sábado, 2 de mayo de 2009

La oración bíblica: modelo de fe y práctica, L. Cervantes-Ortiz

1 de marzo de 2009

1. La oración, clamor humano auténtico
La oración puede ser todo lo que queramos, desde una letanía repetida hasta el cansancio, vacía y sin ninguna proyección hacia lo trascedente o el diálogo verdadero con Dios y la expresión auténtica de las profundidades del corazón humano. En la Biblia aparece todo el espectro posible de la búsqueda de que la voz humana penetre en los oídos divinos. Es más, el antropomorfismo quizá más socorrido es precisamente ése, el que consiste en creer ciegamente en que los oídos de Dios están permanentemente atentos a la queja y el clamor humanos. Y es que vaya que este “suspiro del alma oprimida” por todos los grados de la necesidad surge espontáneamente de los corazones en busca de una respuesta, así sea mínima, a las urgencias básicas de la sobrevivencia. La oración verdadera no es una actitud o una pose religiosa, es un verdadero desvelamiento del alma ante lo eterno, lo trascendente, lo omnipotente, es decir, aquel espacio de gracia y bondad de donde se espera que surja el rostro de un Dios solidario ante la pena y el dolor. Si recordamos el episodio en que el rey Ezequías escucha la condena a muerte por parte del profeta Isaías, nos daremos cuenta del nivel de espiritualidad que puede alcanzar la oración profunda, aquella que surge cuando ante nosotros se coloca el dilema de morir sin alternativas.
Ezequías formaba parte de una dinastía que se encontraba condenada a la destrucción y el fracaso social, político y espiritual. Isaías (cap. 38) registra su reacción de una manera poco común y lo mismo hace II Cr 32.24-26. El profeta da fe de la oración in extenso, como si validase con la inclusión de la misma en su libro el tenor y la respuesta del monarca a sus exhortaciones. Sus palabras son desgarradoras, antes y después de la respuesta divina: “Oh Jehová, te ruego que te acuerdes ahora que he andado delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he hecho lo que ha sido agradable delante de tus ojos” (v. 3). Su lenguaje refleja la intensidad de la experiencia: “Yo dije: A la mitad de mis días iré a las puertas del Seol; privado soy del resto de mis años. Dije: No veré a Jehová, a Jehová en la tierra de los vivientes; ya no veré más hombre con los moradores del mundo. […] Contaba yo hasta la mañana. Como un león molió todos mis huesos; de la mañana a la noche me acabarás. Como la grulla y como la golondrina me quejaba; gemía como la paloma; alzaba en alto mis ojos. Jehová, violencia padezco; fortaléceme. ¿Qué diré? […] Oh Señor, por todas estas cosas los hombres vivirán, y en todas ellas está la vida de mi espíritu; pues tú me restablecerás, y harás que viva. He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción; porque echaste tras tus espaldas todos mis pecados. Porque el Seol no te exaltará, ni te alabará la muerte; ni los que descienden al sepulcro esperarán tu verdad. […] Jehová me salvará; por tanto cantaremos nuestros cánticos en la casa de Jehová todos los días de nuestra vida (vv. 10-20).
Semejante plegaria, proferida a las puertas de una muerte anunciada, brotó precisamente de la confluencia entre una voluntad divina que no fue inflexible, de hierro, sino que se modificó ante la inclinación humana, una especie de desviación impredecible de la contingencia, de la finitud, ante el designio expresado por el profeta. Dios modifica su designio y hasta transgrede sus propias leyes naturales como señal del cambio en el decreto de muerte (“He aquí yo haré volver la sombra por los grados que ha descendido con el sol, en el reloj de Acaz, diez grados atrás”, v. 8). Entonces resulta que Dios es un ser “modificable”, “convencible” mediante la intensidad de la oración. Y conste que no se habla de “oración fuerte” (tan de moda en estas latitudes hace algunos años), sino de todo lo contrario: una oración que exprese la debilidad de manera auténtica, la precariedad asumida como forma de existencia y de fe. Esta es justamente una de las grandes lecciones de este tipo de oración: nada de formalismos o solemnidades, nada de acartonamiento o celo por la doctrina expresada en las palabras litúrgicas. Sencillamente la voz del corazón afligido, contrito, humillado… La condición humana en toda su dimensión trágica en diálogo con un Dios dispuesto a “corregir” ya ofrecer nuevas oportunidades.

