10 de abril, 2009
Cristo es quien ha
mostrado el fracaso de la religión arcaica, sacrificial, desmontando sus
mecanismos victimarios y llamando a la humanidad a romper el círculo de la
violencia mimética. Creo que por eso su mensaje es universal y trascendente.[1]
RENÉ GIRARD
1. Jesús afronta un juicio falso y es víctima de la cultura sacrificial
La dinámica material de la infamia estaba desatada: Dios sigue fiel a su
proyecto de encarnarse radicalmente en la humanidad y acepta las leyes de la
materialidad negativa desatada en contra de Jesús como parte del proceso sacrificial
sancionado por la cultura dominante. El statu quo político, religioso e
ideológico no valora ni acepta la posibilidad de que alguien proponga un
pensamiento o una práctica diferenciada. El sistema sabe muy bien que si le
abre la puerta a un disidente, tendrá que abrirla a todos. Pero lo peor de todo
sucede cuando la certeza de la sanción invade a los sectores populares. Eso le
sucede a Jesús: según Mateo, el acuerdo unánime logrado mediante una propaganda
teledirigida, alcanzará a convencer a todos los estratos sociales, comenzando
con las dirigencias (27.1).
La sociedad no acepta
que haya quienes piensen distinto. A ellos, los crucifica y condena con las más
viles atrocidades. Aunque no les mate el cuerpo, les somete a la muerte en su
dignidad, en lo que son como personas. Les excluye y pone al margen de la
práctica social donde no tengan y/o puedan “decir”. Se les condena a
experimentar “la muerte en el silencio” porque todo lo que digan va a crear
conflictos. Y a quienes ostentan el poder no les conviene que “haya quienes
gritan” o “denuncian” los males sociales. Necesitan callarlos para no tener que
confrontarse con el fruto de su pecado. Necesitan silenciarles para que no
lancen al rostro las injusticias que se cometen. Necesitan apagar sus voces para
que no haya quién les señale, en justa razón, el mal y daño que se comete. Nos
decía René Girard: “una sociedad en la que cuando un justo se pronuncia es
sentenciado”.[2]
Cuando los líderes religiosos, dueños ya del cuerpo y la persona de Jesús,
a quien han secuestrado arbitrariamente, han conseguido el consenso sobre su
muerte, el juicio falso llevado a cabo con base en calumnias y acusaciones
prejuzgadas de antemano, ¡pues vaya que percibieron los alcances de la rebelión
teológica de Jesús!, tienen que recurrir al brazo armado del régimen invasor
para administrar, literalmente, la muerte. Mientras tanto, Judas se la
administra a sí mismo: es el primer caído en la estela de su maestro
traicionado. Quienes le “compraron” a Jesús son celosos observantes de la ley y
canalizan esos recursos devueltos a una obra de caridad notable (27.6-8:
compran un lugar impuro para cementerio de forasteros).
El encuentro de Jesús con Pilato es parte
de su juicio sumario, sumarísimo. La pregunta que le urge resolver al
representante del imperio invasor es política: si Jesús es rey de los judíos,
debe morir inevitablemente. No podía haber diálogo entre partes tan disímbolas:
a diferencia de Juan, que atreve un intercambio verbal, Mateo reduce al mínimo
el contacto y muestra a un Pilato impaciente por deshacerse del problema. El
recurso para congraciarse con el pueblo (otro populista, faltaba más, para que
no falle, ni en estos casos, la teoría política) es dar a escoger a un preso
para liberarlo. La manipulación a la orden del día: los dirigentes religiosos
finalmente impusieron su criterio y “convencieron” al populacho para pedir a
Barrabás (27.20). Luego de eso, la otra alternativa era, invariablemente, la
muerte: circo y sangre, espectáculo y crisis en el interior de la religión
judía, sadismo al máximo y ruptura en el interior de Dios.
