martes, 18 de diciembre de 2007

Jesús restaura la dignidad de las personas (Juan 5,1-18)

JESÚS RESTAURA LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS (Juan 5.1-18)
L. Cervantes-Ortiz
11 de noviembre, 2007


1. En camino a la dignidad: la acumulación de obstáculos
El capítulo 5 del Cuarto Evangelio describe con peculiar agudeza la necesidad humana que Jesús enfrentó en su momento: luego del largo episodio de la Samaritana (que llevó a la conversión de toda la comunidad de samaritanos) y de otro episodio de sanidad, el texto muestra a Jesús ya en Jerusalén (participando en una fiesta indeterminada) dispuesto a confrontar su actuación restauradora de la vida de las personas a través de un suceso cuyos rasgos definen con claridad su labor. El v. 3 retrata una galería de personajes azotados por el látigo de la enfermedad y el abandono; en los pórticos del estanque de Bethesda (“casa de la misericordia”, adjetivo simbólico) se encuentra “una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos”, ansiosos por recibir el beneficio de un suceso sobrenatural. El énfasis legendario del relato y la aceptación de que sólo mediante un acto de este tipo podrían cambiar su situación, hacía que los necesitados estuvieran sujetos a un azar bastante impredecible y limitado a la posibilidad de estar cerca de çl agua, cuyas facultades curativas no estaban a discusión. No es difícil imaginar cómo creció esto en la imaginación popular, dada la urgencia continua que representa para una comunidad de responder con algún recurso curativo efectivo ante semejante necesidad humana.
El Cuarto Evangelio enmarca la acción de Jesús en su conflicto por demostrar tres cosas. Primero, que el sábado se ha convertido en una barrera inútil para la promoción de las personas; segundo, que él, como Hijo de Dios, trabaja como Dios mismo, de tiempo completo al servicio de la vida y la dignificación; y tercero, que una nueva comunidad solidaria está emergiendo en medio de los dictados despóticos y autoritarios de un conjunto de leyes que muy poco tiene que ver con la situación humana real. Jesús realiza la tarea de levantar a un hombre incapacitado completamente, postrado y sin posibilidades de restauración, a la espera de un milagro, cuyo camino hacia la dignidad es largo y está plagado de obstáculos (físicos, visibles, estructurales), además de que no cuenta con el apoyo de alguien que contribuya a acercarlo, literalmente, al espacio de gracia que representa el estanque. Con todo, el retrato literario del personaje no necesariamente logra que se sienta conmiseración por él, pues el único dato que aporta el texto es cronológico, si bien estremecedor: el hombre lleva postrado 38 años (v. 5). Ese único elemento resume la necesidad de la persona: años y años de postración y humillación física.

