sábado, 2 de mayo de 2009

Jesús en Gethsemaní: comunión, soledad y oración, L. Cervantes-Ortiz

9 de abril de 2009
La pasión de Cristo en Iztapalapa es un espectáculo para cientos de miles, en efecto. Pero es precisamente eso, un espectáculo, no una celebración o ceremonia religiosa. [...]
...la religión no está ya primordialmente en las iglesias, si es que alguna vez lo estuvo. Se encuentra en la manera de entender al mundo y nuestra relación con él. La religión no tiene que ver primordialmente con el más allá, sino con el más acá. Si ya casi no encontramos a la religión por ningún lado, no es que ya no exista, sino que no sabemos dónde buscarla.
[1]
Roberto Blancarte

1. El proceso histórico del Reino de Dios
Antes de ser aprehendido por causa de su labor al servicio del Reino de Dios (proclamación, praxis, denuncia del pecado social y estructural, anuncia del amor incondicional de Dios), Jesús había tomado una serie de determinaciones encaminadas a hacer visible su compromiso con la causa del Padre y a desencadenar las circunstancias que acabarían con su muerte. Esta estrategia comenzó cuando se enteró de la muerte de Juan el Bautista (Mt 14.1-12), quien lo había precedido en la denuncia de los males que aquejaban profundamente al pueblo y quien vislumbró de una manera profética el horizonte utópico de la intervención de Dios en la historia de ese momento, aun cuando no logró entender suficientemente la forma en que esto sucedería, de ahí que envió a sus propios discípulos a interrogar a Jesús acerca de su labor. Cuando Jesús decide tomar por asalto la ciudad y el templo, y luego de denunciar abiertamente los defectos de la religiosidad externa transmitida al pueblo, Jesús comienza una especie de deconstrucción de los procesos religiosos, espirituales, políticos e ideológicos a los que estaba sometido el pueblo pobre de Israel. Luego de la entrada a Jerusalén, el detalle simbólico más significativo fue su salida del templo, es decir, el abandono total de la perspectiva judía para considerar la realidad de su relación con Dios. Dicho edificio se había convertido en un instrumento ideológico-religioso de la dominación económica, social y política romana.[2] El horizonte escatológico de dicha acción y la visión apocalíptica propia de Mateo es el trasfondo para los sucesos que se van sumando en su camino hacia la cruz.
Antes de reunirse con los discípulos en la cena que anunciará la proyección escatológica de su mensaje, vida, muerte y resurrección, Jesús subraya la responsabilidad de los discípulos y anuncia el juicio de las naciones con base en su trato hacia el Hijo del Hombre. Los antecedentes inmediatos a la cena son la especificación del criterio absoluto para el juicio: la praxis solidaria total hacia la humanidad desvalida (25.44-45) y la unción creyente para el martirio (26.6-13), además, por supuesto, de la conspiración político-religiosa para acabar con su vida, como parte de un esquema sacrificial típico de la estructura mental, psicológica y cultural del momento. Porque hay que decirlo desde ya: no hay nada más opuesto a los planes divinos de salvación que este esquema, pues el énfasis sacrificial es propio de una cultura del sometimiento y la intencionalidad redentora de Jesús es una lucha frontal contra el abuso desde el poder y la muerte de miles de personas en los diversos altares económicos y políticos. Judas mismo, al “vender” a Jesús, intenta presionarlo para actuar en el marco de esa cultura. Como resume Gilberto Gorgulho: “La religión de la violencia, centrada en la inmolación de una víctima expiatoria, es una clave de lectura de la hominización y del origen y evolución de la cultura. Esto por cuanto la antropología mimética y el sacrificio del chivo expiatorio están en el origen y en el desarrollo histórico de la cultura que se manifiesta y se estructura en las prohibiciones, en los ritos, en los mitos, en las instituciones, en el lenguaje, y en la producción simbólica humana”.
[3] A partir de una lectura antropológica de la historia, del origen de la religión y de la Biblia, es posible prevenirse “para no usar la religión como un instrumento que sacralice a las víctimas, a las que primero las eliminamos, las hacemos culpables a causa de nuestro deseo mimético, de reconciliación falsa, y luego las sacralizamos para seguir en una espiral donde los que están arriba se mantengan en el poder”.[4] Agrega Gorgulho: “En el lenguaje paulino equivale a la oposición entre la ‘carne’ y el ‘Espíritu’. La vida humana, en el proceso personal e histórico, está dominada por esta fuerza de dominación y de muerte (cf. Gál. 5; Rm. 7)”.[5]

2. Sacramento liberador y comunión, alternativa a la cultura sacrificial
Jesús responde convocando a la cena para relanzar el proyecto del Reino de Dios, aunque con otras claves y otra conducta. Su actitud liberadora, que se manifestará en el acto mismo de la entrega sacramental, abre la puerta para una protesta directa contra las mentalidades, hábitos y costumbres sacrificiales, propios de aquella cultura y de la actual también. “La historia de la tradición judeo-cristiana debe ser vista como un proceso de liberación de este mecanismo de la religión de la violencia. Es el proceso pedagógico en el cual la fuerza nueva de la salvación, donada por el Dios de la Vida y realizada por la libertad humana en la gracia del Espíritu de Amor, se va haciendo de generación en generación”.
[6] El sacramento de la Eucaristía es instituido, por tanto, desde las raíces de su nombre, como una auténtica praxis de acción de gracias, es decir, de reconocimiento de la intervención de Dios en las acciones humanas productivas y alimenticias, en el sentido más amplio. Y es que cada sociedad o civilización tiene como cimiento un sacrificio aceptado unánimemente, es decir, que forma parte constitutiva de su origen. Por ello, René Girard, desde la antropología, y Franz Hinkelammert, desde la teología y la economía, han identificado y denunciado, dentro de la más genuina tradición profética, la gigantesca y perversa hipocresía que le da razón de ser a la cultura burguesa capitalista actual, siempre cristiana: el inmenso altar en el que diariamente son degollados miles de seres humanos para mantener el sistema funcionando como una máquina perfectamente aceitada.[7] Es más, el aceite mismo de ese engranaje son los sacrificados.
El acto de aparente antropofagia (canibalismo) de Jesús representa la posibilidad de asimilar su causa mediante la relación física y alimenticia con su persona, todo en medio de una praxis liberadora basada en el antiquísimo recuerdo del Éxodo, pues la gran contradicción humana consiste hoy en que, a semejanza de la época de Jesús, y por obra y gracia de la religión aburguesada y domesticada, los descendientes de los esclavos liberados de Egipto conmemoran la obtención de la libertad mediante un sacramento mediatizado por los poderes dominantes para sacralizar las nuevas formas de sometimiento. La “nueva alianza” a la que hace alusión Jesús a partir de esta nueva práctica es un encuentro liberador en todos los sentidos.
Luego de la dispersión del grupo de seguidores y hasta de su negación por parte de alguno de ellos, Jesús se va quedando solo progresivamente, es decir, únicamente cara a cara con el Padre, ante quien se desahogará. Sus palabras son impresionantes: “Me muero de tristeza. Quedaos aquí y estad en vela conmigo” (26.38).

Jesús no rechaza la muerte por sí misma, que había aceptado a partir de su bautismo (3.15s) y que él mismo había propuesto como modelo a los Zebedeos (20.22). Su angustia y su petición brotan de ver cómo el Padre va a ser ultrajado y considerado como un Dios falso (Sal 42.4: “¿Dónde está su Dios?”) Los hombres esperan un Dios que demuestre su potencia. Si Jesús muere condenado como un criminal, despreciarán al Dios de quien se fiaba.
Para el sistema de poder, el Dios impotente aparece como falso. Se revela aquí lo más profundo del misterio del amor de Dios y de su designio.
Aparecen aquí la fuerza y la debilidad de Dios. Por ser puro amor, no tiene más fuerza que la de su amor mismo. [...] El Padre que se revela en Getsemaní es completamente distinto del Dios que la humanidad conocía. No es el Dios de la imposición y del triunfo, sino el Padre que acepta su fracaso ante la historia con tal de ser fiel a su amor y hacer posible al hombre su plenitud. La angustia que experimenta Jesús en Getsemaní se reflejará en su grito en la cruz (27.46); ella domina todo el tiempo de su pasión.
[8]

Existe un profundo rechazo a encontrarse con Dios en la debilidad, desde la debilidad, a partir de la debilidad. El sistema político-ideológico y religioso interiorizado en nosotros, no sabe, ni puede, ni quiere tratar con un Dios débil, ese paradigma de Dios susceptible de reconocimiento más allá del sacrificio impuesto por el poder. Jesús, finalmente, pone en práctica una de las peticiones de su oración: “Hágase tu voluntad [y no la mía]”(26.39, 42), pues en Getsemaní se atreve a completarla, pues la segunda parte no la había pronunciado antes hasta verse inmerso en la atmósfera de la angustia y la soledad. Es la “noche oscura del alma” de Jesús, la evocada por San Juan de la Cruz:

Coplas del alma que pena por ver a Dios
Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.
En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo,
pues sin él, y sin mí quedo,
¿este vivir qué será?
mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo, porque no muero.
Esta vida, que yo vivo
es privación de vivir,
y así es continuo morir,
hasta que viva contigo:
oye mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero,
que muero, porque no muero.
Estando ausente de ti,
¿qué vida puedo tener,
sino muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
lástima tengo de mí,
pues de fuerte persevero,
que muero, porque no muero.