2. La cultura sacrificial y los crucificados de la
historia
Toda cultura es sacrificial en el fondo (“Canalizar la violencia colectiva
y enfocarla en un solo individuo considerado responsable de una determinada
crisis social permite a la comunidad reducir el caos al que periódicamente se
ve arrastrada”.[3]), pero sus mecanismos
han evolucionado sistemáticamente. El gobernante romano Pilato supo muy bien de
qué lado estaba la justicia, pero no movió un dedo para establecerla, pues sus
intereses coincidían completamente con los jerarcas religiosos. Girard dice que
Pilato “se suma, a fin de cuentas, a la jauría de los perseguidores”.[4] El maridaje entre ambos
se basaba en la aceptación tácita del elemento sacrificial: era preferible que
muriera una sola persona a sacrificar a todo el pueblo. (Una máxima política
irrebatible que sólo Juan consigna: 11.50). Ahora las masas van a ser cómplices
del asesinato de Jesús porque su sed de sangre, de espectáculo, pudo más que la
genuina esperanza en la venida del Reino de Dios. “Los jefes han conseguido
inculcar a la masa las ideas que convienen a sus intereses”[5] porque tienen
demasiadas cosas en común: su adhesión incondicional a la práctica del
sacrificio humano “necesario”. En su primer libro sobre el tema, escribe
Girard: “De igual manera que el cuerpo humano es una máquina de transformar el
alimento en carne y en sangre, la unanimidad fundadora transforma la mala
violencia en estabilidad y en fecundidad; por el mismo de producirse, por otra
parte, esta unanimidad instala una máquina destinada a repetir indefinidamente
su propia operación bajo una forma atenuada, el sacrificio ritual”.[6]
El cristianismo, por definición, es la
religión que, mediante el anuncio de la cruz, anuncia la posibilidad y
necesidad de desclavar a todos los crucificados de la historia, dicho de manera
cristológica, siguiendo la profunda reflexión que ha hecho desde México,
Bárbara Andrade:
En la cruz, el Hijo de
Dios ha tomado sobre sí el mal y el sufrimiento en su propia muerte dolorosa e
injusta, y por el Hijo el Padre ha sido incluido en el sufrimiento en la cruz.
Este rasgo, subrayado en varias teologías de la cruz (Moltmann, Simonis, N.
Hoffmann), es importante en el sentido de que plantea que nuestro sufrimiento
le toca también a Dios y de que no se mantiene una contraposición entre un Dios
“impasible” —o cruel y arbitrario— y su creatura sufriente. [...] Sin embargo,
la teología de la cruz se vuelve problemática cuando opera con dos nociones: 1.
La interpretación exclusiva del camino de Jesús a la cruz como voluntad del
Padre o como entrega de Jesús por el Padre. Tal noción valora unilateralmente
la categoría de “sacrificio”, cuando ésta es, en el NT, ni la única para la
comprensión de la muerte de Jesús, ni la principal; 2. la explicación del
sufrimiento como una categoría intradivina. Ésta, de hecho, recoge la teodicea
en una forma nueva y la lleva al jaque mate: ¿puede protestarse en nombre del
sufrimiento contra un Dios sufriente? También esta variante entra en conflicto
con el anuncio de la fe. Dicho en las palabras de Karl-Josef Kuschel: “¿...es
soportable un ...Dios que sufre con nosotros, pero que por amor y por puro
respeto a la libertad se aguanta en sufrimiento impotente...?”.
