martes, 18 de diciembre de 2007

El Evangelio que dignifica a la mujer, Guillermo Milován

EL EVANGELIO QUE DIGNIFICA A LA MUJER
Guillermo Milován
18 de noviembre de 2007

Una de cada dos mujeres en el mundo es víctima de malos tratos. Alrededor de 60 millones de mujeres en el mundo son víctimas de la misma sociedad en que viven y asesinadas por el sólo hecho de ser mujeres, según un estudio presentado el 1 de junio de 2000 por la ONU.
El mismo informe revela que entre el 20 y 50% de las niñas y las mujeres de todo el mundo han experimentado algún tipo de violencia. En 44 países, en su mayoría iberoamericanos, se han adoptado leyes específicas contra la violencia doméstica. [...]
Valga esta introducción para retrotraernos al pasaje de Juan capítulo 8 donde Jesús ejerce un tratamiento conforme a la dignidad del ser humano, en este caso en la persona de una mujer que es el motivo de nuestra preocupación en el momento. Este suceso y otros narrados en los evangelios donde se destaca el trato que Jesús ha dado a la mujer, confirman la verdad tantas veces proclamada que se debe al cristianismo, la buena nueva de la dignificación de la mujer en la sociedad humana. [...]
Los fundamentalistas de la época, escribas y fariseos, nos dice el texto, le trajeron a Jesús una mujer como botín de guerra, acusada de haber sido sorprendida en el acto de adulterio. Curiosamente, el hombre culpable del mismo pecado no aparece en la escena, escapa al celo de los críticos de la mujer y de la sociedad. Algo que se ha repetido hipócritamente hasta el presente. El arma que esgrimirá el Maestro en esta ocasión, además de una lógica contundente, será el silencio pero no un silencio cualquiera que culmina en la nada, sino un silencio que habla, un silencio que inquieta, incomoda y –como en esta circunstancia– no dejará de hurgar la conciencia misma de cualquier actor humano. Hasta aquí será un silencio creador, un silencio con propósito, gradual y persistente, que se profundiza en la medida que actúan los protagonistas, siempre pausadamente y sin prisa, pero midiendo cada momento según su grado de importancia. [...]

El silencio de Jesús en este episodio admite un análisis concreto y profundo marcado por varias etapas sometidas a un fogueo serio al discernimiento y a su sabiduría.
La primera etapa del silencio de Jesús se establece en el momento mismo cuando los acusadores le presentan a la mujer y la ponen en medio de la escena, (vv. 3-4). Como si no viera ni oyera nada, Jesús no se inmuta ni procede. No cabe duda que, a partir de la presentación, Jesús conoce las intenciones de esos “expertos de la ley” por cuanto erraron el trámite de la denuncia. Este debía ser sometido, según la ley, al sanedrín para su veredicto y no a un personaje del camino por más célebre que este fuera. Era claro que esos señores no estaban interesados en buscar justicia, ni movidos a compasión por la suerte de la desdichada mujer sino en conocer, sea cual fuere, el veredicto de Jesús. [...]. En realidad el centro de la cuestión era Jesús y no la mujer que sirvió de pantalla.
En este caso ¿qué otra cosa podía hacer Jesús, sino guardar silencio y dar tiempo para que las verdaderas intenciones de los presuntos interesados en la pureza sexual y matrimonial muy pronto salgan a la luz del día?
De esta primera etapa del encuentro de Jesús con los ocasionales acusadores de la mujer, surgen de su silencio creador varias lecciones que ponen a prueba su carácter moral: No se apresura a juzgar a la mujer; respeta a los acusadores, aunque mantendrá distancia acerca de la actitud de ellos; como en otro caso “no se fiaba de ellos, porque conocía a todos...” (Juan 2.24-25). Si tenemos en cuenta que estaba ocupado “enseñando al pueblo” (v. 2), admite la interrupción, y se limita a escuchar, y debe haber mirado a la mujer con profunda misericordia. No podría haberse
esperado algo menos de su condición redentora.
La Biblia en las Américas, 57, 258, 2002

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