martes, 18 de diciembre de 2007

Letra 50, 18 de noviembre de 2007

TOLERANCIA
Jaime Hernández Ortiz
La Jornada Jalisco, 12 de noviembre de 2007

Este próximo viernes 16 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Tolerancia. Este día se instituye en ocasión de la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, aprobada durante la Conferencia General de las Naciones Unidas, realizada en París del 25 de octubre al 16 de noviembre de 1995.
Resulta preocupante que en México se celebren fechas como el día del médico, el cartero, el maestro, el bombero, (sin restarle desde luego su valor y papel social), el servidor público y hasta se pretenda regresar al día del Presidente, sin que se tomen en cuenta días que por su relevancia temática nos obligarían a realizar actos afirmativos para la promoción y defensa de valores y las prácticas democráticas.
El Día Internacional de la Tolerancia, dicen organismos mundiales, debe ser una ocasión para impulsar la educación para la tolerancia, la reflexión, los debates sociales y políticos sobre los problemas de intolerancia locales y mundiales; una oportunidad de hacer un balance de logros y proponer nuevas políticas. Sin embargo poco o nada se hace. Incluso, pasa desapercibido hasta para las comisiones de derechos humanos.

Intolerancia: obstáculo para la democracia
México aún no termina de vivir una “transición democrática” y dista mucho de vivir un Estado de derecho. Durante el último decenio hemos sido testigos de una intensificación de actos de intolerancia, violencia (sobre todo contra las mujeres y niños), terrorismo (principalmente de Estado), xenofobia (como la represión del caso 28 de mayo de 2004: “venían de fuera y del DF” se dijo), patrioterismo regional (como en el conflicto de límites con Colima), racismo (contra todas las etnias –recordemos el trato dado a los purépechas por parte del ayuntamiento de Guadalajara); exclusión (laboral de todo tipo y dificultades de acceso a la justicia), agresividad antidemocrática (como la campaña sucia contra López Obrador), marginación y discriminación contra minorías étnicas, religiosas, refugiados, migrantes y grupos vulnerables de la sociedad como los de la tercera edad. Así como actos de censura e intimidación contra personas que ejercen su derecho de libre opinión y expresión —principalmente periodistas—; actos que según las Naciones Unidas “constituyen amenazas para la consolidación de la paz y de la democracia en el plano nacional e internacional y obstáculos para el desarrollo”.
Es significativo que los Principios sobre la tolerancia tengan como punto de partida los artículos 18, 19 y 26 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, donde se afirma que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”, “de opinión y de expresión” y que la educación “favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos”. Esto porque resulta que los problemas de intolerancia más antiguos son precisamente los relativos a los aspectos religiosos y que luego estén estrechamente vinculados a las convicciones políticas y la objeción de conciencia.
En 1981 las Naciones Unidas aprobaron también con base en el artículo 18 de la misma Declaración, la Declaración sobre la Eliminación de Todas las Formas de Intolerancia y Discriminación Fundadas en la Religión o las Convicciones, así como muchas otras declaraciones orientadas a establecer compromisos en el sentido de evitar la discriminación por convicciones religiosas, políticas, sociales y culturales, y fundar instituciones humanitarias acordes a los fines de la propia convicción.
Sin embargo, estos y muchos otros derechos humanos se encuentran continuamente amenazados en nuestro país por las continuas pretensiones de vulnerar el Estado laico y socavar libertades civiles.

Definición clara
Independientemente de la complejidad que tiene el definir conceptos que a veces no siempre escapan del ámbito territorial o de grupo, las Naciones Unidas definieron la tolerancia en los siguientes términos: “La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz. No es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales. La tolerancia han de practicarla los individuos, los grupos y los Estados. La tolerancia es la responsabilidad que sustenta los derechos humanos, el pluralismo (comprendido el cultural), la democracia y el Estado de derecho.”
En contrapartida, se ha distorsionado el concepto de tolerancia cuando se limita sólo a la esfera de la seguridad y en proyectos como “tolerancia cero”, que la mayoría de las veces devienen en políticas que se traducen en medidas como toques de queda, o bien conducen a un endurecimiento del control social acompañado de una noción de criminalización de la protesta social; o en proyectos de “gobernabilidad” para censurar las libertades públicas. [...]
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ANCIANOS Y DIÁCONOS EN LA TRADICIÓN REFORMADA: MINISTERIOS DE AUTORIDAD Y SERVICIO (I)