2. Jesús aplica un mensaje integral de restauración humana
El poder del Evangelio para salvación puede y deber ser traducido y entendido como un programa intensivo de dignificación humana, de humanización integral. Sin ánimos de subordinar todas las bondades del mensaje de Jesucristo a sólo algunos aspectos, hay que destacar la forma en que el Evangelio puede desdoblarse, incluso en nuestra época, en una comprensión más amplia de servicio a la integridad de las personas. Aun cuando debe decirse, también, que el Evangelio cristiano no es la única manera de recuperar la dignidad humana, sí puede afirmarse que la acción de de Jesús en el Cuarto Evangelio representa el ataque sistemático a todas las estructuras que se han colocado sobre la humanidad y se sirven de ella para que, en nombre de diversos sustitutos de Dios (el Estado, el progreso, el bien común, entre otros), continúe el círculo vicioso de la enfermedad, la indignidad y la marginación. Y es que cuando las personas dejamos de ser realidades únicas, concretas e históricas, reconocibles y con exigencias de realización, proyección y actuación relevante en el mundo, y nos convertimos en números y parte de las estadísticas de regímenes como el romano y otros, que sacrifican a las personas más necesitadas en los altares del mercado y la política, el Evangelio reaparece no sólo como un refugio o un remanso de paz, sino también como un motor para reconstruir y levantar la dignidad de quienes tienen menos recursos económicos, educativos, psicológicos, ideológicos y espirituales. Estas carencias acumuladas obligan a reformular el Evangelio de Jesucristo para identificar adecuadamente su potencial restaurador de las vidas humanas.
Cuando Jesús aborda al hombre paralítico del relato, su pregunta es directa y casi retórica: “¿Quieres ser sano?”, y diríase casi obvia, aunque bien podría argumentarse que Jesús debe formularla para sondear la mentalidad del hombre, acaso ante la posibilidad de que deseara seguir siendo objeto de la compasión de los demás. Se entabla entonces un diálogo informativo y (re)constructivo en el que Jesús se entera de las circunstancias específicas de la persona, es decir, a pesar de que él compartía el sufrimiento de sus compañeros, la percepción del sufrimiento no es siempre la misma, pues la observación de este hombre es clara: siempre alcanza el beneficio alguien antes que yo. Jesús no ahonda más en la problemática y la atiende contundentemente mediante una orden salvífica integral, cuyo contenido expresa el programa restaurador del Evangelio en tres tiempos: “Levántate, toma tu lecho, y anda” (v. 8). La situación del hombre se transforma inmediatamente cuando él sigue al pie de la letra las instrucciones y se convierte en una nueva persona, restaurada y dignificada nuevamente. Siguiendo la orientación retórica y crítica de este evangelio, cada tiempo de esta orden tiene un significado que, puesto delante de la previsible reacción de los judíos, adquiere fuerza y relevancia en el contexto de la lucha de Jesús contra la Ley inhumana e injusta. Al agradecimiento inexistente hacia la obra de Dios llevada a cabo por Jesús, por parte de sus opositores, Jesús opone la ambigüedad del silencio y el apartamiento (v. 13).

3. La dignidad humana es el valor ético más alto en el Reino de Dios
“El hombre es la medida de todas las cosas”, dijo el filósofo antiguo, y un teólogo como Kart Barth completó la frase: “…desde que Dios se hizo hombre”. Porque Jesús afirma tajantemente en Juan 5.17, al reencontrarse con el hombre restaurado (a quien le hace una recomendación adicional acerca de que no peque más, v. 14), que ahora ya tiene voz (como el ciego del cap. 9 también) y responder a los judíos acerca de su labor restauradora: el trabajo central de Dios (incluso por encima del sábado) es la dignificación humana. Todo esto debido a que una gran tentación del legalismo consiste en sacrificar a la persona en nombre de las instituciones religiosas, es decir, poner la vida en un nivel inferior al de los rituales externos, dejando de lado el grito de la necesidad física, siempre urgente. Al trabajar igual que Dios, su Padre, Jesús se coloca como enemigo de la vida humana indigna y su ocupación fundamental, desde la provocación de la actuación en el día sagrado, es la lucha continua por la restauración y la dignificación humana, granjeándose, por supuesto, la incomprensión de quienes suponen que el trabajo divino es salvar a las personas sin restaurarlas en todos los sentidos. En esta incomprensión, muchos de nosotros hemos caído también debido a la aceptación de un dualismo completamente ajeno al mensaje cristiano, pues pasamos por alto algo que ya Ireneo, obispo de Lyon del segundo siglo, había expresado con suma claridad: “Es honra de Dios que el hombre viva, pero la vida del hombre es ver a Dios”.
Hace falta, entonces, alimentar nuestro entendimiento de las virtudes y exigencias del Evangelio de Jesucristo con las acciones y el discurso del Cuarto Evangelio, que atienden tan notablemente a las necesidades integrales de los seres humanos concretos, de carne y hueso, que todo el tiempo nos confrontan con su situación, que debería recordarnos la manera en que Jesús interpretó su actuación a la luz del trabajo divino incansable a favor de la vida digna de sus criaturas.

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