28 de octubre de 2007
Luego de 490 años de iniciada la lucha de Martín Lutero por reformar la iglesia cristiana, sus consecuencias e implicaciones siguen siendo discutidas por los historiadores. Por supuesto, existen múltiples interpretaciones sobre su sentido e influencia, pero en lo que hay un acuerdo unánime es en que el mundo actual tendría, definitivamente, otro rostro, de no haber acontecido dicho movimiento. Tal vez sean dos los aspectos en los que hay mayor coincidencia.
El primero consiste en reconocer el carácter plural de este movimiento, por lo que sería mejor referirse a las “reformas religiosas” con mayor propiedad, dado que en diferentes ciudades, regiones y países el esfuerzo por transformar a la Iglesia adquirió características diversas. En este sentido, cada movimiento por separado aportó matices que, en conjunto, otorgaron a los logros comunes dimensiones que, sin pensarse de manera articulada, otorgaron a cada espacio eclesial y geográfico una especificidad que en el contexto mayor proporcionaría alcances impensados. Por ejemplo, la oposición en algunas regiones entre luteranos y calvinistas, o la cooperación entre valdenses y reformados, dio origen a lo que ahora son iglesias unidas en varios países, pues el conocimiento mutuo, dominado antes por la desconfianza, cedió su lugar a la formación de frentes eclesiásticos comunes.
El segundo aspecto tiene que ver con la influencia de estos movimientos más allá de lo meramente religioso, pues los esfuerzos por darle otro rostro a la iglesia de su tiempo reformularon la manera de pensar y actuar en un mundo que estaba ingresando a la llamada “modernidad”. En este ámbito, los diversos grupos religiosos asumieron una postura que, moviéndose entre la condena y la aceptación, tuvo el mérito de constituir la voluntad inequívoca de encontrarse con la acción de Dios en todos los campos del quehacer humano, más allá de los estrechos límites de los dogmas que, lejos de mostrar dicha presencia, alejaban a las personas de la actuación divina en la historia. Con ello se logró hacer que la fe se volviera significativa para los creyentes, dentro y fuera de la Iglesia.
Además, la herencia plural de los diversos movimientos puede seguir teniendo el eco que en otros momentos ha alcanzado por separado, sólo que los tiempos actuales demandan de los creyentes de todas partes la apropiación de estos elementos sin importar las diferencias doctrinales o teológicas. El legado común es un conjunto de ricas experiencias que, si son analizadas en sus aspectos positivos y negativos, pueden ayudar a consolidar una conciencia de fe que permita renovar continuamente el testimonio cristiano en un mundo siempre convulso y necesitado de acciones transformadoras efectivas.
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