El pez que del agua sale,
aún de alivio no carece,
que la muerte que padece,
al fin la muerte le vale;
¿qué muerte habrá que se iguale
mi vivir lastimero,
pues si más vivo, más muero.

Cuando me empiezo aliviar
de verte en el Sacramento,
háceme más sentimiento,
el no te poder gozar:
todo es para más penar,
y mi mal es tan entero,
que muero, porque no muero.

Y si me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte,
se me dobla mi dolor,
viviendo en tanto pavor,
y esperando, como espero,
me muero, porque no muero.

Sácame de aquesta muerte,
mi Dios, y dame la vida,
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte,
mira que muero por verte,
y de tal manera espero,
que muero, porque no muero.

Lloraré mi muerte ya,
y lamentaré mi vida,
en tanto, que detenida
por mis pecados está:
¡oh mi Dios, cuándo será,
cuando yo diga de vero
vivo ya, porque no muero![9]

Jesús regresa a la realidad fáctica, a encontrarse con la traición, la conspiración y el camino hacia la cruz definitiva. Pero lo hace ahora en actitud de comunión y entrega. Ésa es su mayor lección.
Notas
[1] R. Blancarte, “Una semana no tan santa”, en Milenio Diario, 7 de abril de 2009, http://impreso.milenio.com/node/8556842.
[2] Paulo Lockmann, “La crítica de Jesús”, en RIBLA, núm 10, www.claiweb.org/ribla/ribla10/la%20critica%20de%20jesus.htm: “Es interesante notar que toda la estructura teológico-ideológica que legitimaba el orden social y político es cuestionada por el Mesías-Jesús. Lo que era sustentado por la oligarquía religioso-política como puro tiene que ser purificado, por cuanto no lo era. Los hijos de Israel ciegos y cojos, eran clasificados como impuros por los mismos religiosos, y por eso tenían prohibido entrar en el santuario. Ahora ingresan en él y son purificados por el verdadero Señor, Jesús. Es, de hecho, el día de la visitación de Israel, de Jerusalén y del Templo, por el Señor. Este hecho es reforzado por la perícopa siguiente: Mt. 21, 18-22, que es una condenación profética a la “higuera”, que es Israel”.
[3] G. Gorgulho, “La religión de la violencia y el Evangelio”, en RIBLA, núm. 10, www.claiweb.org/ribla/ribla10/la%20religion%20de%20la%20violencia.htm.
[4] Juan Pablo García Maestro, “Las alternativas de las religiones en el umbral del nuevo milenio”, en Discípulos. Revista de teología y ministerio, núm. 6, abril de 2003, www.ciberiglesia.net/discipulos/06/06fenomenologia-alternativareligiones.htm.
[5] G. Gorgulho, op. cit: “Este dinamismo está en la raíz del desarrollo cultural de las relaciones humanas, y explica el dinamismo de la religión de la violencia y de su relación con el desarrollo de la cultura. Esto por cuanto se busca vencer la violencia recíproca a través de la fuerza de la violencia unánime concentrada sobre una víctima expiatoria. En tanto la violencia de todos se concentra sobre una víctima, la violencia recíproca es neutralizada y se tiene la impresión de una posibilidad de vida comunitaria en orden y en paz. El mecanismo victimario es la tentativa de restablecer la vida social comunitaria mediante la fuerza de la violencia. ¡La víctima de la violencia es necesaria para establecer un proceso de socialización y de vida con los otros! La crisis mimética, en su mecanismo victimario, es manifestación del anti-Reino de Dios y actuación del Príncipe de este mundo, el padre de la mentira (cf. Mc. 3, 20ss; Jn. 8, 44ss). La crisis mimética es contagiosa, voraz y desintegradora. Ella se constituye en la crisis del sacrificio de la víctima de la violencia unánime”.
[6] Idem.
[7] Cf. R. Girard, La violencia y lo sagrado. Barcelona, Anagrama, 1983; El chivo expiatorio. Barcelona, Anagrama, 1986; Veo a Satán caer como el relámpago. Barcelona, Anagrama, 2002. F. Hinkelammert, Sacrificios humanos y sociedad occidental: Lucifer y la bestia. San José, Departamento Ecuménico de Investigaciones, 1991.
[8] Juan A. Mateos y Fernando Camacho. El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Cristiandad, 1981, p. 259. Énfasis agregado.
[9] San Juan de la Cruz, Poesías completas y comentarios en prosa a los poemas mayores. Nota prel. y ed. de Dámaso Alonso. Madrid, Aguilar, pp. 38-40.

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