15 de febrero de 2009
Podríamos decir que la vida sin sufrimiento solamente existe en sueños, pero no en la realidad. No es de extrañar que una vida saludable integra el sufrimiento, pero no de una forma dolorosa, sino como el efecto de la injusticia humana y como el punto oscuro de una existencia limitada que, en último caso, hace sufrir por que las cosas no se dan de otra manera. No es posible exorcizar el sufrimiento hacia fuera de la historia humana bajo el riesgo de dejar de ser humanos. Y, a causa de esto, debemos estar atentos a las teologías que todavía surgen en el ámbito cotidiano eclesiástico.
La “teología de la prosperidad” es una posible expresión de la teología de la retribución en el ambiente eclesiástico pos-moderno. Esta es una teología que afirma que el plan de Dios para el ser humano es hacerlo feliz, bendiciéndolo, saludable y próspero en todo. Pero, ¿dónde estaría la complejidad de esta afirmación? Su complejidad reside justamente en el hecho de que para esa teología, solo los que no tienen fe no serán prósperos financieramente ni tendrán salud ni serán felices en esta vida. Estos son los que no cumplen lo que dice la Biblia respecto a las promesas divinas y que están envueltos con el diablo, es decir, que están en pecado.
La posesión, la adquisición de bienes, la salud, las buenas condiciones y la vida sin mayores problemas se presentan como pruebas de espiritualidad y de fidelidad a Dios. Se valoriza, la fe en Dios como el medio de obtener la salud, la riqueza, la felicidad, el éxito y el poder terreno. Los males significan la falta de fe, incapacidad en confesarla, o son el resultado de actos que desobedecen a Dios. Hay situaciones que hacen que los fieles se vuelvan vulnerables a la maldad del diablo.
En esa teología, la salud y la riqueza, siempre representan a la voluntad de Dios para con la persona fiel. Consecuentemente, ¡si el fiel es pobre y/o está enfermo es por ser un pecador! Esa posición teológica es mucho más fácil y simple. Censurar a la víctima es una manera de asegurarnos a nosotros mismos que el mundo está mejor de lo que parece, y que nadie sufre sin que haya una buena razón. Hace que todos se sientan mejor, a excepción de la víctima, que pasa a sufrir el doble con su condición social aumentando la desgracia original. Una de las maneras que encontramos para dar sentido al sufrimiento humano es el suponer que somos merecedores de lo que nos sucede, que de algún modo, las desgracias nos sobrevienen como castigos por nuestros pecados. Este tipo de teología, o mejor diríamos de antiteología, resuelve los problemas de los amigos de Job, pero no resuelve los problemas del propio Job y de los millares de Job que continúan naciendo.
Se debe dar una señal de alerta para que el cristianismo no corra el riesgo de perder su sensibilidad para con el sufrimiento humano. Cualquier teología que no parte del sufrimiento del inocente no dejará de ser el lenguaje de los amigos de Job, es decir, el lenguaje de los consoladores inoportunos que prefieren defender a Dios antes que dejarse interpelar por el dolor del hermano que sufre y que, en realidad, no defienden a Dios, sino a sí mismos y a su sistema teológico.
La “teología de la prosperidad” es una posible expresión de la teología de la retribución en el ambiente eclesiástico pos-moderno. Esta es una teología que afirma que el plan de Dios para el ser humano es hacerlo feliz, bendiciéndolo, saludable y próspero en todo. Pero, ¿dónde estaría la complejidad de esta afirmación? Su complejidad reside justamente en el hecho de que para esa teología, solo los que no tienen fe no serán prósperos financieramente ni tendrán salud ni serán felices en esta vida. Estos son los que no cumplen lo que dice la Biblia respecto a las promesas divinas y que están envueltos con el diablo, es decir, que están en pecado.
La posesión, la adquisición de bienes, la salud, las buenas condiciones y la vida sin mayores problemas se presentan como pruebas de espiritualidad y de fidelidad a Dios. Se valoriza, la fe en Dios como el medio de obtener la salud, la riqueza, la felicidad, el éxito y el poder terreno. Los males significan la falta de fe, incapacidad en confesarla, o son el resultado de actos que desobedecen a Dios. Hay situaciones que hacen que los fieles se vuelvan vulnerables a la maldad del diablo.
En esa teología, la salud y la riqueza, siempre representan a la voluntad de Dios para con la persona fiel. Consecuentemente, ¡si el fiel es pobre y/o está enfermo es por ser un pecador! Esa posición teológica es mucho más fácil y simple. Censurar a la víctima es una manera de asegurarnos a nosotros mismos que el mundo está mejor de lo que parece, y que nadie sufre sin que haya una buena razón. Hace que todos se sientan mejor, a excepción de la víctima, que pasa a sufrir el doble con su condición social aumentando la desgracia original. Una de las maneras que encontramos para dar sentido al sufrimiento humano es el suponer que somos merecedores de lo que nos sucede, que de algún modo, las desgracias nos sobrevienen como castigos por nuestros pecados. Este tipo de teología, o mejor diríamos de antiteología, resuelve los problemas de los amigos de Job, pero no resuelve los problemas del propio Job y de los millares de Job que continúan naciendo.
Se debe dar una señal de alerta para que el cristianismo no corra el riesgo de perder su sensibilidad para con el sufrimiento humano. Cualquier teología que no parte del sufrimiento del inocente no dejará de ser el lenguaje de los amigos de Job, es decir, el lenguaje de los consoladores inoportunos que prefieren defender a Dios antes que dejarse interpelar por el dolor del hermano que sufre y que, en realidad, no defienden a Dios, sino a sí mismos y a su sistema teológico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario