sábado, 2 de mayo de 2009

Letra 114, 1 de marzo de 2009

POR DIOS, NUESTRO PADRE
Walter Rauschenbusch (1861-1918)
Oraciones por un mundo mejor

¡Oh, Tú, Padre de todos nosotros!, nos alegramos porque finalmente te conocemos. Nuestras almas están tranquilas porque no necesitamos inclinarnos más ante ti como esclavos amedrentados, buscando aplacar tu ira con sacrificios y autoflagelaciones. Nos allegamos a ti, Dios de amor, como niños confiados y felices. Tú eres el único Padre verdadero y toda la delicada belleza de nuestro amor, de la misma forma que la luna refleja el sol, es también el reflejo de tu bondad y tu amor.
Permite que crezcamos espiritualmente, y con el paso de los años podamos alcanzar la plenitud de esa fe. Porque eres nuestro Padre, que no escondamos de ti nuestros pecados, pero que podamos superarlos con el apoyo de tu presencia. Susténtanos en nuestros momentos de tristeza y danos paciencia en medio de los misterios no resueltos que los años nos traen. Revélanos la grandeza de la bondad y del amor que se muestran a través de las leyes inflexibles de este mundo. Y a través de esa fe, permite que aceptemos alegremente nuestra condición de hermanos de todas las demás criaturas.
Porque tu vida desborda permanentemente como un sacrificio de Padre amoroso, que podamos aceptar la eterna ley de la cruz y darnos a ti,
y también a todos los seres humanos. Te damos gracias por Jesucristo, cuya vida nos reveló esa fe y esa ley, y nos alegramos porque él se volvió nuestro hermano mayor. Permite que la certeza de que eres el Padre pueda brillar en nuestras vidas con tal belleza que algunos, quienes aún se arrastran en el limbo del miedo, puedan ponerse en pie como hijos libres de Dios, y otros, que ahora viven como huérfanos en un mundo vacío, puedan extender las manos hacia el gran Padre de nuestros espíritus y encontrarte muy cerca.
(Versión: LC-O)
ORACIÓN
Juan Calvino

Concede, Dios Todopoderoso, a quien le ha placido adoptarnos como tu pueblo, y dejar de ser tus enemigos, profanos y réprobos, para ser hijos de Abraham, que podamos obtener de ti una santa herencia. Concédenos que a través de toda nuestra vida podamos arrepentirnos de tal forma que alcancemos tu favor, el cual diariamente vemos delante nuestro en el Evangelio, y del cual nos has dado una segura muestra en la muerte de tu Hijo Unigénito, de modo que podamos llegar a ser más y más humildes delante de Ti, y trabajar para adaptar nuestra vida según las reglas de tu justicia, y detestarnos a nosotros mismos, para que podamos, al mismo tiempo, ser atraídos por la dulzura de tu benevolencia al llamarnos, y que podamos estar unidos a Ti con el fin de ser más y más confirmados en la fe, hasta que al fin alcancemos el bendito descanso que has sido propiciado para nosotros por la sangre de Cristo, tu Hijo Unigénito. Amén.

Charles E. Edwards, ed., Devotions and Prayers of John Calvin. Grand Rapids, Baker Book House, 1957, p. 109.

LA ORACIÓN
Fernando Cazón Vera (Ecuador, 1935)

Y dijeron entonces:
“Acaso hay que buscar un Dios posible y no un Dios
inaudito”,
un dios cuya palabra se escriba con minúscula, como se escribe padre, cielo, papel, aire, risa, alegría,
un dios que camine en medio de nosotros,
nos acompañe a la faena diaria y nos mire hacia el alma sin ninguna amenaza;
un dios que sepa a pan, que venga de agua, que se suponga siempre solidario;
que no provoque sangre ni tormentos, ni miedos, ni matanzas,
como terribles advertencias,
que no se haga buscar en lo más hondo de los oscuros pensamientos,
que no se esconda en un indescifrable verbo, tejido
como una gran maraña, adonde pocos hombres se deciden,
que no nos pida un diente doloroso, un sudor estafado,
un agradecimiento a su impalpable sombra,
ni nos imponga humillantes posturas frente a las imágenes llenas de silencio,
ni nos reclame una expiación, ni un lamento, ni un mecánico rezo,
un dios simple y amable a quien se pueda decir
camarada, amigo, compañero,
un dios para ser escrito en la tierra, con las manos sucias
de los labriegos y los enterradores
para ser presentido en el olor sencillo de la corteza
húmeda, de las flores que aún no fueron cortadas,
que nos proteja en el laberinto de las grandes ciudades,
un dios de sangre adentro,
un dios sin sacrificios, sin rostros esculpidos, con
terrible paciencia, en paredes suntuosas y sagradas,
un dios que no envejezca en su infancia a los niños,
que no los mate ni los viole,
ni los deje con las manos vacías
para obligarlos a tomar conciencia del más alto milagro,
un dios que no permita que vivamos con miedo,
ésa fue la oración de muchos días,
la que escondieron en sus pechos para no pecar de incrédulos.
La que callaron en los grandes suplicios para no ser
ofendidos nuevamente.
La que dijeron bajo el frío,
en el sol implacable
que obscurece la fatigada piel,
sobre el mar generoso de peces,
junto al sepulcro de los olvidados.
Ésa fue la oración que se abrió entre el incienso y el azufre.

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