L. Cervantes-Ortiz
4 de noviembre, 2007
1. El vocabulario biofílico del evangelio de Juan
Entre las varias características peculiares del Cuarto Evangelio, resalta que su vocabulario incluye con mucha intensidad sus referencias a la vida, en algo que podría denominarse su biofilia, es decir, su empeño en identificar la vida y obra de Jesús, el Logos encarnado de Dios, con la vida en su concepción más amplia. El autor tradujo así el concepto de Reino de Dios, es decir, las nuevas realidades anunciadas y vividas por Jesús, a un lenguaje simbólico y realista al mismo tiempo, que fuera capaz de expresar, con una intensidad espiritual vivida en medio de las comunidades que se remitieron a la experiencia del llamado “discípulo amado”. De esta manera y a lo largo de todo el libro, la afirmación de la vida como sinónimo de la acción de Jesús es el eje alrededor del cual se construyen todas las demás afirmaciones del anuncio del Evangelio en esta versión, pues desde el principio del texto se señala que “en él estaba la vida” (1.4) y que el Hijo “a los que quiere da vida” (5.21). Además, desde la perspectiva sacramental de este evangelio, Jesús mismo es el “pan de vida” (6.35) y más adelante afirma que quien sigue a Jesús, como el ciego que aparece en el relato, “tendrá la luz de la vida” (8.12).
De modo que en el cap. 10, cuando Jesús opone su labor como “pastor”, el contexto de la afirmación de la vida y al referirse a que Jesús es también “la puerta de las ovejas”, su afirmación de que ha venido para ofrecer vida en abundancia debe leerse en el contraste propuesto por él mismo, esto es, ante el carácter mercenario de aquellos que pretenden conducir al pueblo pero en realidad se sirven de él para su beneficio propio. Destaca aquí la variable política, pues cuando Jesús se coloca a sí mismo como modelo de conducción y orientación para el pueblo, trae a la luz el conflicto creado por la práctica interesada e irresponsable de los dirigentes del pueblo, empeñados en beneficiarse más que en preocuparse verdaderamente por la vida del pueblo. El pueblo, dice Jesús, reconoce a los verdaderos líderes, aquellos que se interesan de verdad por el destino de las personas y su bienestar. El cuidado pastoral de Jesús se entiende mejor también desde el trasfondo judío en el cual resalta en primer lugar la esperanza de la duración, a la cual hay que agregar, según se desprende de la insinuación de Jesús, la calidad de la existencia y, finalmente, el sentido (o las posibilidades) que pueda alcanzar, sobre todo si se piensa en su carácter efímero y, al mismo tiempo, exigente, por la necesidad de vivir delante de Dios en plenitud.
2. La duración de la vida y las promesas de Dios
Ya desde la antigüedad, como se aprecia por ejemplo en el salmo 128, la extensión de la vida y una familia numerosa eran algunos signos de la bendición divina. En el caso de Jesús, y a partir de las premisas fundamentales del anuncio y la expectativa del Reino de Dios, la duración de la vida es uno de los principales criterios para medir las dimensiones de la promesa de Jesús a sus seguidores. La “vida en abundancia” implica, en primer lugar, que pueda garantizarse su duración y con ello la superación o relativización de los factores que atenten contra ella. El valor de la vida está en función directa de los años que la constituyan para que en ese arco temporal puedan desarrollarse sus posibilidades. Desde el punto de vista semítico, la duración de la vida se presentaba como el fundamento para apreciar e interpretar la relación con Dios en términos de bendición: cada familia podía interactuar con él espiritualmente a partir de los rituales y prácticas religiosos y así reconocerse en su etapa temporal como un espacio de bendición.
En nuestra época, cuando la esperanza de vida se ubica cada vez con estándares más altos, este criterio adquiere proyecciones socio-políticas importantes porque una existencia más prolongada demanda mejores posibilidades de desarrollo vital y humano, aunque cuando se experimenta su prolongación y el ambiente no contribuye a plenificarla, disminuyen las opciones para que la extensión de la vida produzca los mejores resultados. Lamentablemente, al aumento en la esperanza de vida (que en México se ha anunciado que ya es de 76 años) no se ve complementado con mejores niveles de desarrollo, lo cual complica las expectativas de las personas debido a que, en países como el nuestro, no se cuenta con más amplias posibilidades de empleo, ocupación y proyección. Teológicamente hablando, la plenitud de vida consiste en explotar al máximo los dones otorgados por Dios para el beneficio personal y comunitario. Como afirma un salmo: “lo saciaré de larga vida,/ y le mostraré mi salvación” (91.16).