1. Las Ordenanzas eclesiásticas (1541), de Juan Calvino
La Iglesia cristiana no responde a las necesidades del mundo con recursos propios, pues lo hace a través de los ministerios que propicia, suscita y dirige el Espíritu Santo y cuyo perfil está trazado en las Escrituras. En su primera estancia en Ginebra (1536-1538), junto con Guillermo Farel, Juan Calvino propuso al gobierno de la ciudad en enero de 1537 una serie de Artículos referentes a la organización de la iglesia y el culto en Ginebra, propuestos por los ministros al concilio que reorganizaran la vida de la Iglesia. Su prioridad, como explica Georg Plasger, “fue siempre la forma que tiene la iglesia, y por lo tanto, cómo vive. No se adhiere al concepto de los bautistas que consideran la iglesia como una comunidad exclusiva de los elegidos. La iglesia es más bien, según Calvino, la comunidad de los fieles que se comprometen con ella libremente”. Pero sus
propuestas reformatorias de Calvino eran difíciles de aceptar para el Consejo y las circunstancias lo obligaron a dejar la ciudad. Pero tres años más tarde, ante el peligro de que naufragase la Reforma en la ciudad, el reformador fue llamado de regreso.
Apenas puso un pie de regreso, el 13 de septiembre de 1541, solicitó al pequeño Consejo que los magistrados nombraran un comité , incluyéndolo a él mismo, para redactar una constitución para la Iglesia. Las Ordenanzas Eclesiásticas, modificadas por dicho consejo y el Consejo de los Doscientos, fueron aprobadas por la Asamblea General el 20 de noviembre del mismo año. Con ello, Calvino dio un primer y gran paso para la conformación de un cuerpo eclesiástico que influiría de manera determinante desde su época por todo el continente europeo. El documento está presidido por la creencia en que el trabajo establecido de la Iglesia es “predicar el Evangelio y administrar los sacramentos, enseñar las Escrituras a los creyentes, y cuidar de los necesitados”. Para tal fin, las Ordenanzas señalaban las funciones de cuatro oficios ministeriales:

a) Los pastores tienen que predicar y enseñar, administrar los sacramentos (bautismo y Santa Cena) y visitar a los enfermos. Una vez a la semana se reúne el convento de pastores de la ciudad y sus alrededores, interpreta la Biblia en comunidad y se evalúa mutuamente.
b) Los profesores [o doctores] tienen la tarea de “enseñarles a los fieles la doctrina de la salvación”. En el sentido estricto, esto significa interpretar el Antiguo y Nuevo Testamento. Ya que “para que esta enseñanza dé frutos”, se requieren conocimientos de idiomas y una formación general, la tarea de los profesores también incluye estas materias.
c) Cada año, los distintos consejos de la ciudad eligen a doce presbíteros. En conjunto con seis pastores (elegidos por sus pares) forman el consistorio. El consistorio cuida la Ley Eclesiástica dentro de la comunidad. Los miembros del consistorio deben “advertir amablemente a los que ven fallar o vivir en condiciones desordenadas”. Por lo tanto, el consistorio se preocupan por la conducta de la comunidad, la participación en los cultos y la doctrina. Si constata desconsideración o abuso, tiene que advertir los miembros primero amistosamente. Si esto no basta, puede excomulgarlos o denunciarlos ante los tribunales laicos. Las dos cosas ocurren muy raramente. Lo que más preocupa al consistorio es mediar en conflictos, muchas veces entre marido y mujer. Las reuniones semanales son los jueves. La Ley Eclesiástica define el espíritu del consistorio con las siguientes palabras: “Todo esto debe ser siempre tan moderado que no haya lugar para una rigidez aplastante, y las advertencias sólo tienen el fin de guiar a los pecadores hacia nuestro Señor”. El consistorio no debe intervenir en el área del poder laico ni en el trabajo de los tribunales de la jurisdicción oficial.
d) Los diáconos tienen dos tareas: el apoyo a los pobres y la preocupación por los enfermos. La primera consiste en conseguir limosnas y distribuirlas entre los necesitados; aquí también entra la alimentación de los pobres. La segunda tarea concierne a la organización de los hospitales y de los albergues para forasteros. Los pobres son atendidos en forma gratuita, y para los niños hay un profesor que trabaja dentro del hospital.
(LC-O)

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