Si tampoco por este camino avanzamos, no nos queda más que recoger la
exigencia actual de una teología trinitaria de la cruz y orientarnos por el
núcleo del anuncio cristiano: el Padre, como “el (que está) liberando” del
sufrimiento y de la opresión, se ha mostrado en la cruz de su Hijo como “el
(que está) resucitando”, es decir, el que es capaz de transformar un asesinato
en el inicio eficaz de su “Reino” de la misericordia sin medida. Éste es su
acto creador por excelencia y es el acto de un poder incomparable. El Padre es
Dios en cuanto que transforma una sociedad violenta en una sociedad en la que
él “habita” y en cuanto que desclava de la cruz a los crucificados como su
Hijo. Ambas cosas juntas explican el poder de su misericordia sin medida y
explican cómo es “por nosotros”. Este “por nosotros” apareció en el servicio de
Jesús a favor del “Reino” — o de la “sociedad de contraste”—, en la que se
sana, perdona y comparte. El Espíritu Santo concreta este mensaje nuclear de la
fe: en cuanto Espíritu del Hijo crea en los creyentes —en los que están “llenos
del Espíritu Santo”— el servicio incondicional de Jesús por el “Reino” de su
Padre; y en cuanto Espíritu del Padre nos capacita para hacer lo que hace el
Padre: desclavar a crucificados y así transformar nuestra sociedad en una
sociedad en la que “habita” Dios.[7]
En este sentido, así resume Cota Meza las percepciones de Girard sobre la
importancia del judeo-cristianismo, es decir, la religión bíblica, en este
proceso opuesto a la sacrificialidad instituida:
La secuencia histórica
del nacimiento del cristianismo a partir de los Evangelios representa el proceso
en que el ser humano se libera de la necesidad de recurrir a la inmolación de
chivos expiatorios para cerrar los conflictos y crisis de las comunidades, el
momento en que el hombre se hace consciente de la inocencia de las víctimas.
[...]
El Dios del monoteísmo está totalmente “desvictimizado”, mientras que el
del politeísmo es resultado del hecho de existir muchas fundaciones
victimarias, a partir de las cuales se revelan más y más dioses inexistentes,
divinidades falsas pero también protectoras a pesar de todo y en razón del
orden cuyo respeto sacrificial imponen. El judaísmo es el rechazo absoluto de
la máquina de fabricar dioses porque en él Dios deja definitivamente de ser
víctima y las víctimas ya no se divinizan. Esto es lo que llamamos Revelación.
Antes del judaísmo y el cristianismo, el mecanismo del chivo expiatorio era
legitimado porque no se era consciente de él. Lo que hace el cristianismo, en
la figura de Jesús, es denunciar tal mecanismo, dejando al descubierto lo que
realmente es: un simple asesinato de una víctima inocente. Jesús nos recomienda
imitarle a él más que al prójimo para protegernos de las rivalidades miméticas.
Los textos más importantes de cara a la comprensión del mecanismo mimético son
justamente los Evangelios.[8]
De modo que no se trata de estar siempre
del lado de las que pasan por víctimas (como Carlos Salinas de Gortari cuando
encarcelaron a su hermano), sino de arriesgar juicios basados en el
discernimiento entre crucificadores y crucificados, entre opresores y
oprimidos, victimarios y víctimas, y ser capaces de darnos cuenta de que estos
lugares, en ocasiones, pueden ser intercambiables. Los soldados romanos aparecen
en su pleno papel de victimarios, mientras que alrededor de Jesús se manifiesta
un espacio en el que, por contraste, la victimización no sólo le gana simpatías
por ser un “perdedor” sino porque su causa está del lado de la justicia y la
humanidad sufriente, tal como se anunció en los “cánticos del Siervo” de
Isaías. El título de Jesús en la cruz muestra el dilema de ser un soberano
fallido en la tierra a los ojos de la humanidad y de aspirar a introducir
definitivamente el Reino de Dios en el mundo. Los religiosos, a su vez,
recurren al salmo 22 (“que lo libre ahora”, 27.42), sin imaginar que Jesús
también apelará a ese texto más tarde.
La tierra se sacude precisamente cuando él
grita desde lo profundo el abandono de su Dios, en abierta contradicción con su
enseñanza y experiencia (Jon Sobrino). El Padre lo ve desde las alturas, como
lo percibió San Juan de la Cruz y lo tradujo Dalí. San Juan tuvo la visión e
hizo su dibujo en el convento de la Encarnación de Ávila, entre 1572 y 1577.
El de Juan es un Cristo
ascético, agonizante, que sugiere el temor religioso y la experiencia de lo numinoso;
impresiona por su naturalismo, sus miembros retorcidos, su rostro que se
impulsa hacia delante y sólo se sostiene por los brazos tensos casi a punto de
quebrarse. Dos enormes clavos clavados a cada extremo del palo horizontal de la
cruz, muestran con un naturalismo soberbio que la crucifixión no ofrece
una vista para el goce estético, sino una visión brutal y sangrienta. Los
artificios del artista no encubren la barbarie y el horror de estar colgado en
la cruz. [...]