3. La calidad de vida, sinónimo de bienestar individual y comunitario
Uno de los indicadores para definir si hay pobreza en el mundo es el Índice de Desarrollo Humano, el cual aunque se maneja de manera discrecional según los países y regiones del mundo, funciona como referencia para advertir la manera en que los gobiernos invierten en alimentación, salud y educación, entre otros satisfactores. Los críticos más radicales de dicho índice y otros criterios de juicio advierten que la calidad de vida abarca más elementos de los que los economistas y gobernantes están dispuestos a aceptar, pues los obstáculos que enfrentan las personas desde su nacimiento y que se van complicando y prolongando a medida que avanzan en la vida, condicionan sobremanera los alcances que implica el concepto de “vida en abundancia” o en plenitud que plantea Jesús de Nazaret. La perspectiva dominante en el Reino de Dios, que en ocasiones no es percibida adecuadamente en los espacios eclesiásticos, tiene que ver con los logros humanos, pues como afirmaban algunos de los Padres de la Iglesia, la gloria de Dios es inseparable del bienestar humano. Éste debe ser entendido, vivido y promovido por los seguidores/as de Jesús como una intensa promoción de la humanidad, para que la vida humana, como decía Paul Lehmann, teólogo especialista en ética “siga siendo humana en el mundo”.
La calidad de la vida humana, entonces, es un criterio de apreciación integral de la existencia, pues no consiste solamente en tener a la mano los satisfactores que, en muchas ocasiones, se sabe que no se podrán disfrutar debido a la enorme desigualdad estructural propiciada por el sistema económico vigente. La vida humana digna, plena, sólo puede alcanzarse, según lo propone el Cuarto Evangelio, cuando los valores del Reino de Dios se aplican enérgicamente en todos los niveles de la sociedad. No obstante, la perspectiva escatológica de este evangelio tampoco asumía esta exigencia con falsas esperanzas, pues veía con meridiana claridad la forma en que las fuerzas y estructuras opuestas al advenimiento pleno del Reino de Dios proclamado por Jesús pugnaban (y pugnan todavía) por impedir que la shalom divina, es decir, el estado de pleno bienestar y no sólo la ausencia de guerras, se manifieste completamente en el mundo. La calidad de vida es un ingrediente básico en la vida de fe, dentro y fuera de las iglesias.
4. El sentido de la vida, superación de la anomia social
Juan 10.16, al hablar de “otras ovejas”, sugiere que las comunidades del Discípulo Amado habían alcanzado un grado de coherencia comunitaria que ofrecían a las demás como modelo de articulación humana. Eso significaba que habían superado la anomia social imperante que consistía en someterse al supuesto orden impuesto por Roma, aun cuando el tejido comunitario estuviera roto gracias a la violencia física y simbólica que se llevaba a cabo en su contra. Estas comunidades cristianas, rayanas en el sectarismo más furibundo, veían a los demás grupos cristianos como compañeros en el camino que necesitaban concentrar su visión en la persona de Jesucristo par que, a partir de ella, pudieran reconstruir su entramado individual y comunitario. La anomia es un estado de desorden espiritual, psicológico y cultural que hace que las personas sean llevadas acríticamente por cualquier tipo de orientación ideológica o religiosa a causa de las diversas rupturas experimentadas en su interior. La vida plena no puede sobrevivir adecuadamente en circunstancias así, pues otro de sus presupuestos es la capacidad de las personas para decidir libremente su destino.
El sentido de la vida, cuya búsqueda es hoy una de las mercancías más apreciadas, constituye uno de los aspectos más urgentes para la genuina comprensión de los valores evangélicos anunciados por Jesús, sobre todo ante el triunfalismo de quienes anuncian, con bombo y platillo, que las utopías que movilizaron en otra época a la humanidad, son completamente inútiles. El anuncio de Jesús, de que él vino a traer vida en abundancia y plenitud, puede canalizar las esperanzas humanas hacia la recuperación no de ideales que pasan con el tiempo, sino de proyectos que efectivamente consuman el tiempo de las personas en aras de la lucha por la justicia, la igualdad y la fraternidad.
4 de noviembre, 2007
1. El vocabulario biofílico del evangelio de Juan
Entre las varias características peculiares del Cuarto Evangelio, resalta que su vocabulario incluye con mucha intensidad sus referencias a la vida, en algo que podría denominarse su biofilia, es decir, su empeño en identificar la vida y obra de Jesús, el Logos encarnado de Dios, con la vida en su concepción más amplia. El autor tradujo así el concepto de Reino de Dios, es decir, las nuevas realidades anunciadas y vividas por Jesús, a un lenguaje simbólico y realista al mismo tiempo, que fuera capaz de expresar, con una intensidad espiritual vivida en medio de las comunidades que se remitieron a la experiencia del llamado “discípulo amado”. De esta manera y a lo largo de todo el libro, la afirmación de la vida como sinónimo de la acción de Jesús es el eje alrededor del cual se construyen todas las demás afirmaciones del anuncio del Evangelio en esta versión, pues desde el principio del texto se señala que “en él estaba la vida” (1.4) y que el Hijo “a los que quiere da vida” (5.21). Además, desde la perspectiva sacramental de este evangelio, Jesús mismo es el “pan de vida” (6.35) y más adelante afirma que quien sigue a Jesús, como el ciego que aparece en el relato, “tendrá la luz de la vida” (8.12).
De modo que en el cap. 10, cuando Jesús opone su labor como “pastor”, el contexto de la afirmación de la vida y al referirse a que Jesús es también “la puerta de las ovejas”, su afirmación de que ha venido para ofrecer vida en abundancia debe leerse en el contraste propuesto por él mismo, esto es, ante el carácter mercenario de aquellos que pretenden conducir al pueblo pero en realidad se sirven de él para su beneficio propio. Destaca aquí la variable política, pues cuando Jesús se coloca a sí mismo como modelo de conducción y orientación para el pueblo, trae a la luz el conflicto creado por la práctica interesada e irresponsable de los dirigentes del pueblo, empeñados en beneficiarse más que en preocuparse verdaderamente por la vida del pueblo. El pueblo, dice Jesús, reconoce a los verdaderos líderes, aquellos que se interesan de verdad por el destino de las personas y su bienestar. El cuidado pastoral de Jesús se entiende mejor también desde el trasfondo judío en el cual resalta en primer lugar la esperanza de la duración, a la cual hay que agregar, según se desprende de la insinuación de Jesús, la calidad de la existencia y, finalmente, el sentido (o las posibilidades) que pueda alcanzar, sobre todo si se piensa en su carácter efímero y, al mismo tiempo, exigente, por la necesidad de vivir delante de Dios en plenitud.
2. La duración de la vida y las promesas de Dios
Ya desde la antigüedad, como se aprecia por ejemplo en el salmo 128, la extensión de la vida y una familia numerosa eran algunos signos de la bendición divina. En el caso de Jesús, y a partir de las premisas fundamentales del anuncio y la expectativa del Reino de Dios, la duración de la vida es uno de los principales criterios para medir las dimensiones de la promesa de Jesús a sus seguidores. La “vida en abundancia” implica, en primer lugar, que pueda garantizarse su duración y con ello la superación o relativización de los factores que atenten contra ella. El valor de la vida está en función directa de los años que la constituyan para que en ese arco temporal puedan desarrollarse sus posibilidades. Desde el punto de vista semítico, la duración de la vida se presentaba como el fundamento para apreciar e interpretar la relación con Dios en términos de bendición: cada familia podía interactuar con él espiritualmente a partir de los rituales y prácticas religiosos y así reconocerse en su etapa temporal como un espacio de bendición.
En nuestra época, cuando la esperanza de vida se ubica cada vez con estándares más altos, este criterio adquiere proyecciones socio-políticas importantes porque una existencia más prolongada demanda mejores posibilidades de desarrollo vital y humano, aunque cuando se experimenta su prolongación y el ambiente no contribuye a plenificarla, disminuyen las opciones para que la extensión de la vida produzca los mejores resultados. Lamentablemente, al aumento en la esperanza de vida (que en México se ha anunciado que ya es de 76 años) no se ve complementado con mejores niveles de desarrollo, lo cual complica las expectativas de las personas debido a que, en países como el nuestro, no se cuenta con más amplias posibilidades de empleo, ocupación y proyección. Teológicamente hablando, la plenitud de vida consiste en explotar al máximo los dones otorgados por Dios para el beneficio personal y comunitario. Como afirma un salmo: “lo saciaré de larga vida,/ y le mostraré mi salvación” (91.16).
