MARÍA, MUJER PROFÉTICA: EL MAGNIFICAT
Abel García G.
Abel García G.
9 de diciembre de 2007
Por lo general, no se predica sobre María en los templos protestantes, ni evangélicos, ni pentecostales, ni neo-pentecostales. No es algo que llame la atención. La América Latina Católica es un pueblo de una fuerte devoción mariana. Además, aunque no sea algo explícito, “la devoción mariana en todo el período postridentino ha tenido una fuerte impronta anti-protestante. La definición dogmática de la Inmaculada por Pío IX en 1854 formaba parte de un plan conjunto de defensa de la tradición cuyos siguientes eslabones fueron el Syllabus (1864) y el Vaticano I (1870).” Por ello, la reacción natural de oposición y perfil bajo de María en las enseñanzas evangélicas. Esto, a pesar de lo dicho por Juan Pablo II, cuando nos recuerda que “Martín Lutero, en 1521, dedicó a este "santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios" —como él decía— un célebre comentario. En él afirma que el himno "debería ser aprendido y guardado en la memoria por todos" puesto que "en el Magnificat María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios... Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para impulsar a todos a la confianza y a la alabanza de la gracia divina."A pesar de lo que en la práctica evangélica hemos hecho, María no fue muda. Dijo cosas —su sí a la obra que Dios iba a realizar a través de ella—, tomó actitudes —su silencio y meditación hacia las cosas que hacía Jesús—, y tiene por supuesto algo que enseñarnos. Moltmann observó que, en la Biblia, algunos de los himnos más vigorosos han sido cantados por mujeres: María (Éx 15. 21), Débora (Jue 5), Ana (1 Sam. 2) y más aún, el Magnificat de María está circunscrito fuertemente en la historia de salvación: Abraham, hijo de idólatras es escogido para ser padre de un gran pueblo de creyentes; Dios escucha el clamor del pueblo oprimido en Egipto y lo libera, mediante Moisés, un exiliado y forastero en tierra extraña; elige al insignificante David y rechaza a Saúl; personajes débiles y desconocidos como Gedeón o Débora, salvan al pueblo de la opresión. Esta secuencia de individuos marginales que usa Dios para fines salvíficos (no necesariamente en el sentido espiritual) es la que persiste hasta María.
Por lo general, no se predica sobre María en los templos protestantes, ni evangélicos, ni pentecostales, ni neo-pentecostales. No es algo que llame la atención. La América Latina Católica es un pueblo de una fuerte devoción mariana. Además, aunque no sea algo explícito, “la devoción mariana en todo el período postridentino ha tenido una fuerte impronta anti-protestante. La definición dogmática de la Inmaculada por Pío IX en 1854 formaba parte de un plan conjunto de defensa de la tradición cuyos siguientes eslabones fueron el Syllabus (1864) y el Vaticano I (1870).” Por ello, la reacción natural de oposición y perfil bajo de María en las enseñanzas evangélicas. Esto, a pesar de lo dicho por Juan Pablo II, cuando nos recuerda que “Martín Lutero, en 1521, dedicó a este "santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios" —como él decía— un célebre comentario. En él afirma que el himno "debería ser aprendido y guardado en la memoria por todos" puesto que "en el Magnificat María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios... Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para impulsar a todos a la confianza y a la alabanza de la gracia divina."A pesar de lo que en la práctica evangélica hemos hecho, María no fue muda. Dijo cosas —su sí a la obra que Dios iba a realizar a través de ella—, tomó actitudes —su silencio y meditación hacia las cosas que hacía Jesús—, y tiene por supuesto algo que enseñarnos. Moltmann observó que, en la Biblia, algunos de los himnos más vigorosos han sido cantados por mujeres: María (Éx 15. 21), Débora (Jue 5), Ana (1 Sam. 2) y más aún, el Magnificat de María está circunscrito fuertemente en la historia de salvación: Abraham, hijo de idólatras es escogido para ser padre de un gran pueblo de creyentes; Dios escucha el clamor del pueblo oprimido en Egipto y lo libera, mediante Moisés, un exiliado y forastero en tierra extraña; elige al insignificante David y rechaza a Saúl; personajes débiles y desconocidos como Gedeón o Débora, salvan al pueblo de la opresión. Esta secuencia de individuos marginales que usa Dios para fines salvíficos (no necesariamente en el sentido espiritual) es la que persiste hasta María.
Es el Magnificat una expresión sentimental, inspirada y poética de un acontecimiento personal (“Mi alma... Mi espíritu... Mi Salvador... Me felicitarán... Ha hecho obras grandes por mí...”), el más grande y deseado por las mujeres judías, que es al mismo tiempo global. La madre de Jesús habla en primera persona, de su nuevo destino post-anunciación, de su condición ante la Divinidad (“ha mirado la bajeza de su sierva”) y ante la humanidad (“me llamarán bienaventurada todas las generaciones”) y de lo que significaría el gran evento que ha comenzado con la concepción del bebé que lleva en el vientre, aunque no lo comprende del todo. Ella contempla su historia y la de su pueblo Israel a la luz del Dios salvador, del omnipotente, que hace trascendente nuestra insignificancia. Se registra como pecadora pero, al mismo tiempo, reconoce al Dios todopoderoso que ha hecho su Voluntad grandiosa en ella.En el cántico, María nos revela cómo interviene Dios en la historia de los seres humanos. Recuerda las grandes obras realizadas por el Señor en favor de su pueblo, y presenta un modus operandi del obrar divino no absoluto: el amor del Padre a los pequeños, a los pobres y a los marginados. Al escoger a María como “puente”, como “instrumento” de su designio de Salvación, representado en Jesucristo que ya estaba encarnado en ese instante, Dios ilustra una regla, una especie de ley natural, que expresa que la debilidad se convierte en el instrumento preferido de su poder. Se cumple en ella misma en su condición de marginada: mujer, pobre, nazarena. También en los otros actores del drama soteriológico: Zacarías, un sacerdote de poca importancia; Elizabeth, una mujer estéril y anciana; José, que sólo pudo llevar como ofrenda por su primogénito a dos palominos.[...] (http://teonomia.blogspot.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario