martes, 18 de diciembre de 2007

Encarnación de Dios y esperanza humana: el mesianismo de Isaías

ENCARNACIÓN DE DIOS Y ESPERANZA HUMANA: EL MESIANISMO DE ISAÍAS (Is 11.1-12)
Leopoldo Cervantes-Ortiz
2 de diciembre, 2007

1. Adviento, liturgia y encarnación
La temporada del Adviento está marcada por la expectativa del pueblo de Dios en relación con la venida del Hijo de Dios al mundo. La palabra latina adventus traduce la griega parousía, es decir, la misma que utiliza el Nuevo Testamento para referirse a la venida en gloria del Señor Jesucristo para hacer pleno su anuncio de la plenitud del Reino de Dios en el mundo. De esta forma, la llamada segunda venida del Señor es modelo y plataforma para celebrar, litúrgica y existencialmente, la “primera venida”, esto es, el momento supremo de la historia humana en que Dios con-descendió para tomar la presencia y realidad humanas y hacerse histórico completamente, inmerso completamente en el devenir y la complejidad de la raza humana, aun cuando ya había estado de múltiples maneras interactuando con su pueblo y la humanidad entera. No obstante, el misterio y el milagro de la Navidad, como explica Kart Barth en una sección memorable de su Bosquejo de dogmática, nos remite, al mismo tiempo, “a la verdadera encarnación del verdadero Dios, realizada en su aparición histórica y al recuerdo de la especial forma en que ese comienzo del divino acto de gracia y revelación acontecido en Jesucristo se distingue de los demás acontecimientos humanos”.
[1] Y agrega: “La Palabra eterna se hizo carne. Éste es el milagro de la existencia de Jesucristo, este descender de Dios de lo alto a lo bajo: Espíritu Santo y Virgen María. Éste es el misterio de la Navidad, el misterio de la encarnación”.[2]
De ahí que la celebración litúrgica de este acontecimiento sin par asume que hay una expectación de fondo en la experiencia humana que permite actualizarse en el doble énfasis del Adviento: primero, como preparación para la Navidad y, segundo, como afirmación de la venida gloriosa de Cristo (el llamado “Adviento escatológico”).[3] Por todo ello, la Iglesia antigua intuyó que el misterio mayor de la fe cristiana merecía ser resaltado con una temporada especial que simbólica y espiritualmente ubicara en el tiempo litúrgico la manifestación máxima de la gracia divina mediante la concentración visual y anímica en el encendido de la luz que recordase cómo Jesucristo vino a alumbrar al mundo en medio de las tinieblas (Jn 1.5, 9). Esta mirada espiritual de los sucesos, iluminada por el simbolismo de las velas, permite entender cómo el Adviento, debidamente celebrado, “reaviva nuestro agradecimiento a Dios por su intervención en la historia humana el día de ayer; refresca nuestro encuentro personal con el Resucitado el día de hoy y alimenta nuestra esperanza en el retorno esperado del Señor para el día de mañana”.[4]

2. Trasfondo político del mesianismo de Isaías y sus proyecciones
Los capítulos 6-12 del libro de Isaías constituyen, según muchos biblistas, el libro de Emmanuel, es decir, un conjunto de oráculos presentados por el profeta en medio de una coyuntura nacional muy concreta en el reino de Judá. Este libro remite a la guerra siro-efraimita de los años 733-732 a.C., cuando el rey Acaz recurrió a Asiria y tuvo que aceptar su dominación política, económica y religiosa para defenderse de Siria y el reino israelita del Norte que deseaban extenderse a costa de Judá. “Isaías actuará como profeta de juicio contra los responsables del país. En 10.5ss, se afirma que Asiria es un instrumento de Yahvé contra la infidelidad de su pueblo, y se anuncia que más tarde recibirá el castigo por su soberbia. Asiria no cumplirá ya el papel de auxiliador sino de invasor”.
[5] Croatto explica también que este papel será modificado en relecturas posteriores de los acontecimientos y que los oráculos de juicio y castigo con el tiempo recibirán retoques para ser vistos como mensajes de salvación. Esto se aprecia con toda claridad en otros dos pasajes, adonde Isaías y sus redactores expresan la forma en que proyectó su mesianismo urgente más allá de la historia que le tocó vivir: en el cap. 7. la señal del hijo de una virgen es la respuesta a las inquietudes del rey; y en el 9 el niño anunciado recibe los títulos que la situación demandaba con urgencia.
Y es que los mesianismos son siempre la expresión de ansiedades políticas de los pueblos, pero que pasan por el filtro de la esperanza en acciones concretas que manifiesten un aprecio e interés real por la vida de las personas como tales, no como números o estadísticas frías, sino como seres humanos que requieren atención y apoyo. La ubicación y redefinición del papel de la “dinastía” de Isaí hace decir al profeta que de ese “tronco” (símbolo de una devastación anterior) brotará la esperanza de restauración. La recuperación del linaje davídico proyecta las expectativas populares a una dimensión nostálgica que, al mismo tiempo que recuerda los buenos tiempos de David, anuncia que el nuevo brote monárquico pertenece a todo Israel nuevamente, como anteriormente (v. 12). Las virtudes del v. 2 son fundamentales para entender la respuesta divina a las esperanzas del pueblo. El nuevo vástago recibirá el espíritu de Yahvé, desdoblado en tres pares de características.