2. El Padrenuestro: oración de la salvación integral
La oración que Jesús enseñó a sus discípulos por petición expresa (Lc 11.1)es ejemplar por muchas razones. Estrictamente hablando, es la plegaria modelo de la persona más cercana al Dios vivo y verdadero, pues contempla e incluye los elementos básicos para expresar una sana dependencia de la voluntad de Dios en el mundo, no fuera de él. En primer lugar su perfil comunitario hace de la oración una plataforma teológica y de fe para superar el individualismo egoísta. La colectividad resumida desde la primera frase preside todo el rumbo de la oración. Como afirma Walter Rauschenbusch, el padre del “cristianismo social”:

Las iglesias la han usado también para las devociones de la vida religiosa personal. Realmente, es profundamente personal. Pero su significado más profundo para el individuo se revela solamente cuando éste se dedica al propósito más amplio del Reino de Dios y encara sus problemas personales desde este ángulo. Sólo entonces penetra en el verdadero significado de la oración del Señor y en el espíritu mismo del Señor.
La oración del Señor es parte de la herencia social del cristianismo, la cual ha sido usada por personas que han tenido poca simpatía con su espíritu social. Forma parte del equipamiento de los soldados del Reino de Dios. Deseo reivindicarlo aquí como la mayor expresión de todas las oraciones sociales. Cuando pidió que dijésemos: “Padre nuestro”, Jesús habló a partir de la conciencia de la solidaridad humana que era natural y fundamental en su manera de pensar. Nos lleva a tomar las manos de todos nuestros hermanos en espíritu y, así, unidos, acercarnos al Padre. Esto aleja cualquier aislamiento egoísta de la religión. Ante Dios nadie está solo. Delante de quien todo lo ve, el individuo está rodeado por la multitud espiritual de todos con quienes se relaciona, de cerca o de lejos, de todos a quienes ama u odia, sirve u oprime, salva o perjudica. Somos uno con nuestros compañeros en todas nuestras necesidades. Somos uno en nuestros pecados y en nuestra salvación. El reconocimiento de esa unidad es el primer paso para repetir la oración del Señor de la manera correcta. Reconocer eso es también la base del cristianismo social.
[1]

Sin este horizonte social, cualquier forma de oración está condenada a sumirse en los abismos del aislamiento y el egocentrismo. No obstante, el individuo, al colocarse en esa perspectiva comunitaria, humana, universal, puede acceder a la solidaridad más profunda. De esa manera, la plegaria subordina la súplica por las necesidades esenciales de la vida a la petición central por la venida del Reino, pues de ella se derivan todas las demás: acabar con el hambre, el perdón de las deudas y ofensas, superar la tentación y ser liberados del mal. Como se ha dicho, se trata de una oración integral, pues abarca y resume sintéticamente los aspectos elementales de la espiritualidad requerida para participar de la causa de Jesús, es decir, para situarse en sintonía con él y asumir la vida desde la expectativa militante del Reino de Dios. En ese sentido, es un punto de partida ineludible para cualquier forma de espiritualidad que quiera seguir llamándose cristiana, pues amalgama, por una parte, la tradición que Jesús conoció en medio de su pueblo, y agrega, por el otro, la vertiente profética crítica con un alto grado de creatividad y espontaneidad.
[2]
En América Latina existe una gran tradición de relectura del Padre Nuestro, pues además de las aproximaciones teológicas (Rubem Alves y Leonardo Boff, entre algunas de ellas), la gran poesía la ha retomado y relanzado con enormes alcances (Nicanor Parra, Benedetti, Juan Gelman) en su búsqueda de justicia social y de una reserva de significado que no se agota nunca, tal como lo hizo la teóloga presbiteriana Julia Esquivel, con su Padrenuestro desde Guatemala, adonde da fe de las atrocidades cometidas por los gobiernos militares.
Frei Betto lo transformó así:

