sábado, 2 de mayo de 2009

Pastoral de la infancia, Edesio Sánchez Cetina

26 de abril de 2009
Por mandato bíblico los niños y niñas necesitan ser instruidos en la palabra de Dios (2 Ti 3.15), dirigirlos para que conozcan a Jesucristo, pero ¿cómo hacerlo? En un extremo están los que piensan que se les debe enseñar cómo a los adultos. En otro extremo están los que piensan que debe dejársele en libertad para decidir. En suma; ni la iglesia ni los padres sienten urgencia de programar sistemáticamente la educación cristiana de los niños y niñas.
Al asunto del “cómo” hay que agregarle el “quiénes”. La Biblia y la experiencia nos enseñan que los primeros responsables de la educación de los hijos, por supuesto son los padres. Pero cuidado con este concepto, porque la educación, para que sea completa, presupone por lo menos dos elementos sobresalientes: la información y la formación. Este enfoque en la educación, entonces presupone una educación integral en medio de la comunidad, dando respuestas a necesidades actuales. A menudo las iglesias diseñan sus actividades, especialmente las cúlticas de forma que los niños no quepan en ellas. Tristemente, muchos, que nacieron en hogares cristianos terminaron siendo evangelizados en las escuelas o universidades. Por otra parte, abunda la noción de que la educación cristiana para los niños no conoce el lado humorístico ni lúdico de la vida.
¿Qué dice la Biblia? Que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1.26-28). En el mismo sentido, los hijos nacen a semejanza de sus padres; lo cual, en este caso se refiere a la realidad de la persona humana, libre, social, comunicativa y destinada para el amor. Por esta razón Dt. 6.4-9 coloca el corazón de la fe bíblica en el seno del hogar. Esta directriz nos presenta importantes principios para la elaboración de una pastoral de la infancia.

La fidelidad y el amor están basados en el hogar. Toda discusión sobre Dios y la fe debe partir también del hogar. La orientación pedagógica se acentúa en la transición del pueblo hacia lo personal y familiar, y de regreso a la comunidad.
En este sentido encontramos un triple compromiso pedagógico: a) hacia uno mismo (“las palabras que te mando quedarán en tu memoria”, “las atarás a tu”), b) hacia los hijos (se las inculcarás a tus hijos), y c) hacia la comunidad (“las escribirás en las entradas de la ciudad”), siempre centradas en el hogar (vv. 7,9 y 20-25). Esta directriz en Deuteronomio nos da también la siguiente secuencia del proceso: a) recepción de la enseñanza; “Escucha… las palabras” (v.4); b) puesta en práctica de la enseñanza: “Amarás al Señor…” (v .4); c) apropiación de la enseñanza: “Quedarán en su memoria” (v. 6); d) transmisión de la enseñanza: “Se las inculcarás a tus hijos (v.7); d) repaso de la enseñanza: “Hablarás de ellas… las atarás… las escribirás” (vv.7-9). Además nos detalla los componentes de la dinámica pedagógica: el sujeto: los padres; el receptor: los hijos; el contenido: “estas palabras”; el lugar: el hogar; el tiempo: toda la actividad humana habitual; y la forma: la comunicación oral, escrita y práctica.

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