3. El espíritu divino responde en este ser mesiánico a la ansiedad popular
Los atributos del personaje esbozado proyectan las esperanzas del pueblo en el sentido de “aterrizar” la gracia divina en un gobernante que efectivamente conecte su labor con las necesidades del pueblo y no caiga en el estereotipo de las monarquías preocupadas sólo por sí mismas (hay que ver el papel que siguen cumpliendo los Borbones en España, o los Windsor en Inglaterra). En primer lugar, los rasgos sapienciales de este monarca futuro (sabiduría e inteligencia) recuerdan la añeja petición de Salomón para su ejercicio real, el cual produjo un sentimiento de incompletud entre el pueblo porque no cumplió con las promesas del salmo 72. En segundo lugar, el par consejo/poder (planificación/fuerza), está visto no en el contexto de la guerra sino de la paz, es decir, de la situación normal que debe vivir un país bien gobernado que busca el desarrollo integral de todos sus habitantes, sin distinciones de ningún tipo. Los vv. 3b-5 extenderán más específicamente esta capacidad del rey futuro “para establecer justicia a favor de los pobres. Ésa es la función del poder: liberar a los que no tienen poder”.
[6] En tercer lugar, el conocimiento/temor de Dios (piedad/religiosidad) relaciona al Dios futuro con el Dios de la historia de salvación: “Conocer es ‘reconocer’, estar ligado al Dios salvador […] y temerle significa respetar sus normas y obedecerle”.[7] En un ambiente laico y secularizado, estas virtudes deben ser leídas en términos de la sensibilidad o voluntad política, pues ni siquiera en El príncipe, de Maquiavelo deja de notar la responsabilidad de los gobernantes ante las demandas profundas de la población. La modernidad laica le ha quitado a los gobernantes la posibilidad de hacer alarde de una religiosidad superficial que enmascara, por necesidad, sus limitaciones e intereses. De la traducción griega de este pasaje surgió la tradición de 7 atributos del rey, raíz de la afirmación de los 7 dones del Espíritu Santo. Todo lo anunciado, además, tiene dimensiones cósmicas y ecológicas (vv. 6-8): el shalom (bienestar pleno) aplicado a toda la creación de Dios.
La gran lección, entonces, para la comprensión de la encarnación de Dios, se da en este marco de expectativas mesiánicas de corte político y económico, siempre presentes en el ánimo popular. Dios responde desde lo alto a todas ellas con una persona que rebasará completamente el modelo político de la monarquía israelita, de cualquier monarquía (por ser ésa la forma de gobierno de la antigüedad) y de cualquier otra forma de practicar el gobierno humano, para situarse, en Jesucristo, como el único y auténtico objeto de esperanza para la humanidad, sin dejar de lado que los testigos humanos del poder divino tienen una obligación de corte teológico muy importante: representar la forma en que Dios responde a las ansias mesiánicas de la población. En este sentido, la lectura política del Adviento consistiría en advertirlo como una especie de “campaña divina” para la aceptación de su manifestación extraordinaria en el mundo al encarnarse históricamente y optar por compartir la suerte de toda la humanidad, no ya desde las alturas aparentemente insensibles (que en rigor no lo habían sido, dada su sim-patía permanente por la raza humana) sino desde abajo, desde la aquendidad (contraria a la allendidad) más comprometida con el destino de las personas, particularmente aquellas que ven cómo se desprecian y desperdician sus esperanzas al ser colocadas en los altares contemporáneos del libre mercado.

Notas
[1] K. Barth, Bosquejo de dogmática. Trad. de J.P. Tosaus Abadía. Santander, Sal Terrae, 2000 (Presencia teológica, 108), p. 112.
[2] Ibid., p. 113.
[3] Cf. E. González y J. Martínez, "El Adviento", www.selah.com.ar.
[4] “De novissimis”, en El culto es fiesta. Notas en torno al año litúrgico. México, El Faro, 1988 (Teólogos protestantes de México, 6), p. 60.
[5] J.S. Croatto, Isaías 1-39. Buenos Aires, La Aurora, 1989 (Comentario bíblico ecuménico), p. 56.
[6] Ibid., p. 87.
[7] Idem.

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