Padre nuestro que estás en el cielo, y eres nuestra Madre en la Tierra , amorosa orgía trinitaria, creador de la aurora boreal y de los ojos enamorados que enternecen el corazón, Señor más allá del moralismo desvirtuado y guía de la trocha peregrina de las hormigas de mi jardín.
Santificado sea tu nombre grabado en los girasoles de inmensos ojos de oro, en el enlace de un abrazo y en la sonrisa cómplice, en las partículas elementales y en el candor de la abuela al servir la sopa.
Venga a nosotros tu Reino para saciarnos el hambre de belleza y sembrar compartimiento donde hay acumulación, alegría donde irrumpió el dolor, sabor de fiesta donde campea la desolación.
Que se haga tu voluntad en los caminos desorientados de nuestros pasos, en los ríos profundos de nuestras intuiciones, en el vuelo suave de las garzas y en el beso voraz de los amantes, en la respiración jadeante de los afligidos y en la furia de los vientos convertidos en huracanes.
Así en la Tierra como en el cielo, y también en la médula de la materia oscura y en la garganta abisal de los agujeros negros, en el grito inaudible de la mujer maltratada y en el prójimo mirado como desemejante, en los arsenales de la hipocresía y en las cárceles que congelan vidas.
Danos hoy el pan nuestro de cada día, y también el vino embriagante de la mística alucinada, el coraje de decir no al ego propio y el dominio vagabundo del tiempo, el cuidado de los desheredados y la valentía de los profetas.
Perdona nuestras ofensas y deudas, la altivez de la razón y la acidez de la lengua, la ambición desmesurada y la máscara con que cubrimos nuestra identidad, la indiferencia ofensiva y la adulación reverencial, la ceguera ante el horizonte desnudo de futuro y la inercia que nos impide hacerlo mejor.
Así como nosotros perdonamos a quien nos ha ofendido y a nuestros deudores, a los que nos escarban en el orgullo e imprimen envidia en nuestra tristeza de no poseer el bien ajeno, y a quien, ajeno a nuestra supuesta importancia, se cierra a una inconveniente intromisión.
Y no nos dejes caer en tentación ante el porte suntuoso de los tigres de nuestras cavernas interiores, las serpientes atentas a nuestras indecisiones, los buitres depredadores de la ética.
Pero líbranos del mal, del desaliento, de la desesperanza, del ego inflado y de la vanagloria insensata, de la insolidaridad y de la flacidez del carácter, de la noche sin luna de sueños y de la obesidad de convicciones demasiado seguras.
[3]

Y Alfonso Chase (Costa Rica, 1945):

Aprendiendo a orar
Padre nuestro que estás en la sangre.
Ayúdanos a salvarte del silencio,
haznos chispa o relámpago, corona
para la pobreza, pico de cuervo
y rosa despilfarrada en los jardines.
Santifi cado sea el cuerpo, la ramazón
oculta de las venas, las lágrimas
hablando con la hiedra, el dedo
poniendo límite al horizonte.
Padre nuestro que estás en las cosas.
Ayúdanos a despojarnos de todo,
regocíjanos en el amor al insecto
y la admiración silente por la sombra.
Santifi cado sea el nombre del prójimo,
el dolor de sus párpados, el fi lo inacabable
del labio, el arco maravilloso de la nuca
sosteniendo todos sus pensamientos.
Permítenos compartir
la espiga del hambre,
el Porvenir del alba y la sonrisa.
No nos niegues la tentación.
Empújanos al encuentro del dolor
engendrado en el pánico de saberte solo,
mas líbranos de nuestra voluntad
y déjanos en el instante largo de la duda.
Olvídanos en tu reino. No recompenses
nuestras obras, así como nosotros te perdonamos
la soledad perpetua de tu llanto.
Sálvanos de la vida perdurable
y del pan nuestro de cada día,
juzga nuestras deudas y haz que podamos
pagarlas en el doble. Padre nuestro
que estás en la sangre, permítenos
arder en la chispa y desaparecer en el fuego,
ahora y en la hora de nuestra vida. Amén.

La canción popular, por supuesto, también ha hecho algunas contribuciones al respecto, como Los Fabulosos Cadillacs:

Me estás consumiendo,
me estás malgastando
me estás desesperando
y yo me arrodillo por vos
me estás confundiendo,
me estás caminando
y estás resecando,
ay señor, mi corazón.
Quiero ver amanecer,
pero del otro lado ver amanecer
pero que alguien se quede aquí
para saber si yo sigo vivo
quiero ver amanecer
pero del otro lado ver amanecer
pero que alguien se quede aquí
para saber si yo sigo vivo.
Tengo el alma escapada,
la conciencia mareada
mi vida está tan cansada
de buscar tu perdón
vengo volando muy bajo,
buscando algún claro
donde descansar
es que me vengo bandeando,
me estoy cayendo
de tanto esperar.
Cielo bonito devuelve mi alma,
cielito yo te pido otra oportunidad
cielo no me hundas, no me desmorones
cielito no me dejes sin saber la verdad.
Me escapé de mi casa,
me escapé de mi amor
pero nadie se escapa de tu mano, señor.
(Del álbum Rey azúcar, 1995)
Notas
[1] W. Rauschenbusch, “O significado social do Pai-Nosso”, en Orações por um mundo melhor. Pres. de Rubem Alves. São Paulo, Paulus, 1997, pp. 16-17. Versión de L.C.-O.
[2] Cf. Paulo Lockmann, “Perdónanos nuestras deudas. Una meditación sobre la oración: una forma de lucha y resistencia a la opresión”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 5-6, 1992, www.claiweb.org/ribla/ribla5_6/perdona%20nuestras%20deudas.htm.
[3] Frei Betto, “Oración del Padre Nuestro”, en http://alainet.org/active/27971&lang=es.

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