1 de marzo de 2009
El Padrenuestro es reconocido como la más pura expresión de la mente de Jesús. Cristaliza sus pensamientos. Trae consigo la atmósfera de la confianza infantil en el Padre. Es una evidencia de la claridad transparente y la paz de su alma.
Al principio, esa oración tomó la forma de una protesta contra la palabrería con que las personas trataban de manipular a sus dioses. Jesús exigía simplicidad y sinceridad en todas las formas de religión, y hacía de eso un ejemplo de la franqueza con la que los seres humanos deberían hablar con el Padre. He aquí el ejemplo de su concisión: “Y, orando, no usen vanas repeticiones, como los gentiles, qie piensan que por su palabrería serán escuchados. No se hagan semejantes a ellos, entonces. Porque su Padre sabe lo que es necesario para ustedes, incluso antes de que ustedes le pidan. Ustedes, pues, orarán así: “Padre nuestro que estás en los cielos…”. La oración del Señor nos es tan familiar que pocos se detienen a reflexionar sobre ella. La tragedia general de los equívocos que siguieron a Jesús a través de los siglos también frustró el propósito de su oración modelo. Él quería que no hubiera vanas repeticiones, lo cual fue transformado en su contrario en la práctica de las repeticiones incesantes.
Las iglesias la han usado también para las devociones de la vida religiosa personal. Realmente, es profundamente personal. Pero su significado más profundo para el individuo se revela solamente cuando éste se dedica al propósito más amplio del Reino de Dios y encara sus problemas personales desde este ángulo. Sólo entonces penetra en el verdadero significado de la oración del Señor y en el espíritu mismo del Señor.
La oración del Señor es parte de la herencia social del cristianismo, la cual ha sido usada por personas que han tenido poca simpatía con su espíritu social. Forma parte del equipamiento de los soldados del Reino de Dios. Deseo reivindicarlo aquí como la mayor expresión de todas las oraciones sociales. Cuando pidió que dijésemos: “Padre nuestro”, Jesús habló a partir de la conciencia de la solidaridad humana que era natural y fundamen-tal en su manera de pensar. Nos lleva a tomar las manos de todos nuestros hermanos en espíritu y, así, unidos, acercarnos al Padre. Esto aleja cualquier aislamiento egoísta de la religión. Ante Dios nadie está solo. Delante de quien todo lo ve, el individuo está rodeado por la multitud espiritual de todos con quienes se relaciona, de cerca o de lejos, de todos a quienes ama u odia, sirve u oprime, salva o perjudica. Somos uno con nuestros compañeros en todas nuestras necesidades. Somos uno en nuestros pecados y en nuestra salvación. El reconocimiento de esa unidad es el primer paso para repetir la oración del Señor de la manera correcta. Reconocer eso es también la base del cristianismo social.
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