3. La calidad de vida, sinónimo de bienestar individual y comunitario
Uno de los indicadores para definir si hay pobreza en el mundo es el Índice de Desarrollo Humano, el cual aunque se maneja de manera discrecional según los países y regiones del mundo, funciona como referencia para advertir la manera en que los gobiernos invierten en alimentación, salud y educación, entre otros satisfactores. Los críticos más radicales de dicho índice y otros criterios de juicio advierten que la calidad de vida abarca más elementos de los que los economistas y gobernantes están dispuestos a aceptar, pues los obstáculos que enfrentan las personas desde su nacimiento y que se van complicando y prolongando a medida que avanzan en la vida, condicionan sobremanera los alcances que implica el concepto de “vida en abundancia” o en plenitud que plantea Jesús de Nazaret. La perspectiva dominante en el Reino de Dios, que en ocasiones no es percibida adecuadamente en los espacios eclesiásticos, tiene que ver con los logros humanos, pues como afirmaban algunos de los Padres de la Iglesia, la gloria de Dios es inseparable del bienestar humano. Éste debe ser entendido, vivido y promovido por los seguidores/as de Jesús como una intensa promoción de la humanidad, para que la vida humana, como decía Paul Lehmann, teólogo especialista en ética “siga siendo humana en el mundo”.
La calidad de la vida humana, entonces, es un criterio de apreciación integral de la existencia, pues no consiste solamente en tener a la mano los satisfactores que, en muchas ocasiones, se sabe que no se podrán disfrutar debido a la enorme desigualdad estructural propiciada por el sistema económico vigente. La vida humana digna, plena, sólo puede alcanzarse, según lo propone el Cuarto Evangelio, cuando los valores del Reino de Dios se aplican enérgicamente en todos los niveles de la sociedad. No obstante, la perspectiva escatológica de este evangelio tampoco asumía esta exigencia con falsas esperanzas, pues veía con meridiana claridad la forma en que las fuerzas y estructuras opuestas al advenimiento pleno del Reino de Dios proclamado por Jesús pugnaban (y pugnan todavía) por impedir que la shalom divina, es decir, el estado de pleno bienestar y no sólo la ausencia de guerras, se manifieste completamente en el mundo. La calidad de vida es un ingrediente básico en la vida de fe, dentro y fuera de las iglesias.
4. El sentido de la vida, superación de la anomia social
Juan 10.16, al hablar de “otras ovejas”, sugiere que las comunidades del Discípulo Amado habían alcanzado un grado de coherencia comunitaria que ofrecían a las demás como modelo de articulación humana. Eso significaba que habían superado la anomia social imperante que consistía en someterse al supuesto orden impuesto por Roma, aun cuando el tejido comunitario estuviera roto gracias a la violencia física y simbólica que se llevaba a cabo en su contra. Estas comunidades cristianas, rayanas en el sectarismo más furibundo, veían a los demás grupos cristianos como compañeros en el camino que necesitaban concentrar su visión en la persona de Jesucristo par que, a partir de ella, pudieran reconstruir su entramado individual y comunitario. La anomia es un estado de desorden espiritual, psicológico y cultural que hace que las personas sean llevadas acríticamente por cualquier tipo de orientación ideológica o religiosa a causa de las diversas rupturas experimentadas en su interior. La vida plena no puede sobrevivir adecuadamente en circunstancias así, pues otro de sus presupuestos es la capacidad de las personas para decidir libremente su destino.
El sentido de la vida, cuya búsqueda es hoy una de las mercancías más apreciadas, constituye uno de los aspectos más urgentes para la genuina comprensión de los valores evangélicos anunciados por Jesús, sobre todo ante el triunfalismo de quienes anuncian, con bombo y platillo, que las utopías que movilizaron en otra época a la humanidad, son completamente inútiles. El anuncio de Jesús, de que él vino a traer vida en abundancia y plenitud, puede canalizar las esperanzas humanas hacia la recuperación no de ideales que pasan con el tiempo, sino de proyectos que efectivamente consuman el tiempo de las personas en aras de la lucha por la justicia, la igualdad y la fraternidad.
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