sábado, 2 de mayo de 2009

El significado social del Padrenuestro (II), Walter Rauschenbusch

15 de marzo de 2009
Las tres peticiones que abren la oración expresan el gran deseo que era fundamental en el corazón y la mente de Jesús. “Santificado sea tu nombre. Venga tu Reino. Hágase tu voluntad…”. Juntas, expresan la fe de Jesús y su deseo por la posibilidad de un Reino de Dios en la tierra, en el cual su nombre sea sagrado y su deseo cumplido. Apuntan hacia el futuro, hacia la perfección última de la vida común de la humanidad en esta tierra, y oran por la revolución divina que hará que suceda todo eso. No hay ninguna petición por que seamos libres de la condición humana y llevados al cielo, precisamente el gran objetivo de la religión eclesiástica. Pedimos, más bien, que el cielo se presente en la tierra, a través de la transformación moral y espiritual de la humanidad, en su vida personal y comunitaria. Ninguna forma de religión interpretó jamás esa oración de la manera correcta, si no era movida por una comprensión cariñosa de las relaciones cotidianas de las personas y una gran fe en su posible nobleza espiritual.
Y no hay quien haya rebasado el egoísmo simple de la religión inmadura que no ha seguido a Jesús en su deseo por la salvación social de la humanidad frente a todos sus deseos personales. El deseo por el Reino de Dios precede y es más importante que cualquier otra cosa en religión, y constituye el presupuesto tácito de todos nuestros deseos en relación con nosotros mismos. En realidad, nadie tiene el derecho de pedir para su cuerpo las fuerzas para su alma, a menos que su voluntad esté identificada con ese universal de Dios y tenga en mente usar la vitalidad de su cuerpo y su alma
en la conquista de ese objetivo. Si entendemos eso, podremos afirmar que las peticiones restantes hablan acerca de nuestras necesidades personales. Entre ellas, la petición por el pan de cada día está en primer lugar. Jesús nunca fue tan “espiritual”, como algunos de sus seguidores pretendieron ser. Nunca se olvidó o despreció la necesidad elemental del alimento. El lugar fundamental que le dio a esta petición es un reconocimiento de la base económica de la vida. Pero Jesús nos permite orar solamente por el pan que nos es necesario y solamente cuando lo es. El concepto de lo que es necesario se va expandiendo a medida que se desarrolla la vida humana. Con todo, esa oración nunca puede ser usada para pedir lujos que debiliten, ni acumulación de bienes que nunca se usarán, y que serán ciertamente una maldición para el alma de sus propietarios, con los diversos males de la ganancia. Tenemos que pedir, unidos, por el pan cotidiano. Nos sentamos en una mesa común en la gran casa de Dios y la provisión de cada uno depende de la seguridad de todos. Mientras la sociedad se socialice más, esto será más claro.

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