La perspectiva única de Dalí procede del dibujo de Juan; descubre una
intuición tanto artística como interpretativa, que ilumina la visión original
de la experiencia misma de Cristo, tal como la percibió Juan. El reino superior
queda claramente expresado en la perspectiva, adoptada por Dalí, de la visión
del Cristo que se apareció a Juan, aunque Dalí evitó por completo el
naturalismo de Juan; omitió la cara, los clavos, la corona de espinas, el aspecto
sangriento de la crucifixión para crear así una imagen agradable a la vista.
Pero Dalí ha añadido también algo nuevo, pues ha enmarcado estética y
simétricamente la figura del Cristo dentro de un triángulo invisible cuya base
la forma la barra horizontal de la cruz. Así, Dalí da entrada al elemento
trinitario del simbolismo medieval, que está ausente en el dibujo de Juan.
Además del triángulo, Dalí introduce un círculo invisible cuyo centro está en
la cabeza del Cristo, y consiguientemente lo encerca con el símbolo medieval de
la eternidad.[9]
Dios el Padre sufre junto, al
lado de y en su Hijo el dolor de la cruz y de la muerte, pues se
trata de un “Dios crucificado” que atiende, participa y “adopta” la muerte como
algo suyo y, en ese sentido, “aprende, también, a morir”, como había aprendido
a vivir gracias a los pasos de Jesús sobre la tierra. La recitación de la
primeras palabras del salmo 22 continúa la angustia de la noche de Getsemaní y
es la única expresión registrada por Mateo, pues concentra en sí misma el
dramatismo de la experiencia de abandono que vive Jesús. Su agonía y muerte,
cuyas consecuencias son expuestas como de naturaleza cósmica, abren un
parteaguas en el seno de la divinidad debido a la crisis profunda y radical que
conlleva: el mundo no podía permanecer indiferente ante ello, pero el clímax de
la historia radica más bien en la aceptación de su divinidad por parte de un
representante del imperio, quien vacía en esas palabras (“Verdaderamente éste
era hijo de Dios”) el impacto de la vida y obra de Jesús en el corazón del
imperio, que será vencido por el mensaje evangélico.
El siguiente episodio consistirá en la
acción del Padre de resucitar a Jesús, es decir, desclavarlo, como
modelo para la superación de todas las cruces de la historia.
[1] Carlos Mendoza
Álvarez, “Pensar la esperanza como apocalipsis. Conversación con René Girard”,
en Letras Libres, núm. , abril de 2008, www.letraslibres.com/index.php?art=12884.
[2] “Compromiso
cristiano y participación ciudadana” (2 de 7), en http://frayish-comoopciondevida.blogspot.com/2007/06/compromiso-cristiano-y-participacin_20.html.
[3] Ramón Cota Meza, “El
chivo expiatorio y los orígenes de la cultura”, en Letras Libres, 31 de
julio de 2008, www.letraslibres.com/mexico/el-chivo-expiatorio-y-los-origenes-la-cultura
[4] R. Girard, “Las palabras clave de la
pasión evangélica”, en El chivo expiatorio. 2ª ed. Barcelona, Anagrama,
2002, p. 142.
[5] J. Mateos y F.
Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Cristiandad,
1981, p. 270.
[6] R. Girard, La violencia y lo sagrado. 3ª
ed. Barcelona, Anagrama, 1995, p. 276.
[7] B. Andrade,
“Algunas reflexiones sobre la ‘creación’ y el sufrimiento”, en Stauros.
Teología de la cruz, núm. 40, segundo semestre, 2003, pp. 17-18.
[8] R. Cota Meza, op. cit., pp. 55-56.
[9] José C. Nieto,
Místico, poeta, rebelde, santo: en torno a San Juan de la Cruz. México,
Fondo de Cultura Económica, 1982, pp. 229, 230
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