La espiritualidad y la transformación social están intrínsecamente ligados y no son realidades antagónicas o separadas. La realidad que vive nuestro mundo nos propone la necesidad de una reforma conceptual y práctica de estos dos términos. Henri J. M. Nouwen (1932-1996), el gran pensador cristiano nos deja un pensamiento: “Cuanto más lejos te lleve ese viaje hacia fuera, más profundo debe ser el viaje hacia adentro.”
Esta relación entre la lucha por la transformación social y la búsqueda personal de Dios, es lo que distingue realmente la espiritualidad cristiana. Es donde el Amor a Dios y el amor al prójimo que se integran. Es la interrelación y balance entre la dimensión vertical y la horizontal lo que distingue el ministerio cristiano de otras vocaciones seculares. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” El segundo es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mas importante que estos” (Marcos 12:
31-32).
Lamentablemente en muchos contextos cristianos se ha enseñado y vivido una expresión de espiritualidad carente de participación activa en el cambio de nuestra sociedad. ¿A qué se debe esto? Según Howard Rice, en su libro, El pastor como guía espiritual, hay cuatro (4) premisas fundamentales que han sostenido este dualismo y que necesitamos examinar en la tarde de hoy. Estas premisas son las siguientes: a) La espiritualidad es principalmente un asunto entre el individuo y Dios. Es decir es sólo vertical. b) La espiritualidad se nutre mejor cuanto menos tenga que ver con el cuerpo físico. Hay que huir de la carne. c) La espiritualidad tiene que ver con asuntos del alma y Dios. Asuntos de política, economía y sociedad son cosas mundanas y nos distraen alejándonos de Dios. d) La vida espiritual consiste mas bien en ser que en hacer. Para ser espiritual hay que apartarse al monte y dejar de hacer actividades, es estar en quietud con Dios.
Estas premisas, aunque tienen elementos de verdad, al aceptarlas acríticamente como verdades absolutas y bíblicas, las impregnamos en nuestra mentalidad, sin sentarnos a analizar sus implicaciones para nuestra práctica cristiana. Es decir estas concepciones no son fruto de las Escrituras ni de la correcta teología cristiana, sino que es fruto de una corriente filosófica llamada el ilustrismo, donde la realidad se interpreta en fragmentos o segmentos y no como un todo interrelacionado… No se amolden al mundo actual. Cuando interpretamos la espiritualidad cristiana desde una óptica fragmentaria y antagonizante nos confinamos a la pasividad creyendo que es piedad, en la indiferencia y la confundimos con la santidad, la intolerancia y la llamamos integridad y al aislamiento que llamamos consagración. Nada más lejos de la verdad. Hoy, día de la Reforma Protestante necesitamos concienciar sobre esta realidad, confrontarla y superarla para bien de nuestra vida, de nuestras congregaciones y de nosotros mismos. El llamado de las Sagradas Escrituras es a “renovar nuestro entendimiento.”
Esta relación entre la lucha por la transformación social y la búsqueda personal de Dios, es lo que distingue realmente la espiritualidad cristiana. Es donde el Amor a Dios y el amor al prójimo que se integran. Es la interrelación y balance entre la dimensión vertical y la horizontal lo que distingue el ministerio cristiano de otras vocaciones seculares. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” El segundo es: “Ama a tu prójimo como a ti mismo.” No hay otro mandamiento mas importante que estos” (Marcos 12:
31-32).
Lamentablemente en muchos contextos cristianos se ha enseñado y vivido una expresión de espiritualidad carente de participación activa en el cambio de nuestra sociedad. ¿A qué se debe esto? Según Howard Rice, en su libro, El pastor como guía espiritual, hay cuatro (4) premisas fundamentales que han sostenido este dualismo y que necesitamos examinar en la tarde de hoy. Estas premisas son las siguientes: a) La espiritualidad es principalmente un asunto entre el individuo y Dios. Es decir es sólo vertical. b) La espiritualidad se nutre mejor cuanto menos tenga que ver con el cuerpo físico. Hay que huir de la carne. c) La espiritualidad tiene que ver con asuntos del alma y Dios. Asuntos de política, economía y sociedad son cosas mundanas y nos distraen alejándonos de Dios. d) La vida espiritual consiste mas bien en ser que en hacer. Para ser espiritual hay que apartarse al monte y dejar de hacer actividades, es estar en quietud con Dios.
Estas premisas, aunque tienen elementos de verdad, al aceptarlas acríticamente como verdades absolutas y bíblicas, las impregnamos en nuestra mentalidad, sin sentarnos a analizar sus implicaciones para nuestra práctica cristiana. Es decir estas concepciones no son fruto de las Escrituras ni de la correcta teología cristiana, sino que es fruto de una corriente filosófica llamada el ilustrismo, donde la realidad se interpreta en fragmentos o segmentos y no como un todo interrelacionado… No se amolden al mundo actual. Cuando interpretamos la espiritualidad cristiana desde una óptica fragmentaria y antagonizante nos confinamos a la pasividad creyendo que es piedad, en la indiferencia y la confundimos con la santidad, la intolerancia y la llamamos integridad y al aislamiento que llamamos consagración. Nada más lejos de la verdad. Hoy, día de la Reforma Protestante necesitamos concienciar sobre esta realidad, confrontarla y superarla para bien de nuestra vida, de nuestras congregaciones y de nosotros mismos. El llamado de las Sagradas Escrituras es a “renovar nuestro entendimiento.”
Al mirar la realidad que vive nuestro mundo, no nos queda otra opción que comenzar a revisar nuestras teorías en uso, que de forma tácita guían nuestras acciones cristianas. Cuando miramos la realidad global que nos ha tocado vivir, tenemos que revisar como Nehemías, la postura que hemos adoptado. Este reformador del Antiguo Testamento, al enterarse de la condición de su pueblo en Jerusalén y mirar su posición en el palacio real, no le queda otro camino que compungirse y actuar consecuentemente.
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