira a Dios y huele a Dios porque vivimos ligados a esa atmósfera divina. Jesucristo es para los cristianos el “Dios con nosotros”, el “rostro humano de la trascendencia”. Según Ef 2:20 el rostro humano de Dios es el pilar de esa morada habitada por Dios. Esta piedra angular en la construcción de la comunidad cósmica, recuerda perennemente que él mismo es paz, la hace y la anuncia como buena noticia (2:14, 15, 17). Tiene autoridad para hacerlo. Sabe en carne propia qué es la violencia, la tortura y la traición porque padeció la crucifixión causada por la pax romana; otra clase de paz militar que cree que matando a los malos se alcanzará la paz. Paz militar, paz sin justicia ni abrazos. Pero “Dios con nosotros”, que encarna la paz, despide un olor a paz sin muertos, ni violaciones, ni dominaciones, ni exclusiones. Una paz que se edifica derribando no a las personas que trepan a los muros, sino a los muros de la enemistad. Es una paz que no se construye edificando muros de autoprotección contra migrantes o para repeler las guerras. Los muros no llevan más que al odio, la exclusión, el miedo, el asesinato, la avaricia.
Efesios 2:20 dice también que los ancestros de esta comunidad cósmica, es decir los apóstoles y
profetas que siguieron ese olor de Dios, también forman parte de los cimientos de esa comunidad
universal. Estos pioneros de la comunidad nos recuerdan la vocación a la cual hemos sido creados: vivir simplemente como humanos, interrelacionándonos como hermanos y hermanas, como familia de Dios, incluyendo a la hermana luna y al hermano sol. Las huellas de los ancestros, forjadores de la comunidad, iluminan nuestro caminar. Imagino la paz vivida en una comunidad cósmica, donde todos tienen cabida, desde los niños llenos de mocos hasta los ancianos que usan pañales. Y todo se respeta porque todo huele a Dios.
En esta comunidad cósmica, templo santo y morada de Dios, no hay armas, ni siquiera de juguete; la pesadilla de la guerra y los atracos queda atrás, enterrada entre los escombros de los muros de separación. No hay violencia porque la paz verdadera trae comida y trabajo y dignidad. Tampoco hay discriminaciones, porque no hay pueblos que viven lejos ni pueblos que viven cerca (2:13). No hay elegidos, ni atrasados. Todos los pueblos viven en el regazo de Dios, cuyo corazón palpita la paz y la reconciliación. Los que estaban lejos no se asimilaron a los que estaban cerca, y los que estaban cerca no preservaron sus privilegios sobre los demás, porque se hizo de todos una comunidad cósmica nueva, bendecida en su diversidad de lenguas, culturas y modos de dar gloria al Dios creador.
Por eso imagino la paz sin asimilaciones ni exclusiones, sin dominios de unos sobre otros. Y es que el olor a Dios del otro frena los impulsos del sometimiento y de la puñalada. En esta nueva comunidad humana se vive la diversidad en paz, atrás quedan las mañas de acumular dinero a costa de los pobres y de preferir el color blanco y rubio al café y negro. Ah, y no hay a quien se le ocurra alimentar las máquinas en lugar de a los seres vivos porque esta comunidad nueva pluricultural es sensata, vive la sabiduría de Dios.
Así es la paz que imagino y la veo en la Carta a los Efesios como una promesa que quiero creer es
posible. Me da fuerza para no temer a las fuerzas ocultas de poderes y potestades (6:12), fuerzas que no vemos pero cuyos golpes sentimos. A esa mano invisible que hace que las monedas de los países suban y bajen o que el petróleo suba sin parar y que de pronto los alimentos básicos se vuelvan inalcanzables. Porque Dios, dice la epístola, recapituló todos los acontecimientos y las cosas en la tierra y en los cielos para que confluyeran en la divinidad crucificada (1:10) y resucitada por amor a la humanidad. Me mueve la esperanza de que así como el crucificado fue resucitado y llevado a una posición más allá de los poderes ocultos (1:20), así también nosotros, hemos sido resucitados y colocados en esa misma posición (2:10). Por eso creo que todos somos de alguna manera “Dios con nosotros” porque olemos a Dios en todas partes y despedimos olor de Dios. Pero, claro, cuando abro los ojos y veo al mundo que nos rodea, pienso que esto que he dicho no es más que una plegaria, un clamor a Dios desde el Espíritu de Dios en mí, igual que el de la tierra que gime como una mujer parturienta (Ro 8:22).
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